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La sombra de Van Gogh

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El intenso calor atormenta la sombría y extraviada cordura de Vincent van Gogh, en venganza, su talento psicótico hace desaparecer al sol con violentas pinceladas de colores naranja y rojo que con furia desliza sobre ese ocaso que al óleo pinta.

Sin proponérselo, en sus facciones se bosqueja la angustia tal como sobre cartón lo dibujó Edvard Munch, su colega noruego, quien en las cuatro versiones de El grito, sin saberlo, plasmó la expresión del rostro de Vincent al cortar su oreja.

Fue entonces cuando la luz, hechicera y luminosa, sin ningún tipo de pudor, se le insinuó a Van Gogh y con enardecidas artimañas seductoras logró que el melancólico pintor se enamorara perdidamente de ella. Pero el venezolano Armando Reverón, con su sombrero de copa y su torso al desnudo, se interpuso en ese amorío y fue en el Castillete de Macuto, en el estado Vargas cuyo nombre impunemente quieren cambiar, que la cortejó y la conquistó. Así, entre caballetes solitarios, lienzos impúdicamente blancos y muñecas de trapo, Armando, el artista que colgaba trozos de madera en su cintura para usarlos como pinceles, obsesionado por la luz, se la arrebató al holandés y al igual que Juanita, su mujer de piel, la hizo su amante eterna.

No es casual que en el año de 1889, un mes después que entre paletas de óleos, cajas de tizas y creyones naciera Reverón, en Francia, frente a la ventana de un sanatorio mental, un solitario Van Gogh pintara con despecho La noche estrellada.

Vincent, Edvard y Armando nunca se conocieron; sin embargo, sus talentos convergieron en la locura y es allí cuando un pensamiento sacude la razón de Van Gogh. Con angustia cae de rodillas y en una especie de déjà vu se da cuenta que de 900 pinturas que hizo en 10 años, en vida logró vender solo un cuadro. Impotente ante lo que cree su fracaso, se sumerge en su paranoia y escucha de nuevo voces que lo atormentan. Con desesperación se aferra a su biblia y reza en holandés: “Onze Vader in de hemel…”.

Ese instante presagia su final, pero antes, en el umbral del tiempo, se percata de que su sombra, su única compañía, sigue detrás: obediente, silenciosa, oscura.

De pronto, sin que cambie la posición del sol, la sombra se separa del cuerpo. Su ruptura suena como el chirriar de los huesos de todos los muertos. El oficio izquierdo del artista estalla en dolor. Una lucha feroz se libra entre la locura y la razón. La locura triunfa y Vincent pierde la cordura.

—¡Soy más grande que tú! –grita con arrogancia la sombra– ¡Me cansé de tus miserias, de tus amores fracasados y tu falta de esperanzas. Ya no cambiaré por capricho de la luz ni fingiré tomar un pincel. ¡Vincent!… ¿por qué me mutilaste?

El hijo del pastor recoge las piernas contra su cuerpo. El corazón se rebela. Marca un ritmo fuerte y acelerado. Sus arterias revientan y tembloroso extiende su mano hacia la sombra, pero su mano de artista no pudo tocar su locura.

Vincent pronto será un cadáver. Su pérfida sombra se aleja e intenta confundirse con otras. Todas se apartan. Solo le queda rezar, pero como no sabe hacerlo, no lo hace.

—¿No te has ido? –pregunta el alma encolerizada al salir del cuerpo.

—Quiero volver a ser la sombra de Van Gogh –y diciendo esto se coloca bajo el hombre. Se humilla. Implora piedad. Se arrastra.

El alma observa el cuerpo. Se calma. Duda por momentos. Mira a la sombra. Se compadece y decide regresar.

Aturdido, el artista holandés volvió a respirar. Se puso de pie. Se colocó su sombrero de paja y en voz alta dijo algo que luego le escribiría a su hermano Theo en una carta: «Prefiero pintar ojos de seres humanos en vez de catedrales, ya que hay algo en los ojos que no está en las catedrales… El alma de un hombre, así sea la de un pobre vagabundo, es más interesante para mí».

Tomó un pincel y sobre un lienzo pintó sus ojos. Ese día, terminó otro autorretrato.

Vincent nunca volvió a ser Vincent. Respiraba, pero su alma muerta esperaba el inevitable momento de alojar una bala en su cuerpo. Quizás por eso, una extraña mezcolanza de pinceles, lienzos y colores, casi por piedad, intentaron borrar su vida sombría, pero la historia del arte y su talento no reconocido en vida lo impidieron. Ahora, en Francia, su tumba y la de su amado hermano Theo reposan solitarias sobre los Campos de Trigo.

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