Los acontecimientos acaecidos en el país a partir del 10 de enero de 2019 nos han llevado a una realidad impensable hace unos meses. Pasamos de la desesperación y el agobio al optimismo; transitamos de la aceptación y la sumisión a la construcción de un sueño, y caminamos de la tristeza a la ilusión de un nuevo amanecer.
El punto de inflexión fue el 23 de enero, fecha emblemática que representa la conquista de la democracia en aquel lejano año de 1958, pero que se rejuveneció y se vigorizó con la llegada de un muchacho, ingeniero, de nombre Juan Guaidó, que representa un liderazgo no contaminado, y quien por giros inesperados de la historia es el encargado de presidir la Asamblea Nacional, ya que le tocaba al diputado Freddy Guevara, asilado actualmente en la Embajada de Chile; por ende, este joven, no obstante su corta edad, le ha correspondido hacer frente a uno de los acontecimientos más importantes de la historia republicana de Venezuela: restituir la democracia, se dice fácil.
El diputado Guaidó se juramentó como presidente encargado de la República ante cientos de miles de venezolanos, ávidos y deseosos de un cambio, un cambio debido al vacío de poder producto de las elecciones presidenciales realizadas en mayo de 2018, que no fueron reconocidas por no respetar los parámetros internacionales ni nacionales en la ejecución de procedimientos comiciales, porque no hubo garantías para un proceso electoral transparente y equilibrado, debido a que se inhabilitaron tanto a candidatos como a partidos políticos, no se depuró el registro electoral, la convocatoria fue a destiempo y realizada por una institución, como la asamblea nacional constituyente, que también tuvo vicios en su proceso de selección de los constituyentistas, con un Consejo Nacional Electoral cuestionado por su inexistente imparcialidad política.
En pocas palabras, el gobierno escogió al candidato con quien iba a competir y lamentablemente algunos que se prestaron a ello ahora están pagando las consecuencias, porque pasarán a formar parte de los idiotas oportunistas que creen que ganan terreno en el campo político y son simples peones utilizados para legitimar un régimen oprobioso. Esto ocasionó que las elecciones fueran rechazadas por países de la comunidad internacional e instituciones como la Organización de Estados Americanos, la Unión Europea y los miembros del Grupo de Lima, más Estados Unidos y Canadá.
Ese acontecimiento generó ese vacío de poder y usurpación del cargo expresado en el artículo 233 de la Constitución, que establece que ante la falta de un presidente elegido le corresponderá al presidente de la Asamblea Nacional asumir el poder y convocar a elecciones en los próximos 30 días. Por ende, el diputado guaidó es el presidente encargado de la nación que ha logrado, con sus disertaciones muy concretas, es decir “cero paja”, aglutinar de nuevo a la oposición, llegar al alma de los venezolanos donde ha conseguido que retumbaran palabras que han acabado revitalizando ese sentimiento de cambio, de anhelos y de deseos para construir un país mejor, tres frases para la esperanza que identifican el momento histórico que estamos viviendo en la patria de Bolívar, “cese de la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres”.
Y los apoyos comenzaron a llegar, y tanto países del hemisferio como aquellos lejanos geográficamente expresaron la solidaridad hacia el pueblo venezolano, porque entienden que solo a través de un sistema democrático que garantice los derechos de los ciudadanos, que acate el imperio de la ley y que los diferentes poderes del Estado avalen la autonomía, es la forma de construir la libertad.
Es claro que esta condición es atípica, transitar en esta dualidad no le hace bien ni a la nación y menos a los venezolanos, y nos hunde en una incertidumbre, pero a la vez, si analizamos la realidad, podemos entender que esta situación es producto de cómo las instituciones que deberían velar para todos solo están al servicio de una parcialidad política.
En estos años los jerarcas bolivarianos se han esmerado en culpar a terceros de sus propios errores, una estrategia que les ha funcionado bien hasta ahora. Hay que abrir los ojos para entender que el socialismo ha sido utilizado para captar incautos, pensando que los iba a conducir hacia una mejor existencia y ha sido todo lo contrario: los han hundidos en la pobreza y desidia más profunda. Debemos estar claro, que esta forma de manejar el Estado, llevando a cuestas una ideología comunista, no funciona debido a que no es coherente con los principios fundamentales de la conducta humana; es decir, la libertad. Con el tiempo los venezolanos se han dado cuenta de que el socialismo es una fórmula para la tiranía y la miseria, prometiendo igualdad, progreso y seguridad pero, por el contrario, intensifican la pobreza, la miseria y el autoritarismo.
Lo que les duele a los revolucionarios, y no lo pueden ocultar, es que la principal diferencia entre el capitalismo y el socialismo es la siguiente: el capitalismo funciona, porque respalda la libertad y la prosperidad.
Ahora nos encontramos en un punto de no retorno; ojalá el desenlace político sea a favor de respetar lo más importante, la vida humana. Debemos luchar hasta desmayarnos para instaurar la tolerancia, que la lucha política sea dirimida en las urnas electorales, contando votos, que reine la sindéresis; debemos apartar del camino hacia la democracia a los extremistas, de ambos lados, para colocar las bases para la construcción de un mejor país, que permita combatir la escasez, que elimine la hiperinflación, que luche contra la pobreza y que nos señale el camino hacia la paz y la prosperidad. ¿Se logrará? Todos tenemos la esperanza en esas tres frases.