El pasado mes de diciembre pude constatar el surgimiento de un reciente fenómeno editorial: libros que indagan en la comprensión que los humanos tenemos de otras especies terrestres. Hay unas búsquedas en proceso, interrogantes que se refieren a la naturaleza –los bosques, las plantas–, y otras concentradas en los animales, no limitadas a los domésticos –perros, gatos, caballos, etcétera–, sino a especies como pulpos, cuervos, orcas y otras criaturas. En esta suerte de redescubrimiento de lo natural se están detectando conductas en los animales que creíamos exclusivas de los humanos: expresiones de solidaridad, organización y empatía. Dicen los expertos que, ante ciertas situaciones de complejidad, hay especies que no retroceden, sino que procuran dar con alguna solución. Y, según parece, a veces lo logran.
Es llamativa la postura crítica que comparten algunos de esos libros, que se anuncia en los títulos y en las portadas: un reclamo a los humanos por no haber sido capaces de entender la inteligencia y la sensibilidad de los animales. Aunque la civilización todavía está lejos de haber resuelto la cuestión del reconocimiento que los seres humanos debemos a otros seres humanos, ahora se suma un nuevo expediente: el del reconocimiento que mujeres y hombres debemos a otras especies.
Una de las expresiones de esta tendencia en curso es lo que está ocurriendo en el ámbito del derecho. Todos hemos sido testigos del movimiento internacional que arrancó en 2014 que tiene como objetivo que la Organización de Naciones Unidas reconozca a los grandes simios como personas no humanas. Este reconocimiento protegería a gorilas, orangutanes y chimpancés, y a otras especies de simios no conocidas, de los maltratos físicos y psicológicos. Entre los promotores de estas iniciativas hay diferencias: hay quienes piensan que debería alcanzar a todos los animales que tienen la facultad de sentir, y los que insisten en que los derechos deben conquistarse de forma paulatina, porque de no hacerlo así, las campañas no producirán resultados.
Otro caso llamativo es el que acaba de ocurrir en España: fueron modificadas tres leyes para dotar de un nuevo soporte legal a los jueces que deben tomar decisiones sobre el destino de las mascotas, tras los divorcios. La nueva realidad legal hará posible establecer un beneficio para las mascotas: la aplicación de un criterio semejante con respecto a los hijos, el de custodia compartida. De hecho, ya se produjo una decisión que obligará a los ex integrantes de una pareja a turnarse cada semana en el cuidado de la perra que tenían en común. No será un hijo, sino un animal el que los obligará a mantener algún vínculo en los próximos tiempos.
En su fondo, la cuestión esencial de los derechos de los animales es la respuesta a la pregunta de si deben tener derechos iguales, semejantes o equivalentes a los derechos humanos. Quienes están a favor de esta posición, como Martha Nussbaum, sostienen que los animales son “personas en sentido amplio”. Los adversarios de esta tesis responden: en tanto que no son iguales a seres humanos, no pueden tener los mismos derechos, sino derechos específicos por especie. No se puede englobar bajo una misma consideración a los insectos y a los mamíferos, por ejemplo.
El filósofo norteamericano Tom Regan, que falleció en febrero de 2017, reconocido como uno de los pensadores clave del tema del derecho de los animales, sostenía una tesis simple y de vocación universal: todo aquello que tenga vida es un bien que debe ser cuidado, protegido. Para Regan, si los humanos consideramos que nuestras vidas son un bien valioso, entonces debemos ser coherentes con ese postulado, y respetar todas las demás formas de vida que existen en la Tierra.
Los derechos de los animales son, ahora mismo, fuente de intensas polémicas en decenas de países. La participación de animales en circos, las corridas de toros, el uso de animales en experimentos de laboratorio, el herraje de los ganados, los métodos de sacrificio de las especies comestibles, ciertas modalidades de pesca, son solo algunos de los asuntos en controversia; también por sus implicaciones el tema tiene impacto y ha generado tendencias crecientes en el ámbito alimentario y la industria de los alimentos, como el veganismo.
Por ahora, y desde 1977, cuando la ONU proclamó los 14 artículos de la Declaración Universal de los Derechos del Animal, quedaron consagrados dos elementos claves: derecho de no sufrir maltratos y de no morir con dolor. Pero, sin duda, como anotamos anteriormente, el tema continuará expresando avances y conquistas que, además de su inspiración o motivaciones filosóficas y éticas, ocurrirán en medio de tensiones entre las que tendrán un impacto muy definitivo tanto el aspecto cultural en un sentido muy amplio (entre otras cosas, lo culinario y los hábitos alimenticios) como un tejido de complejos intereses económicos.
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