COLUMNISTA

Tendencias. Los niños y las guerras

por Leopoldo Martínez Nucete Leopoldo Martínez Nucete

El 20 de noviembre de 1989, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Convención sobre los Derechos del Niño, integrada por 54 artículos. En el artículo número 49 se indica que la Convención está vigente desde el 2 de septiembre de 1990.

Conviene recordar que la paz, junto con la libertad y la justicia, es una de las primeras aspiraciones declaradas por el documento, y que ella tiene validez para los niños de cualquier parte del mundo, sin excepción. El artículo 1 declara que niño es todo menor de 18 años. El artículo 6 sostiene que todo niño tiene “derecho intrínseco a la vida”, y que es deber de los Estados garantizar su supervivencia. El artículo 22 se refiere a la obligatoriedad de protegerle cuando alcanza la condición de refugiado. El artículo 33 es tajante al afirmar que los niños no deben asociarse a la producción y tráfico de sustancias ilícitas. El artículo 38, entre otras cosas, señala la prohibición de reclutar a menores de 15 años para que participen en conflictos armados. Más aún, señala que los Estados deben “tomar todas las medidas posibles para asegurar que las personas que aún no hayan cumplido los 15 años de edad no participen directamente en las hostilidades”.

Casi 3 décadas después de que la Convención fue aprobada, los informes al respecto son simplemente devastadores: ahora mismo hay alrededor de 300.000 niños –léase bien, 300.000 niños– participando en conflictos armados en el mundo. Como se sabe, muchas de esas confrontaciones con armas son protagonizadas por ejércitos, regulares e irregulares, asociados a actividades delictivas.

Las informaciones publicadas el pasado 12 de febrero, a propósito del Día Internacional Contra el Uso de Niños Soldados, tiene además otro elemento desolador: de los 193 países que forman parte de la Organización de Naciones Unidas, solo 159 han firmado el “Protocolo Facultativo de la Convención sobre los Derechos del Niño relativo a la Participación de Niños en Conflictos Armados”, aprobado en mayo de 2000. Hay 13 países que firmaron el Protocolo, pero no lo han ratificado, como Haití, Irán, Myanmar y República Centroafricana, entre otros, y hay otros 18 países que ni siquiera lo han firmado: Corea del Norte, Emiratos Árabes Unidos, Sudán del Sur y otros.

El mismo establece unos pocos y muy precisos compromisos: no reclutar menores de 18 años para enviarlos a campos de batalla, desmovilizar a los menores que hayan sido enviados a campos de batalla, producir legislaciones que penalicen la práctica de reclutamiento de menores de 18 años, proporcionar servicios para la recuperación física y psicológica de niños que hayan participado en guerras.

La campaña que adelanta la ONU desde 2010, que lleva el nombre de “Zerounder 18”, tiene como una de sus metas alcanzar la unanimidad de las naciones al respecto. Que este acuerdo no haya alcanzado la unanimidad desde el primer momento, lo que para tantos ciudadanos del mundo es algo obvio y urgente, es un síntoma inequívoco del estado de cosas en el mundo, donde las peores expresiones de la violencia campean a sus anchas, como si matar fuese el único camino existente para la resolución de los conflictos.

Diarios y portales de buena parte del mundo se ocuparon de recordarnos la existencia del Día Internacional Contra el Uso de Niños Soldados. Las informaciones publicadas sobrecogen: niños reclutados por grupos terroristas para usarlos en ataques suicidas, fabricar armas en condiciones de esclavitud o para transportarlas desde los centros de producción a las zonas de uso. Niños de 8 años que son entrenados y participan en ataques protagonizados por milicias en guerras raciales. Niñas que son forzadas a incorporarse a ejércitos en África, para que sirvan como esclavas sexuales de los combatientes.

El 16 de diciembre de 2015 tuvo lugar uno de esos pequeños acontecimientos cuyo eco permanece en el tiempo. La joven Nadia Mourad pronunció un discurso ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, de esos que no pueden olvidarse. Vivía en Sinjar, al noreste de Irak, cuando el ISIS atacó. Fue en agosto de 2014. Los niños y las mujeres fueron secuestrados. Alrededor de 2.000 adultos y ancianos fueron ejecutados. Los niños eran obligados a convertirse en combatientes del ISIS. Las mujeres, violadas sucesivamente, eran más tarde vendidas o subastadas. A ella, y a miles de otras adolescentes, las violaban a diario. Su exposición, de apenas 9 minutos de duración –está disponible en YouTube–, es un testimonio incomparable de la violencia que las guerras desatan en contra de niños y adolescentes indefensos.

¿Acaso es necesario agregar algo a la narración de Nadia Mourad? ¿No deberían bastar sus palabras para erradicar de una vez por todas la participación de los niños en las guerras?