La proyección de Spider Man: un nuevo universo ha concluido en una sala del centro Líder. Una niña salta al frente de la pantalla y baila frenéticamente al ritmo de la música de los créditos. El público la celebra y la graba con su celular.
Otro niño se incorpora al momento espontáneo de júbilo. Estamos en la sexta fila de una función agotada. Un pequeño con rizos sube por la escalera que se encuentra a mano izquierda, dando saltos entre peldaño y peldaño. La audiencia, naturalmente, asimila el mensaje del filme, sin chistar.
Los espectadores abrazan la moraleja del cómic de la Sony, puesto en imágenes digitales de síntesis. La era del eslogan clásico de la franquicia (“Un gran poder implica una gran responsabilidad”) cede su lugar a una consigna fresca que resetea el producto de cara a las expectativas de la demanda de consumo.
El protagonista afirma que no hay un único “hombre araña” y que todos somos como él, siempre y cuando hagamos lo correcto. Claro, no es una propuesta esencialmente distinta a la que ha vendido la saga desde su adaptación al mercado de consumo.
Lo que ha cambiado es su forma de distribuir su compromiso superheroico de forma rizomática y horizontal, para tejer una red intelectual sobre los corazones y las mentes de los fanáticos.
La recepción de la idea empática de la cinta basa su efectividad en la moderna y vanguardista interfaz que la rodea, que la enmarca y recubre como multimedio de última generación.
Políticos e influencers que quieran entender cómo se comunica en la era de las tabletas y las aplicaciones móviles deberían dejarse pinchar por el aguijón de Spider Man: un nuevo universo, una de las obras maestras del género en el año 2018 y un largometraje que redimensiona el efecto persuasivo del lenguaje de las historietas gráficas, creadas por el genio de Stan Lee, quien aparece en uno de sus típicos cameos en la figura de un comerciante que es consciente de explotar el contenido de su revista.
El humor suaviza la dureza de la autocrítica, despertando la naturaleza de la contracultura como negocio que implica volver a revisitar la historia de Peter Parker, al gusto cool de los centennials.
Así, la trama recoge diversas texturas, formatos y alter egos que exploran una composición mixta del famoso ídolo de la ciudad de Nueva York.
Ahora no es uno sino un puñado de hombres y mujeres araña que interactúa en el salto a una red mutante que resulta alterada por un rayo colisionador de partículas.
El arquetipo se desdobla en múltiples fragmentos, como en aquella magnífica pieza fantástica de Night Shyamalan (Split).
Solo que, en este caso, las partes deben unirse para enfrentar a una bestia humana, Kingpin, que resiente por igual la pérdida de sus seres queridos en el pasado.
El luto y el problema de la doble personalidad son dos de los factores que unifican y articulan el drama colectivo de los integrantes del reparto virtual. Cada uno, a su vez, necesita regresar a casa y calmar a su demonio interno.
Gran mérito del diseño técnico el hecho de crear una gama de versiones alternativas de la leyenda, que sintoniza con las expectativas de los espectadores de la globalización.
Un chico afrodescendiente vive con la angustia de iniciar el año escolar en un colegio de un barrio gentrificado, donde se siente ajeno.
En realidad a él lo mueven las artes urbanas y con su tío logra dar rienda suelta a su auténtica vocación de grafitero nocturno. Su padre es un policía conservador que lo recrimina y castra. El conflicto se centrará en descubrir si los polos opuestos pueden reencontrarse en la misma galaxia.
Pronto la materia prima de la película desarrolla su trabajo de hibridación estética, al fundir las abigarradas esencias de los miembros del reparto.
Al elenco lo complementan un puerco parlanchín de caricatura, un espía neonoir lleno de sentencias literarias demodé, una adolescente alternativa de influencia after pop, una jovencita asiática en plan de manga japonés y una derivación decadente de Peter Parker.
Juntos y por separado interpretan las infinitas maneras en que el mito de Spider Man puede ser elaborado y recreado.
En consecuencia, la narrativa se cuenta a la luz de los puntos de vista de los avatares reunidos por la acción.
La fractalidad rompe con las convenciones del relato unipersonal, del período clásico, inaugurando una fase de ruptura y regeneración en la tendencia de los vigilantes enmascarados.
En animación, Spider Man: un nuevo universo es una película tan importante como lo fueron en su momento Caballero oscuro y Avangers para el ecosistema de los redentores de la humanidad.
La cinta encarna con lucidez y gracia el fenómeno de la democratización de la mirada y la aceptación de las diferencias, para sortear los escollos de una sociedad saturada de estímulos y huérfana de auténticos padres.
Reforzando los hipervínculos afectivos y audiovisuales, del pasado al futuro, el año culmina con una película que amplifica nuestros criterios de percepción.
Al lado de la monumental Roma, Spider Man: un nuevo universo se ubica en los altares de los milagros que han ofrecido los distribuidores que resisten, porque saben leer y entender las aspiraciones de la gente.
Fuera de los rebaños de la política tóxica y de la propaganda roja, los niños siguen danzando en el contexto de la Navidad. Ojalá que el tiempo relativo de la película, y su proyección, no se esfumen en el aire y que podamos extender su felicidad por siempre en Venezuela.
Sony ha dado un golpe en la mesa de la competencia de Marvel. Esta rivalidad se dirimirá en la próxima temporada de premios.