En el Reporte Global del Fondo de Población de las Naciones Unidas –UNFPA–, correspondiente a 2017, hay una alerta: después de África, América Latina –incluyendo al Caribe– es la región del mundo con una mayor incidencia en la tasa de embarazo precoz. En nuestro continente, de cada 1.000 partos, 64 corresponden a mujeres menores a 19 años. Al menos 80% de ellos no fue planificado.
Si tomamos como punto de partida el promedio mundial, que es de 47 partos de menores de 19 años por cada 1.000, tendremos que Bolivia (116), Honduras (101), Venezuela (95), Nicaragua (92), Guatemala y Panamá (91), República Dominicana (90), Colombia (84), México (83), El Salvador (72), Argentina (68), Haití (66), Perú y Brasil (65) son países que, además de sobrepasar el promedio mundial, ocupan los primeros puestos de las estadísticas del continente.
A mediados de los años noventa, de acuerdo con distintas estimaciones, se producían entre 17 y 18 millones de partos entre adolescentes. En un reporte de la Organización Mundial de la Salud, de septiembre de 2016, se menciona una cifra alrededor de los 16 millones, aunque el número de embarazos es todavía mayor: alrededor de 21 millones. El crecimiento del número de embarazos y la disminución del número de partos nos conduce a otra cuestión relacionada: el crecimiento de las cifras de abortos.
Aunque las anteriores señalan una tendencia paulatina a la disminución de los partos, no resulta en absoluto una cifra tranquilizadora, que más de 11% de los nacimientos en el mundo sean el producto de embarazos no deseados. En el caso de la región de la África subsahariana, las tasas se disparan todavía más. Hay países como República Centroafricana, Níger, Chad, Angola y Malí, cuya tasa es de alrededor de 200 por cada 1.000 partos.
Cuando se comparan estas cifras, con el promedio de Asia oriental, de apenas 7 partos de menores por cada 1.000, se comprende la preocupación por la incidencia del fenómeno en África, en América Latina y el Caribe. Antes de seguir es pertinente anotar que después de las enfermedades respiratorias pulmonares, la segunda causa de muerte entre adolescentes mujeres está relacionada con esos embarazos. Alrededor de 3 millones se someten cada año a prácticas de aborto en condiciones muy riesgosas, y muchas mueren en el momento o a causa de infecciones en los días posteriores.
Los estudiosos del tema coinciden: el embarazo adolescente es uno de los factores activos que actúa en el núcleo de reproducción de la pobreza. Hay un caso que es prototípico: hijas de madres adolescentes quedan, a su vez, embarazadas en la adolescencia. Se sustraen así de la posibilidad de estudiar o de trabajar. A menudo, la calidad de la salud de la joven madre queda resquebrajada después del nacimiento de la hija o del hijo. Son excepcionales los casos en que los padres mantienen un vínculo con la nueva madre o con la criatura recién nacida. A la familia de la nueva madre le corresponde asumir la carga económica. Lo más frecuente es que se produzca un empobrecimiento todavía más agravado del que existía previamente.
Con alguna frecuencia los medios de comunicación publican, inscritos en la cultura del escándalo, casos de embarazos de niñas entre 10 y 12 años. Incluso, de niñas menores a los 10 años. Se producen en el seno de familias que viven en condiciones de extrema pobreza, cuyos miembros carecen de educación y no tienen contacto regular con ningún servicio social. La incidencia es mayor en zonas rurales o semi rurales, que en zonas urbanas. En América Latina se reproduce un relato: la familia estimula el embarazo, en la búsqueda de concretar un matrimonio con un adolescente de alguna familia mejor ubicada económicamente. Rara vez estas aventuras guiadas por la ambición se concretan de forma positiva. Las estadísticas son inobjetables al respecto: tener hijos en la etapa de la adolescencia, sin que medie planificación alguna, tiende a empobrecer todavía más.
¿Dónde ha ocurrido una disminución de los embarazos adolescentes, y qué factores han concurrido para lograrlo? Principalmente han ocurrido en contextos urbanos, la mayoría de las veces asociados a la escolaridad: en las escuelas donde se imparten contenidos relativos a la sexualidad responsable, rápidamente comienzan a verse los resultados de estos esfuerzos. La educación ha demostrado ser una eficaz herramienta, no solo dirigida a estudiantes en edad adolescente, sino también hacia los padres. Programas desarrollados en Chile –el país que, junto con Puerto Rico y Cuba, presenta las más bajas tasas de embarazo adolescente en el continente– y también en otros países de América Latina hacen evidente que la formación, la comprensión de las realidades y riesgos del embarazo adolescente influyen en la baja de las cifras. Una vez más, la educación aparece como la respuesta más duradera en la lucha en contra de la pobreza.
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