COLUMNISTA

Sordera política

por Avatar EL NACIONAL WEB

Desde que lo leí en enero de este año, he sostenido un diálogo mental con el artículo de Fernando Mires “El arte, la política y Gustavo Dudamel”. Su invitación a una perspectiva ponderada, matizada sobre la posición –o ausencia de ella– del virtuoso venezolano respecto del país y su conducción política, me ha hecho diferentes ruidos a lo largo de 2017.

La Venezuela de enero de 2017, cuando fue publicado, dista mucho de la de octubre de 2017, y la retrospectiva nutre el debate. Aun cuando los indicadores y condiciones de hoy, más las 150 vidas jóvenes perdidas en la represión en las protestas, la inflación de 4 cifras, los cientos de neonatos fallecidos, la instauración sin tapujos y a los golpes de una dictadura mediocre, violenta, resentida y los cientos de presos políticos son más el resultado acumulativo de tendencias e intenciones anunciadas y previsibles, y no una sorpresa.

Mires –a quien respeto mucho por su pensamiento dedicado, profundo y articulado sobre Venezuela, y a quien pido excusas por esta limitada paráfrasis de su amplio texto– hace un llamado a considerar la escala de grises. Apoyado en referencias filosóficas que separan las esferas del arte y la política, construye el caso de una sociedad integrada por “personas democráticas” que respetan e incentivan tanto las diferencias de opinión, como el derecho de no opinar en absoluto; que solo hacen juicios basados en el cumplimiento o no de la ley, y no en posiciones morales individuales; personas “que creen que el debate político hay que llevarlo a cabo con políticos y no con cantantes, jugadores de fútbol y directores de orquesta”. Aboga por lo que interpreta como la “solución intermedia” de Dudamel, quien ha pagado el “precio módico de rendir respeto al gobierno sin poner la música bajo su servicio exclusivo”, a cambio de la colaboración de este con el Sistema. Esboza casos de escritores (como Borges y Neruda) respetados en todo el espectro político de sus naciones sin importar sus preferencias manifiestas. Apela a ese lugar de orgullo compartido que une a naciones enteras alrededor de los miembros destacados de su patria.

Me hace pensar en mis motivos de orgullo y vergüenza nacional. De orgullo, la Vinotinto, su DT Rafael Dudamel, Salomón Rondón, Carlos Cruz-Diez, Francisco de Miranda, Edgar Ramírez, Mónica Spear, las novelas –buenas– de RCTV que han llegado dobladas hasta los confines de Asia, Yulimar Rojas, el Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela, y sus logros comprobados de desarrollo social durante casi cinco décadas. De vergüenza, el gobierno de Chávez y sus legatarios que no son los responsables de los méritos y glorias del Sistema, pero que sí han buscado atribuírselos y hacerlos suyos. Su negligencia, corrupción, crímenes de lesa humanidad, declaraciones a medios e intervenciones en organismos internacionales y escándalos de delincuencia organizada internacional.

En Venezuela el orgullo nacional tiene la dinámica de nuestro ambiente polarizado y polarizante. Los reconocimientos gubernamentales dejaron de ser un honor para muchos y se convirtieron en una vergüenza y en una moneda de intercambio reputacional. La manipulación, apropiación y usufructo de los símbolos comunes en la construcción de marcas políticas se convirtió en el expertise de este gobierno “socialista”, hacia el cual Dudamel y su mentor, José Antonio Abreu, mostraron más que respeto y cordialidad en épocas de Chávez y en nombre de todos los integrantes del Sistema. Dudamel llegó a calificarlo de “tutor maravilloso de la orquesta”, y según la Agencia Bolivariana de Noticias: “Uno de los artífices en el desarrollo del sistema musical venezolano”. Quizás no son palabras textuales salidas de su boca, pero él se las dejó atribuir. Pudieran argüirse a su favor sus intenciones de proteger al Sistema y garantizar su viabilidad, pero es que el Sistema ya estaba en peligro en una sociedad que condena a la muerte y a la desesperanza a sus jóvenes. Armando Cañizales y Wuilly Arteaga son el mejor testimonio de esto.

En algún momento tenía que darse un cortocircuito en la sociedad que produce a un virtuoso de clase mundial, que es la excepción a la regla, y simultáneamente tortura y mata de hambre y desolación a sus ciudadanos. Venezuela dejó de manejarse en términos de “preferencias políticas” hace tiempo, y pasó al plano de las crisis humanitarias con un responsable directo –el gobierno–, y uno indirecto –los ciudadanos venezolanos–.

A Dudamel, y a otros notables venezolanos, no se les condena y exige por tener un “corazoncito izquierdoso”. Se les condena y exige por su sordera política y estado de negación en un mundo en el que las celebridades de cualquier tipo no se pueden dar el lujo de la vista gorda y el aislamiento artístico. No en la era de las reputaciones y la responsabilidad social capaces de poner en peligro ventas, valores de acciones y negocios enteros. La Filarmónica de Los Ángeles lo tiene claro. Y Gustavo Dudamel, finalmente, también.

El arte y el artista no están exentos de responsabilidad y sentido de urgencia social, y es aquí donde discrepo de Fernando Mires. Por el contrario, la notoriedad y el privilegio vienen con bendiciones y obligaciones. Exigen un liderazgo mínimo, lo quieras o no. Todos tenemos un rol, más grande o más pequeño, en el destino de nuestras sociedades, y es quizás la actitud de “zapatero a sus zapatos” la que nos ha traído hasta puntos indeseables. 

No se les pide a los notables que integren o inicien partidos políticos, ni que se postulen a cargos de elección popular (aunque en Venezuela tenemos unos cuantos ejemplos tristes de actores y cantantes convertidos), ni que organicen a sus comunidades. Ni siquiera se les pide que protesten en la calle, aunque algunos lo hacen. Solo se espera de ellos un mínimo de dignidad en el ejercicio de su oficio, solidaridad, honestidad y conciencia sobre lo que ocurre a su alrededor. Al menos la capacidad de darse por enterados de las condiciones críticas que hunden a su lugar de origen y sus motivos. Incluso, de vez en cuando una voz elevada en favor de otros artistas que, a diferencia de ellos, son perseguidos políticamente y silenciados. Una conciencia social informada no es mucho pedir.

Bienvenido a ella, maestro Dudamel. Mejor tarde que nunca.