La semana pasada señalé lo que son los ejes fundamentales del proceso de transición: el grado de violencia y la mayor o menor legitimidad del proceso. Al considerar el primero, planteé que la violencia dependerá del grado de resistencia del régimen a su reemplazo. El ideal sería, por supuesto, una salida consensuada con Maduro y los jerarcas rojos, a través de una negociación que les colocara el puente de plata en su huida. De no ser así, algún nivel de violencia habría, lo cual dependerá del balance de fuerzas sociales y militares, nacionales y –eventualmente– internacionales si Maduro busca distraer con provocaciones en el vecindario o si marcha una operación humanitaria internacional a juro.
La legitimidad, por su parte, es esencial para comunicarle estabilidad interna y apoyo internacional a un gobierno de transición. Un atentado como el que supuestamente se habría intentado con los drones en la avenida Bolívar mereció una censura internacional amplia y ningún apoyo de la oposición en sus más variadas expresiones. Nadie puede decir qué habría pasado de haber obtenido los objetivos presuntamente planteados; pero lo cierto es que al nivel de posibilidad que llegó careció de legitimidad y apoyo. Esto demuestra que, como diría José Alfredo Jiménez en el vozarrón de Pedro Vargas: “Que no hay que llegar primero/ pero hay que saber llegar”.
La transición solo se alcanzará por una combinación de esclarecido liderazgo civil que no transija en los objetivos de desterrar el régimen encabezado por Maduro; un inequívoco compromiso de los militares institucionalistas y patriotas, y un respaldo internacional sólido. No hay transición sin los militares, pero la transición no debería ser encabezada por los militares. Desde el inicio, el liderazgo civil debe prevalecer.
Por supuesto que todos los sectores deben participar en esa transición; sin embargo, esa noción que circula según la cual el ex chavismo debería liderar para hacer más potable el proceso es totalmente inviable. Tengo la impresión de que una sociedad tan golpeada ni lo querría ni lo aceptaría.
La transición debe conducir a elecciones libres. Para lograrlas hay que estabilizar el país, solucionar la emergencia en materia de alimentos, medicinas y seguridad, y hacer cambios drásticos en las instituciones, con un programa factible de recuperación y modernización económica, lo cual requiere algunos meses por lo menos. De lo contrario, los nuevos gobernantes serían derrocados en un dos por tres.
Tarea ardua, dura, pero que puede lograrse con la sonrisa que inspira la esperanza.