I
Tengo la costumbre de cuestionarme. De revisar siempre lo que me impulsa a hacer las cosas, lo que me impulsa a decir lo que digo y lo que me impulsa a sentir determinada emoción. Me hago preguntas. Amo las preguntas.
Les cuento. Tengo una aversión gigante a las arañas. Me parecen seres espantosos, y esto se debe a ciertos traumas infantiles, cosas que me impresionaron y me asustaron mucho cuando niña. Por eso siento que no puedo ser objetiva a la hora de apreciar a los arácnidos. Debe haber personas a las que les parezcan interesantes y hasta bonitas, habrá quienes las toleren y las respeten. Sin embargo, creo que la mayoría podría coincidir conmigo en que no son animales agradables. Pregunté a varias personas.
Una vez escuché que la araña nunca queda atrapada en su propia red. Es parte del asunto, el cálculo, la paciencia con la que el arácnido teje para cumplir su objetivo. Ese es el propósito de la telaraña, atrapar presas, cazar para devorar. Solo la mención de esa funcionalidad me da pavor, y creo que muchos coincidirán en calificarla, si no de espantosa, por lo menos desagradable.
En fin, concordemos con que la idea de una araña y su telaraña no es precisamente positiva. Para algo me sirve el análisis de contenido que me enseñó la doctora Elsa Cardozo en el doctorado de Ciencias Políticas de la UCV.
Y estamos en el mes de Halloween, nada más apropiado para asustar.
II
Un plan de desarrollo no es una clase de geografía. Pero imagino que es mucho pedirles a los que han estado haciendo planes por 18 años sin pasar de allí.
Ahora nos vienen con que hay seis subregiones, como quien descubre que el sol sale cada mañana. Hacen una cadena para decirle a uno que Margarita tiene no sé cuántos kilómetros de playa, que la región central concentra no sé cuántos millones de venezolanos. No contentos con repetirnos lo que dice (o decía) cada libro de geografía de Venezuela, aliñan el discurso con mentiras, que si la infraestructura turística es la mejor, que si la industria agroalimentaria tiene capacidad para producir toda la arepa que necesitamos.
Y después de lo obvio y las mentiras vienen los verbos conjugados en futuro, vamos a hacer, vamos a poner en marcha, vamos a instalar, vamos a dar, vamos a producir. Estas arañas nos quieren hacer creer que están apenas llegando al poder.
No cuentan con que la gente de Conindustria, por ejemplo, asegura que desde que llegó Hugo al poder hasta la fecha han cerrado 8.500 industrias; no cuentan con gente tan preparada y brillante como Susana Raffalli, que enumera todos los días las carencias y la inseguridad alimentaria en la que vivimos.
Y, en la noche, el apagón o el tanque a punto de explotar de El Tablazo. ¿Quién puede producir sin electricidad? ¿Quién trabaja sin servicios públicos ni combustible?
III
El galáctico les sirve mejor muerto que vivo. Quizás nadie se haya atrevido a decirlo con todas sus letras, pero muchos de los que lo mientan a cada instante deben haberle deseado la muerte varias veces. Porque él solo, en su grasosa inmensidad, es la base de este desgobierno que ahora no cita a Bolívar sino a Chávez.
Se llenan la boca repitiendo las sandeces que decía el finado porque no tienen en el cerebro otra referencia. Siendo tan elemental, tan egocéntrico, tan lleno de odio, tan resentido y tan malvado, lo que salía por su boca era así. Era una idea que tenía y que corroboré haciendo trabajos de investigación para cierto documental que le está dando la vuelta al mundo.
Y es aquí donde cae la pegajosa, densa, gris, sucia, y desagradable telaraña. Porque al finado no se le pudo ocurrir describir lo que pretendía hacer como tejido, red, lazos, entramados, palabras todas cargadas con sentido positivo de unión, sino “una inmensa telaraña”, idea que repitieron por lo menos dos de los que tomaron la palabra durante la cadena del lunes.
Esa asquerosa y desagradable telaraña es la que se dedicaron a tejer los arácnidos del desgobierno para mantenernos a todos como su presa inmóvil atacada por la angustia de que en algún instante será devorada.
Pues resulta que la telaraña nos dejó sin industrias, sin empresas, sin empleo, sin campos sembrados, sin mano de obra, sin alimentos, sin petróleo. Bien me lo dijo el doctor Simón Alberto Consalvi mientras veíamos por televisión la procesión funeraria de Chávez apenas días antes de despedirme de él también: “Si usted pensaba que Chávez era malo, lo que viene será infinitamente peor. Escríbalo, que se acordará de mí”.
No me acuerdo de Consalvi solo por eso, pero cuánta verdad tuvieron sus palabras, y eso sí vale la pena citarlo.