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En tierra de nadie

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Un filme que satirizaba la paranoia de la Guerra Fría anunciaba en su título: “¡Que vienen los rusos!”. Hoy se puede decir que los rusos llegaron a Venezuela y que despiertan las mayores sospechas, al contarse por tropas de cientos.

¿Me leerá algún mercenario soviet por acá? ¿O la inteligencia represiva hace su trabajo con algoritmos y programas propios de un cortafuegos chino?

Nunca imaginé que protagonizaría una suerte de réplica personal y colectiva de los largometrajes que consumí sobre la era de bloques.

La fractura bipolar del mundo ha regresado al tapete de la opinión pública, de forma indeseable para los compatriotas de bien.

La crisis de los misiles ha sido analizada por los estudiosos del caso nacional, a propósito de las nuevas malas noticias que reporta el patio criollo.

Recomiendo, por tanto, una película que nos interpreta en la actualidad a la distancia, 13 días, la cual pudo sopesar el hecho desde una visión ajustada a la narrativa de origen anglosajón.

Hollywood cuenta su historia, entre buenos y malos, permitiendo ventilar un problema que antecedió a nuestro conflicto.

A falta de información coherente y fidedigna, los ciudadanos responden con el esbozo de teorías de conspiración, cuyas conclusiones nunca deben tomarse como verdades y aciertos de la reflexión.

Vean el excelente canal de Youtube de Joaquín Ortega, quien desmonta la débil estructura discursiva de los diseñadores de propagandas y potes de humo.

En efecto, la dictadura capitaliza el estado de emergencia y excepción, poniendo a correr sus versiones en las que nadie confía.

Jorge Rodríguez continúa redactando el libreto orwelliano y neonazi de Miraflores, acusando a una mentada “derecha” de causar los desmanes que provocó la hecatombe socialista.

Se vive, entonces, en un país de apariencias y fraudes que evoca el aislamiento dramático de una cinta como Good bye Lenin, donde se negaba el derrumbe del Muro de Berlín y el fin de la distopía comunista, para proteger la estabilidad mental de una familia alienada.

Los chavistas se enajenan de igual manera cuando optan por comprar el paquete de mentiras y argumentos falsos que se difunden en VTV, buscando tapar la calamidad económica y el colapso del sistema eléctrico, atribuyéndolo a un supuesto complot que carece de sustento.

La gente sabe que la culpa la tiene el gobierno ineficiente de Maduro. Pero los niños grandes del comunismo bolivariano prefieren que les metan embustes.

Por último, el fascismo impone un modelo de relatos y fake news que beben de la fuente tóxica de los noticieros del ICAIC cubano.

El director Santiago Álvarez filmaba, cámara al hombro, la gesta de cómo Fidel aplacaba ciclones e invasiones por medio de su intercesión casi milagrosa. En una de superhéroes rojos.

Nicolás copia, con recursos digitales, la épica del barbudo en un plan de paternalismo mesiánico. En la fabricación de semejantes espejismos, la revolución derrocha el dinero que no hay para medicinas.

El cineasta Carlos Caridad, en dicho sentido, asegura que Caracas repite el formato de La Habana durante el tristemente célebre periodo especial.

Me consuela recordar que los polacos también pasaron por esto y que lo superaron con tal éxito que lograron filmar obras maestras de la disidencia como Cold war.

Lástima que, en la actualidad, el paisaje sea más parecido al de la película En tierra de nadie. Es decir, seguimos esperando por una ayuda humanitaria e internacional que no termina de llegar, al igual que la solución del problema de fondo.

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