COLUMNISTA

La traumática salida de PPK

por Carlos Alberto Montaner Carlos Alberto Montaner

El Comercio de Lima titula sabiamente su editorial sobre la renuncia del presidente del país: “Historia sin héroes”. Así es. No hay una pizca de grandeza. La tragedia se convirtió en farsa.

Pedro Pablo Kuczynski (PPK para impedir esa tortura ortográfica) renunció el 21 de marzo antes de que lo sacaran del poder. El 22, como advirtió Alan García, el Congreso habría votado la vacancia, algo parecido al impeachment. Perú es un país muy bronco y él era un presidente muy débil con una mínima presencia en el Parlamento.

La crisis era inevitable. Estuvo 20 meses en la presidencia, estaba a escasas semanas de cumplir los 80 años de edad, y, en realidad, PPK no se parecía mucho al país. Hijo de un médico judío alemán que se le escapó al nazismo y de una acomodada burguesa suizo-francesa de apellido Godard que se le escapó a las películas de su sobrino Jean-Luc, uno de los genios del cine francés de los sesenta.

La familia de PPK es tan atípica que si uno hurga brevemente en las hemerotecas descubre un artículo en El País escrito por Luis Esteban Manrique, en el que encuentra espías importantes al servicio de la URSS, y confirma que PPK estudió en Inglaterra y en Princeton, que está casado en segundas nupcias con una gringa, Nancy Lange, prima de la famosa actriz Jessica Lange, y trabajó en el Banco Mundial antes de crear su propia firma de banquero de inversiones.

PPK fue triturado por su propia falta de principios y por la familia Fujimori, protagonista de una tragedia japonesa digna de Akira Kurosawa, mucho más imponente que las griegas.

Hace varios meses Keiko Fujimori le tenía preparada una encerrona parlamentaria a PPK, pese a no ser ella miembro del cuerpo legislativo. Pero se interpuso su hermano Kenji, congresista con fama de brutote, pese a no serlo, quien consiguió una decena de congresistas de la bancada fujimorista que se negaran a destituir a PPK, con lo cual desaparecía la mayoría.

Keiko perdió la partida… en ese momento. A los tres días de su victoria, PPK firmó un decreto de indulto y Alberto Fujimori salió libre. No hay quien crea que no se trataba de un quid pro quo. PPK lo sacó de la cárcel a cambio de prolongar su vida política. Una especie de Fausto del Tercer Mundo que respondía a la idea de que la primera regla de quien ostenta el poder es mantenerlo, aunque sea a costa de vender su alma al diablo.

En esta oportunidad volvió a suceder, y trató de utilizar los mismos resortes para evadirse del cerco, pero no le salió bien. Como sucedió con Montesinos, hay pruebas fílmicas del intento de compra a los parlamentarios. Keiko, finalmente, pudo hundir a PPK y vengarse de Kenji, ahora sí de una manera definitiva, pero al costo de afectar los cimientos institucionales del país.

La pregunta clave no es qué hará PPK en el futuro, entidad de la que carece, sino que pasará con el fujimorismo, ahora que el ingeniero está libre y su fuerza política escindida entre sus dos hijos, Keiko y Kenji. Hasta hoy las elecciones peruanas se definían contra la izquierda populista o contra el fujimorismo. Así salieron elegidos Alejandro Toledo, Alan García, Ollanta Humala y Pedro Pablo Kuczynski. Pero las próximas elecciones pueden ser diferentes.

En la década de los ochenta del siglo XX el politólogo español Juan José Linz, profesor en Yale, escribió un ensayo sobre la fragilidad del sistema presidencialista y su incapacidad para encajar las crisis, frente a la fortaleza que mostraban las naciones que habían adoptado el modelo (aproximadamente) británico. El Caribe insular colonizado por los ingleses, incluso la Guyana continental, aunque no fuera un ejemplo de desarrollo económico, al menos tenía una tradición de gobiernos civilistas y de respeto a las libertades.

De lo que no puede existir la menor duda es que un sistema parlamentario habría salido de un primer ministro incómodo sin tantos aspavientos. O acaso los peruanos deben recurrir a un mecanismo electoral como el griego, que dota a los jefes de gobierno de un número importante de congresistas, de manera que el presidente no quede desprotegido ante el Parlamento. Lo que no es conveniente es colocarlos en el foso de los leones porque se ha comprobado que se los comen.