El caso venezolano se ha internacionalizado y su resolución en un sentido u otro pasa por la acción de actores internacionales con intereses en Venezuela. Es el creciente pulso entre la comunidad democrática internacional y esa suerte de internacional autoritaria y antidemocrática que apoya a la neodictadura chavista. En esta confrontación es clave el papel que desempeñan y desempeñarán las naciones americanas.
Las naciones democráticas del mundo se han dado cuenta de que el proyecto chavista es contrario a la democracia, al Estado de Derecho, al respeto a los derechos humanos, al equilibrio sano y exitoso entre la acción del Estado y el mercado. Además, las relaciones estrechas del régimen chavista con Rusia, China, Cuba, Irán, Corea, Hamas, Hezbolá y con el crimen organizado amenaza la seguridad nacional de muchos Estados. En definitiva, han abandonado la actitud a ratos frívola y complaciente y muchas veces guiada por intereses económicos vigente hasta hace poco en relación con el gobierno venezolano.
Los Estados democráticos de América y Europa han venido concertando para ejercer presión por diversas vías y expedientes con el propósito de lograr un cambio democrático en Venezuela.
Ese objetivo puede ralentizarse y complicarse; y a eso juega el chavismo tratando de ganar tiempo. En estos momentos no se percibe con claridad a quién puede favorecer ese devenir del tiempo. ¿Será más corrosiva para la dictadura la crisis económica y social o el tiempo perjudicará a las fuerzas de cambio?
Se corre el riesgo de que asuntos de mayor relevancia en el campo internacional, como por ejemplo la situación en la península coreana o crisis endógenas, puedan contribuir a minimizar la relevancia del asunto venezolano.
En el caso de nuestro continente está pendiente el resultado de varios procesos electorales para elegir presidentes y parlamentos en Chile, México, Brasil y la crisis de Honduras, donde el gobierno y la oposición se atribuyen la victoria.
En Brasil el favorito para ganar la Presidencia es Lula y en México López Obrador, de ganar ambos es esperable una modificación significativa de la postura de ambos Estados en relación con el caso Venezuela.
En Chile es posible que en el ballotage se termine imponiendo el candidato de la centroizquierda, si consigue finalmente el apoyo del Frente Amplio, coalición heterogénea de izquierdas radicales que algunos asocian al Podemos español. Si finalmente ese respaldo se da y se prolonga a un apoyo parlamentario al nuevo gobierno, el cual no tiene mayoría en el Congreso, es probable que la posición del Estado chileno en relación con Venezuela sufra algún cambio.
En Honduras, si termina ganando la oposición, cuya campaña dirigió Mel Zelaya, es lógico suponer cuál sería la posición del nuevo gobierno.
El impacto de la acción internacional también puede verse afectado por la división de la oposición venezolana. Está claro que para que el potencial de la presión internacional pueda fructificar tiene que existir una alternativa democrática nacional lo suficientemente fuerte y cohesionada para materializar una sinergia capaz de despejarle el camino al cambio y que este sea democrático en sus fines y objetivos.
De no producirse esa operación de pinzas entre las fuerzas democráticas nacionales e internacionales, la capacidad de resistencia del régimen puede potenciarse.