Se trata de la implacable “razón electoral”. Eso es lo que está tras este infernal griterío. Es absurdo (y peligroso) militarizar la frontera con miles de soldados. También es criminal fomentar el miedo a los extranjeros, como hace Trump, porque le sea políticamente rentable. Lo dijo, indignado, John Kasich, gobernador republicano de Ohio, en una entrevista por CNN. Lo repitió, con la misma intensidad, Al Cárdenas, ex presidente del Partido Republicano en Florida, ante la utilización demagógica de las imágenes de un mexicano juzgado por haber asesinado a dos policías.
Eso no se hace. Trump va a destrozar al Partido Republicano y después no quedará mucha gente dispuesta a defender la moderación fiscal, los límites al gobierno central y la supremacía de los mercados libres. Es verdad que todo país debe cuidar sus fronteras, pero Estados Unidos es una República de leyes y ni él ni nadie puede saltarse a la torera las reglas aprobadas por el Congreso o los tratados internacionales firmados por Washington. Hay procedimientos formales que deben cumplirse. Si existe el derecho a la petición de asilo hay que respetarlo. Tampoco está en las manos de Trump arrebatarles la ciudadanía a los nacidos en Estados Unidos de padres extranjeros. Esa es una barbaridad inconstitucional.
No todas las acciones de Trump, naturalmente, son desacertadas. El nombramiento del diplomático John Bolton al frente del Consejo Nacional de Seguridad fue una maniobra inteligente. Bolton es un brillante abogado, graduado de Yale, con una larguísima experiencia en asuntos y organismos internacionales. Tiene una visión kantiana de las relaciones con otras naciones, fundada en los principios. Era una de las pocas cabezas que podía sustituir al general Herbert McMaster al frente de ese organismo. Su trabajo, y no es poca cosa, será darle sentido y forma a las ideas y actitudes contradictorias de Trump, una persona desconcertante que admira a Vladimir Putin y elogia a Kim Jong-un, mientras detesta (con razón) a Nicolás Maduro.
John Bolton acaba de pronunciar uno de sus primeros discursos medulares. Lo ha hecho en Miami, en el Freedom Tower del Miami Dade College, la universidad más nutrida y diversa del país (165.000 estudiantes, la mayor parte de ellos hispanos y afroamericanos). El acto ocurrió ante los congresistas cubano-americanos Ileana Ros-Lehtinen, Mario Díaz-Balart, Carlos Curbelo y otras 250 personas prominentes, entre las que estaban exiliados venezolanos (Asdrúbal Aguiar) y nicaragüenses; junto a los cubano-americanos Lincoln Díaz-Balart (ex congresista); Modesto Maidique, ex presidente de Florida International University; Frank Calzón, del Center for a Free Cuba, y Marcell Felipe, líder de Inspire América, una organización que, de manera creciente, se va transformando en la representación oficiosa de la comunidad cubana más activa en Estados Unidos.
Bolton delineó lo que será la política latinoamericana de Trump. Continuará la ofensiva de restricciones al comercio y castigos contra las personas y empresas corruptas o clave en el sostenimiento de las dictaduras de Cuba, Venezuela y Nicaragua, a cuyos líderes llamó “los tres chiflados” del socialismo (Moe, Larry y Curly), sin especificar cuál es cada payaso. En realidad son cuatro chiflados, porque le faltó mencionar a Evo Morales, el déspota de Bolivia, una nación con presos políticos, adversarios asesinados, exiliados, corrupción impune, intentos de eternizarse en el poder contra la voluntad de los electores, y el resto de los síntomas de una tiranía sin paliativos.
Uno de los aciertos de Trump-Bolton ha sido trasladar a otro abogado notable, Mauricio Claver-Carone del FMI al Consejo Nacional de Seguridad y ponerlo al frente del hemisferio occidental, que incluye a toda América Latina. Para Estados Unidos era (y es) una locura que una región tan importante del planeta no tuviera su sitio entre las prioridades de la política exterior de Washington. Claver-Carone, que monitoreaba habitualmente las actividades del régimen cubano, sabe que el guion de las agresivas dictaduras del socialismo del siglo XXI se escribe en La Habana, aunque el diplomático y oficial de inteligencia cubano Jesús Arboleya se empeñe diligentemente en tapar el sol con un dedo (Cuba en el frenesí de la Casa Blanca). Como en las comedias de los tres chiflados, siempre hay uno que da las bofetadas. Es el Moe de esta tragicomedia. ¿Recuerdan? Solía disciplinar a sus hermanos. Tenía una abundante cabellera negra peinada al medio. Ese papel hoy le toca a Miguel Díaz-Canel, el presidente títere cubano.
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