Este ha sido un año muy duro para Venezuela y, pareciera, no mejorará. Más bien nos impulsará violentamente al que viene con tal carga que hará lucir estos meses como lo menos malo de la catástrofe anunciada.
Recibir la muy esperada noticia de la convocatoria a los acreedores internacionales y exponer la necesidad del refinanciamiento de nuestra deuda externa no hace más que confirmar el continuo e imparable descenso por la dantesca escalera que conduce a una mefistofélica debacle.
Perdimos una gran oportunidad, pero la cleptocracia fue astuta y determinada, al lograr robarnos los bienes del tesoro nacional y, además, lo más precioso de una sociedad: nos robaron el futuro.
Siento que una vez más hemos perdido el tren del desarrollo, ese que pasa por las estaciones de la prosperidad. No se detuvo en las estaciones de la Educación, la Salud, la del Bienestar para toda la población. Siento que esta tierra que perdió tantas oportunidades en el siglo XX ahora perdió el último tren y se nos condena al distanciamiento de nuestros países vecinos al convertirnos en centro de atraso y corrupción desbordada.
No hay duda de que esta pérdida tiene responsables, la culpa es de alguien. ¿Valdrá la pena buscar a esos responsables o dedicar todos los esfuerzos en volver a encontrar el camino para poder montarnos en un tren que podamos considerar de oportunidad? Quienes hasta hoy lo han podido hacer, o no lo han hecho o lo han hecho mal, no merecen confianza, lo demuestran los hechos.
Un país sin infraestructuras, sin industrias, sin tecnología, sin universidades está condenado a convertirse en un reducto de empobrecimiento y emigración. Hoy lamentamos la diáspora de casi 3 millones de compatriotas empujados a la búsqueda de ese futuro desaparecido en su patria, en derroteros extranjeros.
Otras naciones supieron aprovechar las mismas oportunidades y generaron entusiasmo para retener a sus mejores ciudadanos y transformar a sus jóvenes en pujantes factores del desarrollo.
Tal vez ya no veremos el tren del siglo XXI pero enfrentando con valentía y determinación a los causantes de esta trágica situación podremos intentar retomar el tren del siglo XX, recomponer lo abandonado y devolvernos la capacidad de pensamiento propio, una suerte de nueva independencia. Una voluntad autonómica que suelte el lastre de la cubanización y las amarras a formas caducas de fracasos.
No debemos permitir sucumbir a la ineptitud de algunos; permitirlo asintiendo sin protestar es complicidad. Es irrenunciable ejercer la crítica y estimular las soluciones.
El actual régimen gobierna solo para permanecer en el poder, olvidó servir a sus ciudadanos. La mayoría, cruelmente sometida, debe permanecer férreamente unida, olvidar mezquindades y control de parcelas. Los dirigentes y formadores de opinión deben cantar “taima” para transformar sus palabras en acción, el país no solo lo necesita, lo requiere. O nos unimos o perdemos.
Los ciudadanos están pendientes.