Un tema recurrente en la mente de los venezolanos de hoy es el tiempo adicional que debemos soportar la tragedia del socialismo bolivariano. La pregunta surge en cualquier espacio: ¿Cuánto tiempo más tenemos que esperar para logar un cambio? ¿Qué otros sufrimientos debemos padecer para que se produzca la salida del poder de la camarilla roja?
Los venezolanos en más de un siglo no habíamos padecido un clima de desesperanza, de frustración, de ruptura familiar, de pobreza y violencia como el que nos ha traído la revolución. Ese daño lo ha descrito, recientemente de forma magistral, mi amigo Laureano Márquez. En su artículo “El mayor daño”, ha expresado: “El mayor daño lo ha hecho (el chavismo) en la demolición del alma nacional, de la esperanza ciudadana, de la dignidad de un pueblo. También han sucumbido –en este asalto a la cordura– el sentido común, la bondad, la tolerancia, la compasión y el respeto. El mayor daño ha sido hecho en nuestros corazones, que se han vuelto incrédulos, desconfiados; que solo ven maldad y traición por todas partes. Ya no confiamos en nada ni en nadie; toda opinión que no sea la nuestra nos parece interesada, despreciable, digna de agresión e insulto. Estamos en una torre de Babel de sentimientos. La destrucción es, pues, mucho mayor de lo que parece a primera vista”.
Ese daño tan esencial, aunado con el daño material de destrucción de la economía y de la infraestructura nacional, ha producido la más cuantiosa estampida humana que haya conocido América Latina. Más de cuatro millones de venezolanos han abandonado nuestro territorio para ir a otros confines a tratar de vivir, y poder ayudar a los familiares que aquí han quedado. Ni hablemos de las miles de muertes causadas por el hambre, por la falta de atención a la salud, por la violencia hamponil y por la violencia política. Toda una tragedia que debemos detener. Toda una tragedia que debemos revertir para abrirle de nuevo cauce a la esperanza, a la vida, a la libertad, a la tolerancia y a la prosperidad. Ello solo es posible rescatando la democracia. Solo en una democracia podemos avanzar por la senda de la justicia, el encuentro y la reconciliación. Solo en democracia podemos lograr la libertad y abrir caminos a la prosperidad.
Recuperar la democracia, derrotar la dictadura “socialista” es una tarea que se nos ha tornado difícil y larga a nuestra generación. Por una parte, la perversa naturaleza del régimen, la pretensión inicial de imponer una hegemonía revestida con ropajes democráticos, hasta que ya los vestidos rompieron las costuras y el cuerpo autoritario no pudo ser más cubierto. Por otra parte, la diversidad opositora, las carencias de desprendimiento y de grandeza de diversos sectores, más interesados en su protagonismo personal o partidario que en la búsqueda de la libertad. Todo ello junto ha alargado el tiempo en el poder de un elenco humano claramente incompetente, pero sobre todo cargado de los más perversos antivalores, con los cuales han inoculado el alma nacional de ese clima asfixiante, al que me he referido al comienzo de estas líneas.
Es obvio que la inmensa mayoría de los venezolanos anhelamos el cambio político. La salida inmediata del poder de Nicolás Maduro y de toda su nefasta camarilla. Es conocida la serie de luchas libradas por la sociedad democrática para lograrlo, hasta ahora sin éxito. Muchos de nosotros luchamos para que dicha camarilla jamás se instalara en el poder. Pero la realidad es que están ahí, controlando todos los poderes del Estado.
Ahora marca, como fecha importante en la agenda del tiempo, la del 10 de enero de 2019, sobre la cual ya escribí un primer artículo el miércoles 31 de octubre. La Cátedra Libre de la UCV y el Proyecto de Entendimiento Nacional organizaron el martes 13 de noviembre, en la sala Francisco de Miranda del edificio de la Biblioteca Central, un foro con el título de la fecha, en la que debe comenzar un nuevo periodo constitucional.
Frente a esta fecha saltan de inmediato personas que la consideran intranscendente, o que estiman está siendo utilizada para generar otra esperanza frustrante porque sencillamente nada pasará: Maduro seguirá usurpando el poder a partir de esa fecha. Y no falta quien califique de positivo, legal y legítimo el nuevo periodo constitucional de Maduro. De hecho, uno de los ponentes del foro de la UCV, el profesor Jiuvant Huérfano, de la Escuela de Estudios Políticos, consideró legales y legitimas las elecciones del 20 de mayo de 2018 y, por tanto, pertinente la continuidad en el poder de la actual nomenclatura. Pero no hay duda de que el 10 de enero tiene una importancia que no podemos soslayar.
Lo cierto es que la profundidad y alcance de la tragedia humana por la existencia de una dictadura no es posible ocultarla; por más que se rebusquen argumentos politológicos. La camarilla roja se enfrenta cada día con un proceso de creciente ingobernabilidad. Si bien es cierto que aún disponen de los recursos financieros y materiales para mantener la estructura del poder, tampoco es menos cierto que no tienen capacidad financiera, ni gerencial, para garantizar la gobernanza y la estabilidad.
A ese cuadro se suma la creciente presión de la comunidad internacional, que ha hecho de la fecha de vencimiento del actual periodo de gobierno y el inicio de uno nuevo, un elemento de quiebre en relación con el régimen bolivariano.
La camarilla roja está sometida entonces a un fuerte dilema. O continua con su proyecto autoritario desafiando a la comunidad internacional, y la paciencia de un pueblo que ha soportado, casi que estoicamente la tragedia; o busca algún mecanismo para ofrecer una válvula de escape. Solo la amenaza real de una situación de violencia, que afecte los círculos del poder, puede lograr una apertura.
La Asamblea Nacional en reciente acuerdo vuelve a insistir en la necesidad de una solución política a la tragedia que vivimos. No puede hacer otra cosa un parlamento democrático, que está recibiendo por diversas vías de la comunidad internacional la solicitud de no cerrarse a una solución pacífica y electoral.
De nuevo la responsabilidad recae sobre los hombros de la dictadura. Ella ha demostrado una y otra vez que no quiere esa solución pacífica. La comunidad internacional no puede someter a más pruebas a la sociedad democrática. Debe establecer una línea amarilla para garantizar la vigencia de los tratados internacionales en materia de democracia y derechos humanos. Los venezolanos ya hemos pagado un precio muy alto, por haber sucumbido a los encantos de un militar populista que nos trajo esta tragedia.