Pese a la asiduidad con que aparece en discursos y proclamas, la educación no ocupa el lugar que le corresponde. Lentamente ha ido descendiendo del sitial prioritario en las preocupaciones públicas y ha devenido materia de especialistas. Esto es un grave error. La sociedad no debe hacer dejación de un asunto tan crucial para el presente y futuro de todas las naciones. Los retos en la cuestión educativa son muchos y muy complejos, y no hay sector que escape a su incumbencia. Aquí proponemos una decena de puntos para plantear el debate.
Uno. Debe interrogarse a los políticos sobre cómo afrontar la problemática educativa. En todo el planeta son innumerables las familias preocupadas por la educación de sus hijos, pero no reciben el apoyo ni la orientación necesaria. América Latina es un claro ejemplo de esto: hay una conciencia bastante extendida de la urgente necesidad de educar, pero la inmensa mayoría de los padres y representantes no siempre encuentran interlocutores, ni dentro ni fuera de la escuela.
Dos. Las inversiones en educación continúan siendo deficitarias, al menos de dos maneras: porque los presupuestos resultan insuficientes para las necesidades o porque las inversiones se diseñan de forma desatinada o para permitir la corrupción. Expertos han señalado que el uso ineficiente de los recursos financieros puede alcanzar tasas entre 35% y 50% de lo que se gasta. A lo anterior debe añadirse el escaso o nulo compromiso de los países ricos para mejorar la educación en los países pobres. Lo decía Jeffrey D. Sachs en artículo publicado en enero de 2018: Europa y Estados Unidos apenas están invirtiendo en la Alianza Mundial para la Educación –AME–, creada para dar apoyo a 65 países. Sachs recuerda que, según la Unesco, los países en desarrollo requieren una inversión anual de casi 40.000 millones de dólares para lograr avances ciertos. Durante el quinquenio 2010 a 2015, las ayudas se estancaron o disminuyeron. En 2016, el total de ayudas para África, el continente con más necesidades, apenas sumó 1.300 millones de dólares. En países desarrollados como Estados Unidos, el debate sobre el acceso y financiamiento de los estudios universitarios sigue en el centro del debate político, acompañado de la enorme deuda que pesa sobre los egresados y sus familias. Los impactos presupuestarios de la solución a este problema son, sin duda, muy significativos en la discusión fiscal y de finanzas públicas.
Tres. La educación no está cumpliendo con sus objetivos. El hecho de que un niño asista a la escuela no garantiza que aprenda. El informe “Aprender para hacer realidad la promesa de la educación”, publicado por el Banco Mundial este 2018, lo dice en términos inequívocos: hay una crisis en las aulas, que se expresa de forma concreta en niveles muy bajos de aprendizaje en las distintas edades; hay una muy elevada desigualdad, que, como es previsible, incluye una vertiente de género; y, en términos generales, hay un estado de avances muy lento. Esto significa que, aunque las tasas de escolaridad reportadas reflejan crecimiento, no está produciendo los resultados mínimos que cabía esperar. En fin, aun cuando los niños ingresan a las escuelas, es cada vez más frecuente que sigan excluidos del conocimiento.
Cuatro. El bajo nivel de los docentes es uno de los factores que incide de forma directa en la caída de los resultados. El informe “Estrategia de educación de la Unesco 2014-2021” sostiene que uno de los elementos fundamentales que se debe resolver es el déficit de docentes cualificados, especialmente en la educación primaria, etapa en la que se establecen las bases del futuro posible de cada alumno. Cito una precisa frase del informe: “A menudo, el estatus profesional, el salario y las condiciones de trabajo de los docentes son deficientes”. Que esto cambie depende en buena medida de las políticas que establezcan los gobiernos. Si los ciudadanos no presionan, los gobiernos abandonan sus responsabilidades con respecto a la calidad.
Cinco. Las aulas, escuelas y sistemas educativos deben trazarse metas. No basta con que la escolaridad sea masiva –criterio de cantidad–, ni que los docentes recorran el programa de contenidos en el tiempo estipulado. Son imprescindibles los indicadores. El establecimiento de metas. La aplicación de pruebas que permitan comparar resultados entre aulas, escuelas, regiones y países. Lograr avances reales debe convertirse en el centro de los objetivos. La calidad de la educación no es menos importante que la cantidad.
Seis. La incorporación de las nuevas tecnologías a las aulas no puede demorar ni un minuto más. Los gobiernos están obligados a garantizar la conectividad y dotación de los equipos necesarios. Los docentes deben ser preparados para responder a este desafío. Con mucha frecuencia las habilidades de los alumnos en las nuevas tecnologías –móviles, tabletas, computadoras– superan con creces las de sus maestros. Los programas de formación en nuevas tecnologías permitirán a los maestros sacar mejor provecho de las capacidades de los estudiantes. Gobiernos, universidades, centros de investigación e incluso empresas tienen un campo inmenso de oportunidades… si se animaran a contribuir con la difusión y distribución de softwares que fortalezcan la experiencia dentro del aula y la mejora de la calidad.
Siete. Una de las cuestiones más espinosas cuando hablamos de educación apunta a cuál es o debe ser el objetivo de la educación. Hay quienes se concentran en promover una educación utilitaria, orientada a lo productivo. Otros se concentran en la exigencia humanística, tan imprescindible como lo anterior. La tesis de la Unesco, con admirable sentido estratégico, deja atrás ese dilema. En el documento ya citado, ambas nociones son factores de un enunciado de mayor ambición y calado: la educación debe orientarse a construir una ciudadanía mundial, basada en propósitos medulares como creatividad y responsabilidad. Si hay un rasgo de nuestro tiempo es justamente un déficit de ciudadanía que atraviesa al mundo por los cuatro costados. La tarea que la educación puede cumplir, para equilibrar ese déficit, es preciosa. Esto es nuclear porque nos remite a los contenidos de los pensum. Pero por muy complejo que sea el objetivo, no se debe abandonar la lucha: en ello está empeñado el futuro de nuestros hijos y del propio planeta. Esto explica por qué la tesis de la Unesco asocia la idea de ciudadanía a los Objetivos de Desarrollo Sostenible (la llamada agenda 2030), la única agenda global disponible para salvar al planeta y alcanzar condiciones de vida más justas y dignas para cada vez más personas.
Ocho. Indisociable de la educación está la salud. Lo vienen advirtiendo los expertos y podría decirse que es una de las cuestiones sobre las que existe un amplio consenso: aprender debe ser, también, crear en niños y adolescentes los primeros fundamentos para el cuidado de la salud. Mucho se ha dicho sin que termine de asumirse plenamente que si la educación cumpliese con el objetivo de crear una cultura de prevención en los primeros años escolares, su impacto, al cabo de dos décadas, redundaría en una disminución de 50% de las enfermedades más comunes relacionadas con los estilos de vida, las prácticas sexuales y los accidentes de toda índole. Nada menos. Imagine el lector lo que esto representaría en términos de ahorro de costos, cuando el planeta avanza hacia una población mundial de 8.000 millones de habitantes.
Nueve. Otro asunto polémico al que la sociedad debe dar respuesta categórica es que la educación no puede ser vector de adoctrinamiento. Usar las aulas para inculcar creencias, en cualquier sentido, es inmoral y no debe ser permitido. Vivimos tiempos en los que los racismos, xenofobias, ideologías apocalípticas, negación de las diferencias, rechazo al extranjero, nacionalismos y fanatismos de distinto orden, están en franco crecimiento. Es inaceptable que estas corrientes pretendan que las escuelas, en vez de centros de formación de ciudadanos, lo sean de extremistas, no educados sino entrenados en las prácticas de negar o limitar los derechos ajenos. Este es un fenómeno especialmente peligroso porque ocurre en silencio, tal como ha pasado en Francia, que un buen día despertó y se percató de que en los barrios de París había escuelas convertidas en caldo de terroristas.
Diez. Urge restituir ciertas dinámicas fundamentales para que la relación entre quien enseña y quien aprende fluya del mejor modo. La legitimidad del docente debe ser cultivada y promovida. Nada es tan estimulante como un grupo de alumnos respetuoso y admirador de su mentor. Los intercambios verbales deben ser correctos y siempre orientados a ampliar los sentidos y las experiencias de los aprendices. Los programas y el día a día de las aulas deben estar impregnados de la idea de que cada alumno es un sujeto de su familia, su comunidad, su país y del planeta. Educar es ampliar los horizontes, jamás reducirlos ni dinamitarlos. Es estimular los sueños de los alumnos, nunca coartarlos o ridiculizarlos. Y debe contribuir a mostrar a niños y jóvenes que la sostenibilidad de la Tierra es su responsabilidad desde el momento mismo de haber tenido el privilegio de llegar a ella.
@Lecumberry