COLUMNISTA

El triunfo de los resentidos sociales

por Tulio Hernández Tulio Hernández

Los grandes diarios son un símbolo de la modernidad, la civilización y la democracia. También señales de identidad de ciudades y naciones. No se puede imaginar un ciudadano lector a Francia sin Le Monde. A la España moderna pos franquista sin El País. A Colombia,  la sufrida, sin El Tiempo El Espectador. A Argentina sin Clarín y  Página 12. Menos aún, un  domingo en Manhattan sin la voluminosa presencia de la edición sobrepeso de The New York Times.  

Tampoco  a la Venezuela el siglo XX, la que logró encerrar por un rato a los militares y construir una democracia, sin el aporte de El Universal, Últimas Noticias y, por supuesto, El Nacional.  

Pues, señoras y señores, tengo la obligación de informarles que en Venezuela todo eso se acabó. Que El Universal hace ya mucho tiempo que dejó de ser lo que quisieron sus propietarios originales, un periódico conservador de derecha, para convertirse, vía compra subrepticia, en un diario proselitista del chavismo. Un aparato publicitario donde el término periodismo es solo un simulacro.

Y que Últimas Noticias hace rato dejó de ser el diario con más pegada en los sectores populares, muy a su mandar en asuntos ideológicos, para convertirse, bajo la dirección  de un sacerdote del militarismo, en periódico oficial del PSUV.

Y, esta semana, como si no fuese suficiente, el único diario de circulación nacional que no había sido comprado con los petrodólares del chavismo, El Nacional, dejará de circular en su versión impresa luego de resistir por largos años la arremetida del gobierno militarista que ha condenado a Venezuela a convertirse en una cárcel sucia, fea y triste de un poco más de 900.000 kilómetros cuadrados.

Ha sido un largo calvario. El Nacional, sus periodistas y sus directivos han dado una de las mayores pruebas de resistencia al acoso, persecución y asfixia a la que la pequeña cúpula vanidosa e intelectualmente pobre de los rojos, hecha de militares de derecha y civiles fanáticos de ultraizquierda, ha sometido a un periódico que era el emblema de la democracia y el pluralismo venezolano.

Acosado con multas y juicios amañados, agresiones violentas contra sus oficinas, apedreamiento e incendio de sus automóviles, quema de sus equipos, y humillación y ultraje de sus periodistas, El Nacional ha sido el único diario de circulación nacional que no aceptó ser comprado para convertirse en  aparato ideológico de la dictadura roja.

El más fuerte acoso, propio de un Estado que monopoliza el acceso a las divisas extranjeras, ha sido el papel. El gobierno decide a cuáles periódicos les da papel y a cuáles no. Veintiséis diarios de provincia han desaparecido. El Nacional subsistió, pero ya no puede más.

Con la mayor parte de su junta directiva a en el exilio, reducido económicamente a su mínima expresión, acosado personalmente por Diosdado Cabello, un ser humano precámbrico que añora tener un hijo sin haberlo engendrado, El Nacional a partir de esta semana ya no será más un diario impreso. Pero lo será digital.

Así que es un triunfo relativo de la barbarie. Porque ni siquiera con todo el dinero en sus manos, el chavismo ha sido capaz de crear un diario que sea deseado y respetado por sus lectores. Ni siquiera regalándolo, ese engendro sin talento llamado Caracas, un diario gratuito, creación de Jorge Rodríguez, ha logrado convertirse en una referencia nacional.

Así que ya no queda nada. Las generaciones que vienen reconocerán la valentía de Miguel Henrique Otero, su familia y los demás accionistas de El Nacional: no cedieron ante los bastante más de 100 millones dólares que les ofrecían por regalarles  su periódico. 

Diosdado pasará a la historia como un hombre con un  mazo dando. Maduro, como un tirano lleno de poder sin sentido. Pero los nombres de Miguel Otero Silva, Arturo Uslar Pietri, Ramón J. Velásquez, José Ignacio Cabrujas, Guillermo Meneses, Pedro León Zapata, Adriano González León, Salvador Garmendia, entre otros cientos de grandes firmas, estarán siempre recordándonos que es mejor un escritor libre, “pequeño burgués” y extraviado, que un petit comité , de ultraizquierdistas ucevistas, carcomidos por el resentimiento social, tratando de hacer periódicos exitosos sin lograrlo.