Vuelve el diálogo de Rodríguez Zapatero, esta vez revestido de negociación. Se trata de una situación imposible: ni el sector opositor que asiste tiene fuerza para imponer unos términos, pues renunció a disponer de esa fibra al diluir el espacio de la Asamblea Nacional y al prescindir de la potencia de la multitud que ha luchado por la libertad; ni el régimen, por su parte, tiene la fuerza necesaria para retroceder en orden y aceptar la pérdida de su “espacio” de poder.
Por parte de la oposición concurre el llamado G4, los cuatro partidos que desde hace mucho tiempo capturaron el control de la Mesa de la Unidad Democrática, con un grupo de personalidades que, en su mayoría, han formado parte de las estructuras de la misma MUD (comisión de estrategia y otras cercanías). No hay mayor representatividad sino más gente que no va a negociar sino a estar. El propósito de este sector antes que arrancarle tajos de poder al régimen parece estar circunscrito a demostrarle a los opositores que sigue vivo, que no ha muerto como las malas lenguas decían, y que allí está disponible para una resurrección cabal.
El régimen concurre en un momento especialmente dramático de su criminal existencia, bajo el signo de la ruina masiva y sin cobres suficientes para hacerle frente a sus compromisos internacionales. Ha decidido entonces que la carta de buena conducta ya no es la alforja cargada de los dólares que ya no existen, sino su amabilidad con la oposición dialogante, ante unos impacientes gobiernos que están cansados tanto de los representantes de Maduro como de la MUD. Además, Maduro tiene en sus manos por primera vez una crisis política interna irreversible: se hizo verdad la escisión entre sus partidarios y eso que llaman “el chavismo original”, ninguno inocente, pero sí enfrentados.
Esa negociación es un doble simulacro. Es para que cada sector diga ante sus parciales que obtuvo algo irreal (“obligamos a Maduro a sentarse”, “obligamos a la derecha a dialogar”), pero, sobre todo, si dura los meses que dice el régimen que debe durar el conversatorio, es para sellar la existencia de un establishment político de dos cabezas que puede convivir hasta las elecciones de 2018 y más allá. Así se habría consagrado una estructura de poder que, según piensan sus actores, se habría despojado del “chavismo radical”, de un lado, y de la oposición radical (la que procura el cambio de régimen lo más pronto) del otro.
El retorno a la República, la idea obsesiva y central de la lucha por la libertad, la conquista de una democracia plena, no están en la agenda.