Un trecho difícil, doloroso y victorioso estos cincuenta y tantos días de faena cotidiana, en esta aguda fase de lucha contra el despotismo, pero que ya hace necesario redefinir o afinar algunas líneas de acción. A lo mejor las que siguen.
A medida que crece, y lo hace vertiginosamente, la pasión en nuestras protestas limita nuestra capacidad de sopesar racionalmente el camino y los medios para llegar a dar al traste con este gobierno criminal. Por supuesto que la ira y el coraje sin cálculos producen este insospechado empuje y expansión de la vejada voz de un país llevado a sus límites, con una fuerza que seguramente ha conocido muy pocas veces en el pasado. Esta es la materia prima del necesario y radical viraje histórico para evitar la decadencia definitiva de la república en manos de sus verdugos. Pero sería igualmente irresponsable no ver los peligros que la radicalización, sobre todo violenta y serializada, siempre atizada por la infame represión gubernamental, puede acarrear para mantener el perfil que la mayoría de la oposición organizada ha definido para su proyecto político, pacífico, masivo, crecientemente incluyente.
Creo que era muy difícil hace unas pocas semanas predecir cómo se ha llenado el mapa nacional, hasta sus más alejados y pequeños espacios, de esa gigantesca avalancha de rebeldía que enfrenta la ferocidad armada y hace temblar la osamenta de un despotismo sembrado durante casi veinte años y que ha roto literalmente el país. Pero justamente ese carácter aluvional es el que produce el efecto de descentrar en buena medida la unidad opositora; dicho de otra forma, que la dirigencia de la MUD vea producirse amplias acciones fuera de su control y que se distancian de sus designios y objetivos. Por supuesto, no para coartar la espontaneidad y pluralidad de un movimiento que por su naturaleza misma no puede ser monocorde y centralizado en exceso, sino porque es difícil armonizar ambas tendencias si se alejan demasiado y se contraponen. Por ello necesita nuevas síntesis que entiendan la necesidad de muchos de estos fenómenos y los valores y los excesos que implican para dialogar con ellos y tratar de integrarlos a sus líneas mayores.
Valga al respecto el ejemplo reciente de la marcha por la salud, que como es obvio pretendía reunir el mayor número de trabajadores del área y tenía un alto contenido simbólico, la más dramática de nuestras penurias, y fue limitada en su significación y hasta en su desarrollo por un conjunto de “trancas” y protestas paralelas por lo visto no concertadas. Tanto que generó reclamos, en tiempo real, de Capriles y otros dirigentes. Roces inevitables y superables en el difícil camino.
Ahora bien, el gobierno ha jugado esta semana una de sus cartas mayores: la presentación ante el CNE de las bases comiciales para la constituyente mussoliniana y su aceptación exprés, a pocas horas, por el lacayuno CNE con todo y acompañamiento de un cínico y cursi llamado a la paz y el amor de Tibisay Lucena, para engalanar ese misil bélico. Se completa el plato electoral con un llamado a las elecciones regionales para diciembre, en plena acción de la constituyente, la cual, soberanísima, podrá postergarlas, anularlas, mussoliniarlas, o lo que quieran sus titiriteros. La Asamblea ha respondido cabalmente rechazando cualquier participación y solicitando un irónico referéndum sobre la pertinencia de esa asamblea todopoderosa que ha de arreglar nuestras vidas según la visión del mundo de Maduro y su banda. En definitiva, los juegos están hechos, parece. Lo cual es un nuevo reto, político, para la MUD y que ya no es solo de calle. A lo mejor una oportunidad para atender uno de los factores mayores de este enfrentamiento sin retorno: la frágil cohesión del PSUV que tantos signos da de sus fracturas.
Como igualmente la inminente reunión de cancilleres de la OEA para ponernos en la mesa de disección ha de necesitar de mucha atención y astucia para ser realmente aprovechada. Sabemos que la salvación no va a venir mágicamente de afuera, pero sí vientos muy fuertes que pueden horadar el poder ya ilegítimo de la cúpula dictatorial y sus cañones. Trabajo por hacer.
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