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¿Transición con luz?

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El gigantesco apagón que mantiene paralizado al país es nuevamente una ocasión de las que tiene acostumbrado el chavismo-madurismo para justificar su ineficiencia por la acción imperial y el saboteo. Hay que ser bien “tonto” –y no cabe otra palabra– para creer que repetitivos apagones que datan de más de diez años en el país puedan continuar justificándose bajo mentiras y poca transparencia. Sí, ciertamente, el contexto político de estos días, hace todo sospechoso. Pero es evidente – ya desde hace mucho tiempo– que existe una creencia del régimen de pensar que sus ciudadanos son ignorantes y muy flexibles al convencimiento de separar los buenos de los malos, sobre todo cuando abunda la propaganda y la manipulación de conciencia.

El apagón ocurrido y sus efectos es una característica del subdesarrollo y no precisamente de la “Venezuela Potencia” que una vez nos quisieron hacer creer que veríamos. Un país donde recurrentemente existen fallas eléctricas no puede fomentar la productividad, y mucho menos incentivar la inversión nacional y extranjera. Nadie invertiría allí para perder. Y más importante que eso, es la imposibilidad de  garantizar los servicios básicos y humanos como son la salud y la educación. No existe manera de justificar que un país petrolero con las mayores reservas probadas del mundo y en el siglo XXI pueda en lugar de garantizar la generación y suministro de electricidad, generar un caos en la sociedad como si ella fuese del siglo XIX.

Esto da cuenta de las características del Estado que el país posee; ineficiencia, falta de transparencia y carencia de planes prospectivos. Es imposible atender los problemas suscitados por el aumento de la demanda eléctrica y del consumo de agua y los problemas relacionados con el impacto ambiental con un Estado donde impera la corrupción, que posee poco conocimiento técnico y que no planifica en función del diagnóstico real de los problemas. Y la ineficiencia es tal que aun en condiciones en las que la demanda de consumo ya no la lidera la clase media –como sí ocurría antes– dado que el poder adquisitivo ha mermado estrepitosamente, y en consecuencia la compra de electrodomésticos ha ido en descenso, y en las que además la actividad industrial ha disminuido, no se ha podido evitar la línea ascendente de la recurrencia y magnitud de los apagones en el ámbito nacional.

Los ciudadanos que no acompañan a este Estado que es poco inteligente, saben que la tendencia de la demanda de electricidad aumentará con una gran rapidez, y ello requiere de una muy alta inversión para la instalación de nuevas líneas de transmisión. Según algunas proyecciones, el consumo de electricidad solo en América Latina aumentará más de 70% para el 2030. En este contexto, poder evitar apagones y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero requiere de un Estado que fomente el desarrollo de fuentes renovables a través de la energía eólica, solar y geotérmica. En Venezuela, no es que el desarrollo de estas energías haya sido ignorado por el chavismo-madurismo, es que se ejecutaron recursos para la construcción de parques eólicos en Paraguaná y la Guajira. ¿Dónde están los reales? 

El problema del suministro de electricidad no es cualquier cosa para quienes asuman el poder político en la transición. Tampoco es cierto que este problema se deba reducir solo a la capacidad financiera y de inversión del Estado, y menos es cierto que la falta de electricidad se deba a la falta de infraestructura. En un Estado inteligente el problema central de los apagones debiera abordarse por la falta de capacidad científica, técnica y tecnológica. Y es desde allí y no al revés de donde debe atacarse el problema. Si el país no cuenta con los expertos y técnicos necesarios y suficientes en el campo de la ingeniería eléctrica e hidráulica, si las universidades no desarrollan mayor investigación y reforman sus estructuras curriculares en concordancia con los cambios tecnológicos y las nuevas aplicaciones en estos campos, y si además no se crea una capacidad prospectiva desde el Estado para monitorear los efectos del cambio climático y responder con planes de corto, mediano y largo plazo, entonces no será posible ni ahora ni nunca lograr un equilibrio en la solución del problema.

No se puede subestimar a estas alturas que la infraestructura hidroeléctrica se basa fundamentalmente en tecnologías maduras, las cuales después de un cierto tiempo y por su obsolescencia, deben ser reemplazadas por tecnologías y aplicaciones técnicas novedosas. Y todo ello requiere de un conjunto de conocimientos geológicos, de obra civil y ambientales. Y esto último será el fenómeno que agudizará el problema de la electricidad mundial: sequías más prolongadas, huracanes más frecuentes y agresivos, desequilibrios en los ecosistemas y olas de calor más intensas.

De manera que, para los que promueven la transición y el Plan País y por ende solucionar el problema de suministro de electricidad, no es recomendable enfocar los problemas solo desde la economía, y sobre todo enfocados al 100% en salvar la industria petrolera para crear capacidad financiera. El salto que el país puede dar dependerá más de fomentar la creatividad y la inteligencia que el de continuar “sembrando el petróleo”. Ello se podría lograr priorizando lo científico-tecnológico como política de Estado en lugar del tecnicismo económico ortodoxo.

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