COLUMNISTA

El tiempo y sus decisiones

por Andrés Guevara Andrés Guevara

En un extracto memorable de El señor de los anillos Frodo le dice a Gandalf que él no hubiese deseado que sucediesen tantas cosas tan malas en su tiempo de vida. Gandalf, palabras más, palabras menos, le replica que ese mismo pensamiento lo tienen todos los que padecen estas experiencias terribles, pero que no depende de ellos decidir si viven estos tiempos o no; en cambio, señala el mago, lo que sí se puede decidir es qué hacer con el tiempo que se nos da a cada uno de nosotros.

Las circunstancias venezolanas, terribles por demás, nos han hecho pensar que somos únicos y especiales, que nuestra desgracia es exclusiva, y de forma un tanto egocéntrica nos ha hecho creer que los problemas más terribles solo se dan en Venezuela. Desde este mismo espacio hemos advertido las calamidades que vive el pueblo venezolano, su disfuncionalidad imperante y las terribles consecuencias que se están presentando –y se continuarán agravando– si no se toman correctivos cuanto antes.

Pero una cosa es reconocer la gravedad de la coyuntura que atraviesa el país y otra muy distinta pensar que Venezuela es el centro del mundo, y que por ende ese mundo va a actuar para liberarnos del socialismo, mientras los venezolanos continuamos con nuestra mísera subsistencia. Por el contrario, hoy más que nunca creo que la presencia y presión de la comunidad internacional vendrá dada y estará correlacionada a la capacidad que tengan los propios venezolanos de generar sus cambios. Lo cual me lleva a pensar que precisamente nosotros debemos decidir qué hacer con nuestro tiempo, parafraseando al mago Gandalf.

A menudo hay quienes sostienen que la situación del país en nada depende de nosotros. Sin embargo, si bien pudiera ser cierto que la ciudadanía por sí sola hoy luce incapaz de remover a Maduro del poder,  no es menos cierto que a pesar de la adversidad podemos ser capaces de influir en nuestro entorno, sobre todo en nuestra comunidad más inmediata. De esta forma, si eres una persona que preconiza los fundamentos de una sociedad libre, pregúntate qué tanto has hecho para lograr ese cometido en tu esfera más cercana. ¿Escribiste algún artículo?, ¿recomendaste alguna lectura?, ¿asististe a alguna actividad en tu comunidad que, por pequeña que fuera, hablase de las virtudes de una economía de mercado y del respeto a los derechos ciudadanos?

Por pequeños que parezcan, estos detalles cuentan, y si bien en lo inmediato no cristalizan el deseo máximo –la salida del socialismo y de Maduro, y el advenimiento del capitalismo liberal al país– son mucho más constructivos que mirar desde la distancia y el desdén cualquier esfuerzo de construcción de capital político para Venezuela.

No debemos olvidar además que más allá de las dolorosas circunstancias locales, la causa de la libertad también se encuentra en juego en el resto del planeta. Algunos dirán que en diferentes grados, puesto que no es lo mismo luchar por la reducción de una alícuota tributaria que por la existencia misma. El principio subyacente, sin embargo, es el mismo: el individuo luchando frente a la opresión en sus distintas facetas. Y bien se ha demostrado a su vez que la libertad es extremadamente frágil y que una vez perdida es muy difícil volver a recuperarla. De forma tal que no creemos conveniente subestimar los pequeños problemas y esperar a que estos se transformen en desgracias monumentales para que cobren valor y relevancia.

Al mismo tiempo, la trayectoria vital del ser humano no se diferencia mucho en cada persona, sin importar en qué parte del mundo se encuentre. Las preguntas básicas de la filosofía, el reflexionar sobre el quién soy, cuál es mi propósito en la vida, el significado de nuestras acciones, todos estos son cuestionamientos que están presentes en los individuos, con independencia de su grado de confort o incluso de sufrimiento. Se manifestarán de forma distinta, en algunos casos serán más plausibles que en otros, pero allí están presentes. Basta ver, por ejemplo, cómo en las culturas precolombinas, lejanas a la modernidad actual, había un sentido de trascendencia, un reconocimiento de la trayectoria de la vida y del viaje a la infinitud que representaba la muerte. Los mismos dilemas a los que hoy nos enfrentamos. Por lo que no todo puede explicarse aplicando los postulados de Maslow.

De allí que la defensa de nuestros principios constituya un imperativo. Sobre todo por el hecho de que reconozcamos la posibilidad que tenemos de incidir realmente en el mundo, más allá del lamento y de la queja. El llamado sería, precisamente, a seguir adelante, conscientes de que tenemos mucho más poder del que imaginamos para incidir en nuestra realidad y no terminar presos del fatalismo para siempre.