«Fui consensualmente envenenado. Rodeé mi cuello con un nudo. Arriesgué saltar hacia el vacío para no caer»
Lo repetiré sucesivas veces, siempre que la ansiedad suicida irrumpa en mi psicofísica. Es mental, pero también corpórea: la sientes pesada del cuello hacia abajo, empero liviana en el cerebro. Los especialistas llaman depresión a esa experiencia. No es homicida, aun cuando sabes que harías daño a una criatura de la cual se presume humana. Discutible con psiquiatras, ofuscada ante las leyes de los hombres y dioses de utilería o religión puestos en escena de ceremoniales estúpidos.
La primera vez que pensé en el suicidio tenía menos de 7 años de fantástica niñez. Observaba una colonia de hormigas y jugaba con ellas. Les facilitaba el traslado de partículas variadas que recogían, e insectos asesinados, para llevarlos a sus cuevas. Les enfurecía que interviniera en sus hábitos: algunos instintivos, otros racionales. Me recostaba al lado de hormigueros para recibir centenares de picadas, a sabiendas que inocularían veneno a mi epidermis. El roce con avispas amarillas y hormigas vulnera mi salud. Luego de matarme, la especie «formicidae» [«eusocial»] buscaría modos para introducir trozos de mí al refugio. Disfruté de la formidable fuerza en acción de un bachaco, me divertía mucho mirarlos laborar sin descanso.
Pensé de nuevo en el suicidio imaginándome ahorcado en un enorme árbol de mangos, luego de hartar mi apetito por la sabrosa fruta. Hice una soga, trepé, la colgué en una de las ramas más gruesas y resistentes. Esperé varios días. Una mañana [me vi] pude escrutarlo fallecido, finalmente: era mi hermano gemelo. Fui interrogado respecto al trágico suceso, me culpaban de haber cometido homicidio. Ante quienes me señalaban, mencionaba el nombre de Luxfero.
—«Soy, llevo luces: excepto yo, ninguno pende entre las hojas y frutos que no hubiere anhelado consumación[…]» –repetía a mis inquisidores
El tercer y también exitoso intento fue mediante un espectacular salto del planeta Tierra, confirmándome la relatividad de la fuerza gravitacional, y logré un viaje sideral que no cesa. A partir de ese instante, todo de mí [en realidad] no nace: amor, odio, dolor. Existo desaparecido, afuera: desde un palco de otro mundo, miro acaecimientos.
[A los escritores Rafael Rattia y Alirio Pérez Lo Presti]
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