Yo, Judas Iscariote, desde el más allá, pero muy allá, desde el allaísimo, le envío al mundo mi testamento para que en la tierra no sigan existiendo los que como yo hacemos daño y después se van al más allá, o peor aún, quienes estando aquí, se comportan como si estuvieran en el más allá.
Mi testamento no deja nada a nadie. Al igual que mis hermanos, no tenía dinero. No lo sabía, pero ellos y yo éramos millonarios al estar inmersos como fieles compañeros en la palabra de Jesús.
II
Tarde entendí que nunca un ser humano fue tan pobre como yo, a pesar de tener efímeramente 30 monedas de plata en mi bolsillo.
De nada ha valido que la vergüenza me haya llevado a quitarme la vida que Dios, a través de mis padres, me había dado. He llegado a la muerte por mis propias manos. Trato con esto de regresar a la nada donde no había maldad ni traición. Vivía, utópicamente, en dos seres: mi padre y mi madre.
Sé que es tarde y el daño por mí causado es irreparable; sin embargo, dejo constancia que arrepentido fui ante los verdugos y arrojé a sus pies las 30 monedas de plata que quemaban mi bolsillo. Eran tan malas esas monedas, que ni siquiera ellos quisieron regresarlas a sus arcas, porque ¡oh, ironía!, quienes pagaron por mi traición, ahora me dicen que esas eran monedas de sangre ¡Oh, mi Dios! ¿Por qué me utilizaste como instrumento para la muerte de tu Hijo? ¿Por qué yo?
III
Mi castigo es mi conciencia. Mi ejemplo, el peor castigo para los inconscientes que teniendo todo el poder para cambiar al mundo, tal como lo tenía yo, se dejan llevar por la ambición de la frivolidad inocua.
Yo, Judas Iscariote, me declaro culpable y aunque tarde, pongo por testigo a mi Señor y Maestro. Lo único que les puedo legar hoy es mi inútil arrepentimiento. Ojalá y la perrada que hice les sirva a otros para no llegar al punto de tener que arrepentirse cuando sea ya tarde, porque arrepentirse, después de hacer tanto daño, no tiene sentido.
IV
Solo te pido Maestro, que te apiades de las almas de los malos y de quienes pudiendo hacer el bien a conciencia, se apartan de tu camino.
¡Oh, mi Dios! Solo tú puedes saber lo arrepentido que estoy. No me quites este sentimiento ni este dolor, porque de alguna manera soy un emisario para que otros como yo sepan que la maldad y la traición a conciencia no tienen perdón de Dios. La maldad sí existe. Soy la prueba de ello, y hoy les dejo este testamento como único consuelo.