Los regímenes de Nicaragua, Venezuela y Cuba fueron calificadas recientemente como “la troika de la tiranía”, por el asesor presidencial para la Seguridad Nacional de Estados Unidos John Bolton.
Los regímenes de Nicaragua y Venezuela comparten la característica de aferrarse al poder a cualquier precio, adaptando el andamiaje jurídico aunque tengan que violar la Constitución (en Nicaragua, la reelección presidencial y en Venezuela, el Tribunal Supremo de Justicia se atribuye funciones de la Asamblea Nacional), y vulnerando los derechos humanos de los ciudadanos que protestan ante los regímenes autoritarios de Daniel Ortega y Nicolás Maduro.
En Nicaragua van 535 muertos y 4.343 heridos, según la Asociación Nicaragüense Pro Derechos Humanos, desde que comenzaron las protestas el pasado mes de abril. Y en Venezuela, durante las manifestaciones ocurridas desde el 1° de abril hasta el 31 de julio de 2017, la cifra ascendió a 133 personas fallecidas, 4.000 heridos y 5.051 personas arrestadas arbitrariamente, según el informe de 2017 del Foro Penal Venezuela.
Ambos regímenes, en Nicaragua y Venezuela, han enfrentado una crisis de gobernabilidad producto de las demandas de grupos sociales integrados por una gran amalgama de ciudadanos –desde adolescentes hasta ancianos– que salieron a las calles casi a diario a protestar pacíficamente para restaurar la democracia.
Tanto Ortega como Maduro han perdido el apoyo popular. Ortega conserva apenas 20% del electorado, según la última encuesta de Cid Gallup, mientras que Maduro tiene más o menos el mismo nivel de apoyo popular de acuerdo con Datanálisis, por lo que han tenido que recurrir a los grupos paramilitares que portan armas de guerra como fuerzas de choque para reprimir a los manifestantes, auxiliados por la Policía Nacional en Nicaragua y la Guardia Nacional Bolivariana en Venezuela. Una experiencia transferida de la experiencia cubana de los Comités de Defensa de la Revolución para controlar la población. Asimismo, la actuación de los grupos paramilitares permiten a Ortega y a Maduro restringir la acción de condena de la comunidad internacional a sus regímenes por masacrar a la población, porque estaría en presencia de un conflicto interno entre grupos de civiles, de allí la importancia del trabajo de la OEA sobre lo crímenes de lesa humanidad en Venezuela.
La decisión de Ortega y Maduro de apropiarse de una revolución muerta, de sus consignas, de su retórica antiimperialista no gana nuevos adeptos. Solo mantienen en Nicaragua a “los viejos combatientes, colaboradores históricos, líderes de los sindicatos en escombros, remanentes de las organizaciones populares”, y en Venezuela a la facción pro cubana.
Ambos, Ortega y Maduro, recurren al nepotismo como política de Estado. Rosario Murillo y Celia Flores, esposas de Ortega y Maduro, integran el clan Ortega-Murillo y Maduro-Flores. Les gusta la buena vida. Además, la vicepresidente y primera dama de Nicaragua y Nicolás Maduro son seguidores del gurú Sai Baba, un líder espiritual indio fallecido en 2011, entre más sombras que luces.
En este sincretismo, Cuba juega un rol conductor. Cuba necesita todavía del apoyo venezolano para que pague la factura porque la economía cubana ha dejado de crecer, ha resurgido la escasez y las nuevas oportunidades de empleo y ganancias en divisas no aparecen. La opción de apertura de Barack Obama, Estados Unidos, no es posible con Donald Trump que frenó el deshielo, por lo que Cuba está buscando en Pedro Sánchez, España, llenar el vacío que va produciendo el país bolivariano, incrementando la inversión española en la isla, tercer socio comercial después de China y Venezuela. Muestras tanto, el sistema cubano se agarra de Venezuela, suministrando la inteligencia y el apoyo de seguridad al régimen de Maduro.
En el caso de Nicaragua, el recule de Ortega ante las gigantescas manifestaciones de repudio originadas por la reforma del seguro social, que consistía en reducir las pensiones en un 5% y aumentar el pago de la seguridad social tanto de empresarios como trabajadores, mostró la diferencia que tenía el régimen cubano en cuanto al enfrentamiento de las grandes protestas ocurridas en Venezuela un año antes. Fue hasta que el régimen nicaragüense sintió la pérdida del apoyo de los sectores empresariales y clero de la Iglesia Católica, los pequeños y medianos productores, la sociedad civil, los estudiantes, la juventud, las gente en los barrios, los campesinos, que la dirigencia cubano-nicaragüense-venezolana decidieron emplear la práctica usada en Venezuela: la represión violenta, la criminalización de las protestas y el terror.
El atrincheramiento en el poder de los clanes Ortega-Murillo y Maduro-Flores con Cuba proporcionado las guías de la represión política representan la “troika de la tiranía” latinoamericana del siglo XXI. Son “un poder en tiempo pasado que sigue matando desde el pasado, incompatible con el presente, pero más incompatible aún con el futuro”.
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