Me he propuesto en mi columna de opinión un conjunto de temas por mes, y así no estar improvisando ni mucho menos hablar de las noticias que van surgiendo y de las cuales seguramente no tenga un real dominio. La meta es hablar de lo que llevo cultivando desde hace un tiempo y buscar en la medida de mis posibilidades cierta profundidad. Pero 2018 ha comenzado con mayor dolor y angustia de la que esperábamos.
Estamos inmersos en una profunda desesperanza colectiva. De algún modo parecía que el mal que nos anunciaron sería gradual, pero no este horror que han sido las primeras semanas de enero. Les iba a hablar de un tema algo alejado de nuestra realidad, de un clásico del cine, pero soy del pensar que no podemos hacer silencio o desviar la mirada cuando sucede algo que nos exige –¡cómo mínimo!– una toma de posición.
En lo personal, al volver a clases me enteré de que un colega-amigo se iría del país en menos de dos meses, y cuando hablaba con los alumnos y les preguntaba a algunos por las razones de su bajo rendimiento y por el hecho de que tantos de sus compañeros se habían desaparecido de la universidad, todos repetían lo mismo: “Es que no tiene sentido seguir estudiando en este país, todos queremos irnos”. Me imagino la cantidad de personas que se van por presión social y no tanto por una clara y planificada decisión, porque todos los días te dicen: “¿Y para cuándo te vas?, ¿por qué te quedas?” Esto fue lo que muchos me dijeron esta primera semana y por eso cuesta animarse.
El venezolano no “enchufado” se enfrenta todos los días a decenas de hechos que destruyen su dignidad y que lo llevan a una gran depresión, y todo por causa de una dictadura que se esmera en destruir el país. Hasta parece planificado (destrucción de Pdvsa que ha llevado a reducir su producción a menos de la mitad de 1998, política de aniquilamiento de la iniciativa privada y clara alianza con el malandraje), de modo que el miedo a la inseguridad y al hambre nos lleven a autocensurarnos y someternos a su terrible voluntad.
El hambre es lo peor, quizás porque las tristezas se tratan de tapar con comida, y uno no sabe qué hacer con esa sensación que provoca salir corriendo y devorar algo. Y cada día que pasa lo que gana la gente no le da para nada. Por solo ofrecer una muestra: un profesor en una universidad de Caracas debe trabajar 4 horas para poder comprar un vasito de café en la calle.
Respirar hondo, levantarse y seguir luchando; sabiendo que este año debemos ser los genios de la supervivencia. Que no hay carne, intenta con los granos; que ya ni hay bolsa cuando vas a comprar algo, pues anda siempre con una en el bolsillo; y si te han cambiado las condiciones de tu trabajo, pues inventa la manera de seguir ofreciendo la misma calidad. Seamos los reyes de la austeridad sin ser como Ebenezer Scrooge. Luchemos por sobrevivir, pero nunca darle gusto a la dictadura que busca envilecernos.
No perdamos la dignidad aunque estemos en los huesos. Si no te queda otra que sacarte el “carnet” para poder medio comer, pues hazlo pero no caigas en sus mentiras porque al ir a votar ellos no saben por quién lo haces, y jamás hables su lenguaje ni mucho menos pienses como ellos. La conciencia siempre será tu refugio y tu escudo. Recuerda a la Polonia de Karol Wojtyla (futuro Juan Pablo II) que se refugió en su fe, y que los comunistas jamás pudieron conquistar su alma y en los ochenta terminaron siendo derrotados.
Y en medio de esta lucha nos topamos esta semana con una masacre, que no solo ha irrespetado el honor del rendido sino que incluso le prohíbe a sus familiares velar los cuerpos. En el caso de Oscar Pérez, quien fue sepultado en la madrugada y con la presencia de solo dos familiares. Ante estos hechos son muchos los que hemos recordado los valores que las leyendas homéricas enseñaron a Occidente desde hace más de 2.500 años, con el ejemplo de Aquiles entregando el cuerpo de Héctor (su enemigo) al rey Príamo. Son principios universales que el chavismo-madurismo no duda en violar, y que por su gran carga de maldad puede llevarnos a un peligroso resentimiento.
Ruego a Dios que nuestro anhelo de justicia (dignidad) nunca se desvíe en venganza y que jamás odiemos aunque tengamos sobradas razones para ello. ¡No nos rindamos jamás!