COLUMNISTA

De toda legitimidad

por Leopoldo López Gil Leopoldo López Gil

Han pasado cosas en Venezuela que nos obligan a leer y releer nuestra Constitución, las leyes y el diccionario de nuestra querida lengua, el español.

Tal es el caso del cargo de la primera magistratura, la de comandante en jefe de la Fuerza Armada, de la presidencia del Poder Ejecutivo, del representante del pueblo y muchos otros cargos que han caído en el torbellino de las interpretaciones para lograr de forma inequívoca la posibilidad de torcer la verdad hasta acomodarla a viles intereses.

Un dicho de los antiguos romanos sobrevivió los siglos para explicar la esencia y fragilidad de eso que llamamos “verdad”, dice así: “Veritas est id quod est”, como decimos hoy: “La verdad es lo que es”. Hay, por lo tanto, una sola verdad sobre un hecho, no diez ni dos, solo una.

Para llegar a la verdad es imprescindible analizar el hecho y pasarlo por el tamiz del intelecto, proceso monopolio de los humanos, pues para los animales es imposible ya que carecen de este, probablemente para su felicidad; pero los humanos sufrimos cuando dudamos de la veracidad, y por eso utilizamos muletas para tolerar una frágil aceptación de la verdad.

Vemos que si alguien se viste de cura debe ser un religioso, si lleva uniforme de capitán del ejército debe ser capitán, si de obrero se adorna damos por hecho que su labor sabe acometer con destreza y habilidad.

Pero gracias al Señor el intelecto nos habilita para ir más allá de los símbolos, no todos los que visten de preso son culpables, no todos los que se arropan bajo togas son magistrados.

Hemos vivido unos días de acaloradas discusiones que versan sobre un fulano juramento, y pocos dan cabida al razonamiento. Un juramento es una liturgia para celebrar un culto, un símbolo, una representación, pero no es el culto ni lo sustituye.

En Venezuela, la de siempre y la bolivariana, se establece que su presidente es solo quien haya sido elegido en comicios, y que ejercerá sus funciones por un período bien establecido. Si alguien celebra un juramento con otros orígenes simplemente usurpa el cargo.

El representante de la soberanía ciudadana, el soberano, no es producto de un ensamblaje teatral ni de falsas elecciones. El intelecto no traiciona, por eso el dicho: “Si tiene pelos en el rabo, camina como burro y rebuzna, burro es aunque lleve silla”. Si se juramenta sin serlo, es usurpador.

El falso e ilegítimo juramento, ante la situación actual de la Presidencia de nuestra Venezuela, solo ha confirmado ante los ojos y oídos del mundo su falta de calidad como representante del soberano, solo es un dictador.

El que está arropado por la legitimidad, representación y lealtad de su pueblo no tiene necesidad de liturgia para vestirse con el cargo.

Ya cantábamos antes: “Aunque la mona vista de seda, mona se queda”.