Nicolás Maduro, desesperado porque el poder se le esfuma entre la humareda tóxica de los gases lacrimógenos que a mansalva lanza contra el pueblo, no halla qué más inventar; en su empeño por terminar de disolver la Asamblea Nacional se radicaliza, quema sus últimos cartuchos y consuma su autogolpe de Estado al convocar la trampajaula de una asamblea nacional constituyente comunal, cuyos asambleístas serían designados por unas comunas que ni siquiera existen en la Constitución, lo que constituye de por sí un tremendo fraude y un gran atropello frente a la disidencia que representa más de un apabullante 80% y que exige la salida de Maduro, frente a 17% del chavismo.
Quién puede creer a estas alturas que esos constituyentes comunales actuarán libremente, cuando esos acólitos estarán allí para seguir órdenes. Maduro está obligado a convocar a un referendo consultivo para preguntarles a los venezolanos si desean realizar esa constituyente tramposa.
Debemos recordar que en 1999, cuando Hugo Chávez asumió la Presidencia de la República, juró sobre la Constitución de 1961 –a la que calificó de “moribunda”–, y ese mismo día llamó a una asamblea nacional constituyente. En julio de ese año, a través de un sistema electoral fraudulento, obtuvo 97% de los miembros y pudo someter entonces al resto de los poderes constituidos del Estado, fue en ese momento cuando uno de los cinco constituyentes electos nominalmente, Jorge Olavarría, denunció que eso significaba un golpe de Estado.
Esa ANC eliminó el Congreso Nacional, las asambleas legislativas, los concejos municipales, intervino el Poder Judicial y suspendió las elecciones municipales, designó a un nuevo fiscal y a otro procurador de la República y nombró nuevos rectores del Consejo Nacional Electoral, ¡una pelusa! Fue una tremenda embestida al Estado; para más inri, el Tribunal Supremo de Justicia le dio a la constituyente facultades originarias y Hugo Chávez pudo barrer todas las instituciones, adueñarse cómodamente del país hasta su muerte, y nos dejó como heredero a Nicolás Maduro, su verdadero legado, para que impusiera el Plan de la Patria y consolidara un período dictatorial.
En este punto estamos. Depende de la firmeza que demuestre la dirigencia opositora, apoyada en la voluntad de cambio exhibida en las calles por la mayoría de los venezolanos, que esta situación ignominiosa no desemboque en un callejón sin salida. Esa constituyente comunal anunciada para las próximas semanas es una artimaña para burlar la voluntad popular e investir de legalidad constitucional a la dictadura.
La oposición luce en este momento unida en el objetivo de sustituir el régimen. El contundente llamado a la rebelión que hizo el lunes el presidente de la Asamblea Nacional, Julio Borges, debe comprometer a todos los factores políticos en la aplicación del artículo 350 de la Constitución –el primero que será eliminado si se instala la constituyente comunal–, que consagra el derecho natural del pueblo a la desobediencia y la resistencia contra la opresión.
La resistencia no violenta es el mecanismo para enfrentar el asalto que pretende perpetrar el ilegítimo narco-régimen. Con su discurso, en el cual hace un llamado a la Fuerza Armada Nacional a no respaldar el golpe de Estado y a que se pronuncie en defensa de la Constitución, Borges se coloca de cara a la historia, porque el desenlace final no se producirá sin su concurso. La ambigüedad del discurso en algunos dirigentes opositores en la MUD, que rechazan la participación de la FAN en el complejo proceso de transición que se avecina ha retrasado la aparición de esos actores que serán fundamentales para la restauración democrática y que esperaban una señal como la de Julio Borges. Es el momento, ¡ahora o nunca!
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