Pareciera que el país se paró, se apagó, se desinfló en estas últimas semanas. Un trozo de papel que arrastra una brisa caprichosa, un sendero que no lleva a parte alguna, un siniestro y perezoso bostezo. Vaya usted a explicar por qué. A lo mejor tiene mucho que ver con el frenético trimestre épico precedente el que nos parezcan ahora insustanciales las noticias más rutinarias. O nos hayamos propuesto no hablar de política, volver a repetir lo que hemos dicho tantas veces en tantos años, matices más y matices menos. Quién quita que hasta los vacacionistas de agosto, escasos, hayan hecho más solas, inertes y silenciosas las calles de pueblos y ciudades, no ha mucho campos de batalla donde la soldadesca asesinaba jóvenes. O que han sido tan violentos y súbitos los cambios de rumbo que no superamos el vértigo consecuente y no atisbamos a saber qué quedó atrás y qué camino queremos tomar en adelante, dónde están el norte y el sur. O es que el cansancio de lo mismo ha adormecido el espíritu de lucha y hasta el odio.
Nada fue como previsto. Ni estábamos logrando la segunda independencia, trajeados hasta de próceres. Ni la aberrante constituyente ha sido, no hasta el momento, lo que tanto amenazaba ser, la renacida guillotina de Robespierre y el inicio del comunismo más originario. Los guerreros desaparecieron con la misma celeridad con que entraron en escena. Y los quinientos y pico constituyentes parecen un circo provinciano que anda buscando público y ni Escarrá declama ya sus atildadas necedades. Hasta ahora vociferan una que otra amenaza, siempre unánimes eso sí, y proyectan disparatadas medidas para hundirnos más en el averno, sustituyendo el dólar por la rupia u obligándonos a comprar mamones electrónicamente, entre otras loqueteras.
Pero todo en tono muy disminuido, hasta el mismo Maduro anda tristón y no guarachero. Así como la MUD anda buscando reordenar su alfabeto para hacer frases con cierta coherencia y sonoridad. Pero no hay que desesperar, por algún lado el drama volverá pronto a vibrar porque el hambre y la enfermedad siguen allí al margen del hacer y deshacer políticos. Fíjense, aunque con poca fanfarria al menos dos acontecimientos de monta han acaecido y que hay que reseñar.
Paradójicamente allende nuestras fronteras la cosa está enardecida y no hay día que el improvisado y desleído canciller, joya del nepotismo patrio, no tenga que acusar de injerencista a alguna robusta potencia o institución transnacional. Pero todos esos rayos y centellas que vemos en el cielo del orbe desde la oscurana que nos envuelve y que nos concierne, parece que se van a concretar en un nuevo capítulo del diálogo –sí, carajo, del diálogo– que, si a ver vamos, poco entusiasma por ahora, será por aquello de las segundas partes: la misma República Dominicana del origen, un mismo presidente dominicano y hasta del propio, omnipresente e insumergible Rodríguez Zapatero. Se diría que hasta pavosa es la puesta en escena; pero no, no hay que creer en brujas.
Lo otro fueron las insípidas primarias opositoras que no se sabe si auguran éxitos o fracasos en las elecciones de octubre, en el supuesto de que las haya o que el gobierno no haga una de sus vilezas acostumbradas que impidan, so pena de perder la dignidad, la participación en ellas. Digamos, verbigracia, que obligue a los candidatos a jurar amorosa fidelidad al circo aludido, que todo es posible en esta republiqueta bolivariana, hasta esa constituyente misma elegida por y para un solo partido. Sobre esta justa comicial no se puede dejar de decir que sucedieron cosas muy feas, pocas veces vistas en la unidad opositora, a lo cual parecen sumarse ahora acusaciones sobre el desconocimiento de algunos del nuevo diálogo. Travesuras electoreras y reclamos pertinentes no deberían ser, aunque podrían capotearse; pero meter el Tren de Aragua en el asunto y otras acusaciones similares son demasiado gruesas entre compañeros de ruta. Habría que definirse sobre la verdad o la falsedad de estas acusaciones, caer en cuenta del mal que pueden hacer, para empezar electoralmente. Alguna medida muy clara y muy pública hay que tomar al respecto. O actuamos como caballeros o como lo que somos, diría Groucho Marx