Los venezolanos hemos sido silenciados por la represión de la protesta que ha dejado más de 200 asesinados (mayoritariamente jóvenes) y más de 5.000 ciudadanos (solo desde 2017 según el Foro Penal) que han pasado por las cárceles por motivos políticos (hoy siguen más de 200 sin libertad); la creciente inseguridad permitida y estimulada desde el poder con 300.000 homicidios aproximadamente (cifras desde 1999 según el Observatorio Venezolano de la Violencia), por no hablar de las violaciones, heridos, secuestrados y pérdidas materiales; de la censura de los medios de comunicación, el enjuiciamiento y encarcelación o “exilio” de muchos que han criticado esta situación; por la compra de la obediencia al controlar los medios para alimentarse en un ambiente de hambre (hiperinflación y escasez); y lo peor de todo: por la siembra del escepticismo y la frustración: muchos no creen en nada ni nadie, siendo este el último paso para convertirnos en dóciles corruptos.
Desde esta trágica perspectiva sé muy bien que es osado pedir que alcemos la voz ante el inconstitucional adelanto de las elecciones presidenciales (22 de abril) y la inexistencia de las condiciones para que estas sean libres, limpias, justas y democráticas. Pero es que si no lo hacemos el mal se perpetuará en nuestra nación y en nuestras conciencias. Todo aquello por lo que nos quejamos diariamente –aunque en voz baja– se fortalecerá, porque no seamos ingenuos: la dictadura no caerá por su propio peso y el apoyo de la comunidad internacional no se dará si no demostramos nuestra indignación. Es un deber el pronunciarnos, aunque sea de las formas más humildes pero hacerlo y en unidad.
Hace unos días fui al médico –¡Oh milagro! ¡Oh qué miedo!– y este me dijo que en Venezuela ya no podíamos hacer nada: “Ni hablar, ni votar, ni quejarnos, ¡nada!”. Yo le reclamé: ¡Cómo qué no! Siempre nos queda la palabra e incluso, cuando la perdemos, tenemos la actitud que nuestra formada consciencia nos inspira. El silencio entendido como pasividad es la peor opción ante la autocracia con pretensiones totalitarias.
El mundo nos está mirando y los apoyos van creciendo día a día, ¿vamos a desaprovechar esta oportunidad? No propongo acciones absurdas o suicidas, sino el apoyo de todas las iniciativas que tengan como meta la unidad de los demócratas. ¡Basta ya de hacerle oposición a la oposición! ¡De la crítica destructiva y sin sentido! Muchos dicen que no pueden hablar, pero no paran de criticar a los líderes de la Mesa de la Unidad Democrática. Una cosa es la discusión de propuestas y la crítica de los errores, pero otra el permanente descrédito. Por solo dar un ejemplo: hace unos días 3 jóvenes me dijeron que Julio Borges «es un vendido» y yo le pregunté: ¿Cómo se explica que no firmara el acuerdo con el gobierno en República Dominicana si él «es un vendido»? La respuesta fue: «Para mantener las apariencias». Esta forma de pensar supera toda racionalidad, es expresión del escepticismo al cual hacíamos referencia anteriormente. No podemos caer en ello. Pronunciarse ante la dictadura es no aceptar que ella puede envilecernos.
Algunos me dicen que “no son nada para que su protesta sirva de algo”, pero siempre se puede aportar. Podemos ser esa bola de nieve que genere la avalancha, el grano de arena, la semilla, la gota… ¡Aunque sea háganlo por su consciencia! ¡Por el deber moral de decir no! ¡Por demostrar que somos seres humanos con dignidad! Hay que hablar con nuestros familiares, amigos, conocidos y con quien tengamos al lado; y presionar a toda institución o grupo al que pertenezcamos para que hagan una declaración pública.
Ya la Iglesia Católica, por medio de la Conferencia Episcopal Venezolana, se pronunció el 29 de enero pasado cuando declaró que es una convocatoria “impuesta” (distractora del hambre que sufrimos) y llamó a la oposición a lograr la unidad que exija las condiciones electorales mínimas, como la reestructuración del organismo electoral. El 6 de febrero fue la Asociación Venezolana de Rectores Universitarios, que en sus considerando advierte: “No existe garantía de imparcialidad, transparencia, igualdad y equidad en el desarrollo de una elección” y acuerda rechazar la convocatoria para el primer cuatrimestre debido a que dicho tiempo viola la Constitución, y le pide a la oposición que logre con la sociedad civil “una estrategia común para el restablecimiento del Estado de Derecho venezolano”. Son dos ejemplos que claramente muestran lo que todas las instituciones del país deben hacer de inmediato para que la presión tenga efectos reales.
Las elecciones en una dictadura siempre generan el dilema ¿votar o no votar? Creo que la mejor estrategia en este momento no es centrarnos en dicho dilema sino buscar la unidad al mismo tiempo que exigimos las condiciones para que nuestro voto sea tomado realmente en cuenta. Para ello sería ideal elegir a un líder (candidato presidencial) que aproveche la campaña para movilizar a la población en pro del cambio.
La lucha por una elecciones libres permitirá unir a los que han dejado de votar y los que creen en este mecanismo así se lo roben, pero debemos ir más allá y crear un proyecto de país que nos llene de esperanzas y supere el clima de frustración. Ese líder junto a todos nosotros, los demócratas, decidiremos al final (no al principio) si participar o no, y eso dependerá del logro de las condiciones y las recomendaciones que al respecto nos ofrezca la comunidad internacional. El voto no es el fin sino un medio para lograr la transición a nuestro sueño, que es la democracia. Y esto dependerá de que tú y yo nos pronunciemos en palabras y hechos.
Finalizo recordando que hoy es Miércoles de Ceniza: un buen momento para renovar nuestra espiritualidad y llenarnos de fuerza y ánimos. Recordando a nuestro querido San Juan Pablo II, que nos dijo: “¡No tengas miedo! ¡Despierta y reacciona!”.
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