El jueves 10 de enero de 2019 tendremos una cita con el futuro. Se producirá un vacío de poder; concluye la más siniestra y fracasada gestión de gobierno que conoce la historia venezolana, pero el régimen tratará de mantener fraudulentamente su hegemonía. Se perfilan, entonces, fuertes vientos de confrontación. Debemos concurrir a esa cita con nuestro destino, muy bien preparados y persuadidos de que la conjunción de la acción política con la protesta social es una fuente de sinergia para darle “músculo “político a la acción opositora y fortalecer así los planteamientos, las exigencias y las posibilidades para ganar la lucha por una Venezuela más justa, racional e inclusiva.
Este malhadado régimen no puede ni debe continuar en el poder. La hecatombe económico-social que padecemos y que ha causado este putrefacto gobierno durante los tres lustros y fracción que lleva en el poder, ha sido la secuela de costosos errores conceptuales y de una inexcusable ineficiencia operativa de la frondosa burocracia al servicio del gobierno. Ha sido el indeseable producto de una visión, perversamente equivocada, del modelo de conducción del país y de su economía lo que ha generado la hiperinflación que destroza nuestros ingresos y nuestra capacidad adquisitiva; la pérdida de una importante porción de la capacidad productiva nacional; escasez estructural; desinversión, desempleo, despilfarro de los recursos y la más escandalosa corrupción.
El malestar generalizado que esta situación genera en la población se manifiesta diariamente a través de las múltiples protestas sociales que realizan a lo largo y ancho del país las personas afectadas por la acción errática, o por la indolente inacción, del gobierno. Asimismo, los resultados que revelan las recientes encuestas de opinión, arrojan catastróficos resultados para el régimen y su desempeño.
Casi siempre, la respuesta gubernamental a los justos reclamos de la gente es ignorar las protestas, reprimirlas, acosar, amenazar y hasta encarcelar a los dirigentes de la mismas. Otras veces, la respuesta gubernamental es atender, a medias, los reclamos y arbitrar medidas puntuales que no resuelven los problemas de fondo planteados por la inoperancia y el fracaso del modelo económico que se ha venido aplicando. Igualmente, el establecimiento de más controles y regulaciones a la sociedad venezolana se inscriben en el fallido ejercicio gubernamental para enfrentar la crisis. En otras palabras, esas soluciones de “paños calientes” no resuelven los desbarajustes estructurales del modelo y una y otra vez reaparecen los desequilibrios y nuevamente la gente sale a manifestar su descontento para tratar de obtener algunas concesiones del gobierno que morigeren, en parte, los negativos efectos de tales exabruptos.
La conflictividad social intermitente, en ocasiones aislada, esconde, sin embargo, que no se trata de una lucha reivindicadora individual, sino la sumatoria de los problemas de todo un colectivo que se siente impotente y no encuentra en las políticas gubernamentales respuesta adecuada para la satisfacción de sus necesidades. Las tensiones sociales y políticas se están peligrosamente acumulando, lo que presagia el desencadenamiento de una situación cuyos componentes y desenvolvimiento no son susceptibles de ser previstos.
Es menester, entonces, establecer un hilo conductor que permita imbricar la acción política opositora con las luchas sociales que diariamente se libran en el país. Debe haber un encuentro entre política y sociedad para que la protesta social amplíe su perspectiva y se encauce hacia su verdadera motivación, que no es otra sino el relevo de este oprobioso régimen y el consecuente cambio del modelo de desarrollo que nos ha sido impuesto. La dirigencia opositora, así como importantes actores sociales, deben hacerse presentes y participar plenamente, acompañando con la acción y la palabra esas legítimas manifestaciones de inconformidad. El reto es, ante todo, estar al lado de las protestas y de los que protestan, enriqueciendo los caminos y derroteros por los que hay que transitar sistemática e inteligentemente para obtener los resultados deseados. Es enfrentar pluralmente al mediocre autoritarismo gubernamental, a sus injusticias, a sus arbitrariedades, su cleptomanía, su violencia criminal, sus ilícitas manipulaciones, a la pobreza y al irreparable daño material y dolor social que su gestión causa y ha causado entre los venezolanos. La dirigencia opositora, además de referirse a los grandes temas que sacuden el acontecer nacional, debe dedicar tiempo y acciones para consustanciarse con las necesidades del hombre de a pie y estructurar un programa de acción política en el cual las protestas sociales constituyan no hechos aislados sino que formen parte fundamental de la lucha política que la disidencia nacional libra contra el régimen. Actuar con la visión global que el reclamo que se produce en un remoto pueblo por determinadas reivindicaciones, igualmente forma parte del planteamiento opositor por la democracia y contra el totalitarismo. El conflicto venezolano es uno solo y así debe ser interpretado. La dirigencia de la sociedad civil debe estar en la calle aupando con su presencia y su discurso plural la necesidad del cambio de un modelo socio-político estructuralmente decadente y empobrecedor, altamente dependiente de un mamotreto de Estado y de la corrupta élite que allí medra y domina, que roba descaradamente, subyuga, acosa y reprime, pero que no resuelve los acuciantes problemas de los venezolanos.