Recuerdo y añoro los años en los que nuestras madres, esposas e hijas estaban atentas a los trajes y emperifollamientos de sus amigas y competidoras. Se olían mutuamente para saber origen y destino de sus aromas y perfumes. Son tus “perjúmenes” mujer. Los precios eran altos, pero para todo alcanzaba. En todas las clases sociales, era indiferente, se veían unas a otras con admiración y a veces con envidia. Escudriñaban las marcas y etiquetas de pantalones, vestidos, blusas, zapatos, carteras y bisutería de las costosas y de las baratas. Era normal tener un anillo, unos zarcillos o una cadena de oro. Normalito. Ahora es imposible por el costo y por el peligro. Solo el BCV tiene del metal amarillo. En los centros comerciales que se multiplicaban por todo el país se abrían tiendas y más tiendas que siempre estaban llenas. Ay. Hasta la inauguración frustrada del Sambil de San Bernardino, cuando la Jacqueline Faría se dio el festín de los cierres y clausuras. Allí yace como un cadáver de cemento.
Todo era como la fiesta de Blas. Las masas salían con unas cuantas bolsas de más. Ahora no. Hombres y mujeres por igual prestan mucha atención a las bolsas de comida o medicinas que sostienen orgullosos y complacidos muchos vecinos. Estamos pendientes de cuáles productos consiguió el prójimo. Y sentimos una especie de lástima o pena, según sea el caso, por no tener en nuestras bolsas de mercado los mismos productos que los otros cristianos exhiben. ¿Supiste? (dice uno), a Pedro le llegaron 20 kilos de pasta casi regalados. Ah, frase maldita y engañosa. Nos estamos hundiendo en el estiércol del conformismo. Nos estamos acostumbrando a la miseria cubanófila. Estamos peligrosamente aceptando la despreciable realidad.
Estando en la calle me dio una risa nerviosa que a mí mismo me da horror. ¡Dios! Tengo que confesar que sentí una alegría tísica, una sensación de triunfo y victoria cuando un bachaquero me ofreció una paca de harina de maíz para mí solo. Para mi familia. 20 kilos a un precio excepcional. Un verdadero contrabando. Una ganga. Experimenté brevemente que las cosas no estaban tan mal. El típico y clásico síndrome de Estocolmo. Umm. Peor, masoquismo del barato. Estoy enfermo. Estamos enfermando. La putrefacción gubernamental va minando nuestras voluntades y patrones de comparación y niveles de satisfacción.
Conseguir azúcar, café o harina de maíz lo consideramos como algo positivo. Lo que en cualquier lugar del mundo: Biafra, Siria, Sudán es normal y cotidiano, como conseguir pan y leche, en Venezuela es anormal y extraordinario. Los supermercados de las zonas de clase media en toda Venezuela se ven abarrotados con miles de ciudadanos provenientes de las zonas más humildes que, simplemente, no encuentran nada en sus tradicionales mercados, bazares, boticas, bodegas y expendios de alimentos. No son pocos los vecinos de las zonas medias que ven con recelo que gentes fuera de sus zonas hagan mercados en sus predios. Se sienten invadidos. Repito. Estamos enfermos. Nos estamos enfermando. Carajo, Maduro devuélveme mi Venezuela de parrillas y sancochos y llévate tu Venezuela de bolsas CLAP.
Conseguir una batería sin hacer una cola endemoniada o comprar cauchos lo sentimos como pequeñas victorias contra la crisis, cuando en realidad son pruebas contundentes de la miseria en que vivimos. Hago un acápite. Entre las demagogias más despreciables de la historia universal de la infamia está aquella, repetida por el difunto en forma maniática, según la cual la gente antes comía Perrarina en lugar de arepas. Qué embuste. Hoy, como ayer, la Perrarina o la Gatarina son 2 veces más costosas que la carne de res y 10 veces más que la harina de maíz. Y el Bernal diciendo que coman conejos. Igual pudiera haber recomendado comer avestruz. Necio.
Pienso, luego estoy agobiado en mi temor y postrado en el mercado. ¡Epa, compadre! ¿Dónde conseguiste aceite y mayonesa?, pregunto vanamente. Allí veo por VTV a Freddy Bernal con 300 bolsas CLAP. Las veo tan atractivas y tan lejanas. 2 kilos de caraotas, 2 kilos de arroz, 2 litros de aceite, 1 kilo de café, 2 paquetes de harina de maíz, 4 latas de sardinas, 2 latas de atún, 2 kilos de azúcar, 2 kilos de pasta y un pote de salsa de tomate por 15.000 bolívares, es una envidia para nuestra disminuida clase media. Qué carrizo importa que el general del Cipote se haya embolsillado 100 dolarcitos por cada bolsita. Nos matan el hambre con la esperanza de matarnos el espíritu de lucha y la rabia del descontento.
Todo es perverso. 55 años de experiencia cubana manipulando y engañando a la población no es cualquier cosa. Es una obra de arte, de magia, de prestidigitación. Anótame en el CLAP, señor Bernal. Y anota a mi mamá, a mi papá, a mis 3 hermanos, a mis 2 tías y a mis 5 hijos. Son 13 bolsas de CLAP. Resumo: 26 kilos de caraotas, 26 kilos de arroz, 26 litros de aceite, 13 kilos de café, 26 kilos de azúcar, 26 kilos de pasta, 52 latas de sardinas, 26 latas de atún, 26 kilos de azúcar, 26 kilos de pasta y 13 potes de salsa de tomate. Qué más quieres. Quieres más. Y el general del Cipote repite: “Chivo que salta el tranquero, fuerte que cae al sombrero”. Bueno no son fuertes, una moneda metálica de 5 bolívares que existió en años republicanos, ahora es: chivo que salta el tranquero, dólar que cae al sombrero, mejor dicho, a la cachucha militar. Freddy, anótame. Somos 13 personas y votaremos por Diosdado, Jorge, Tareck, Cilia, Delcy, De la Cava, Aristóbulo. Ponga los nombres, que la tribu del CLAP pone los votos. La “metodología clapiana” no alcanza ni para 20% de la población. Hago un acopio de voluntad y apelo a la resistencia de mi integridad y le grito a Bernal que se meta su CLAP por el mismísimo bolsillo de su pantalón. Lo grito frente a una cola gigantesca de Plan Suárez y la gente me mira como quien mira llover. Una que otra mirada de débil interés.
En su sala situacional de Miraflores hay un inmenso cartel con un frase demoledora “CLAP mata conciencia”. Ojalá que no sea cierta. Lo sabremos el día que sucede a la agonía electoral del 15 de octubre. Hay unas pobres gentes, llenas de venganza y de odio, presos de brutalidad y desespero, sedientos de oro y poder, que propagan desesperanza y derrota, que llaman a la abstención, que propagan fracasos. Y se dicen opositores. Y se dicen radicales. Son aguas turbias y pobres para el molino del poder. Instrumentos ciegos de su propia miseria y destrucción. No merecen ni un voto. Son aquellos que calculan que mientras más muertos, más cerca del poder.
Una victoria en todas las 23 gobernaciones es un acercamiento acelerado hacia el cambio. Es la muerte política del chavismo. Es el penúltimo clavo del sarcófago del socialismo del siglo XXI. La oposición clavó un clavito. He renunciado al CLAP como renuncia Dios al delincuente y el perro que apaga sus amorosos bríos cuando hay un perro grande que le enseña los dientes. He renunciado a la tentación de ver las bolsas del vecino. He renunciado a las ganas de irme a otros lares. He renunciado al facilongo clima de criticar desde Miami. He renunciado a buscar culpables en la MUD. He renunciado a ser pasto de la venganza y la retaliación. Ahora soy mi propio dueño. ¡Y ni de vaina me abstengo el 15 de octubre! ¡Primero muerto que bañado en sangre! Perro viejo late echado. Concluyo.