Ocurrió hace casi 60 años. Fue una fría madrugada de 1960 cuando Armando Valladares despertó con el golpe de una ametralladora empujándole la cabeza. ¿El delito? Negarse a colocar en el escritorio de su oficina un cartel que decía: “Si Fidel es comunista, que me pongan en la lista, yo estoy de acuerdo con él”.
Aunque no tardaría en hacerlo, todavía el dictador cubano no había declarado públicamente (apoyado por el aplauso de millones de entusiastas que no sabían que empujaban su propia libertad camino al cadalso) el “carácter comunista” de su revolución. Pero desde antes de enero de 1959, fecha en que Castro entra en La Habana con su caravana en contra de la libertad, ya sus prácticas y discursos apuntaban al totalitarismo caribeño que no demoró en implantar y que aún perdura.
Unos lo vieron, otros no quisieron verlo. Unos se le enfrentaron y terminaron fusilados por los “tribunales revolucionarios”, es decir, asesinados, o como Valladares, condenados a 30 años de trabajo forzado. Unos se fueron de la isla, otros se quedaron esperando lo que jamás les llegó. Unos fueron engañados, otros aún lo están. Unos viven dentro de esa mentira, otros creen, o se dicen, que no les queda más remedio que malvivir en ella.
Han sido muchos años y ya pareciera que la memoria tiene una especie de pacto oscuro con la desmemoria. Y no solo por los efectos de la poderosísima maquinaria de represión y adoctrinamiento de los victimarios, sino también –hay que reconocerlo aunque a algunos nos duela– por la obscena complicidad y hasta la subvención de las víctimas. Y cada vez se hace mayor. Penosamente. Por suerte siempre hay excepciones y en ellas siempre valdrá la pena poner algo más que nuestras esperanzas. Pues ya sabemos que las dictaduras no se derrocan solo con esperanza. Se necesita mucho más.
La impresionante historia de Valladares nos lo confirma. En el único interrogatorio que le hicieron, los gendarmes que lo secuestraron le dijeron claramente que luego de registrar su casa no habían encontrado explosivos ni propaganda anticomunista, pero que de todos modos ellos tenían la convicción moral de que él era “un enemigo potencial de la revolución” y por ello debía ser encarcelado. Y así lo hicieron, con total desvergüenza e impunidad.
Tenía 23 años cuando, sin ninguna prueba de delito, fue condenado no en un juicio imparcial sino por decisión de la policía política. Y de manera fulminante. El escritor, pintor y activista de derechos humanos, permaneció 22 años en cárceles castristas por el “delito” de defender el derecho a manifestar su desacuerdo con la ideología comunista. Sufrió larguísimas temporadas de incomunicación, golpizas, negación de asistencia médica y diferentes tipos de torturas.
En 1982 finalmente fue liberado gracias a la tenacidad de su esposa Martha, a quien conoció estando en la cárcel y que le esperó 21 años como “una Penélope real”, incansable, y a la solicitud de excarcelación que le hiciera a Castro el presidente francés François Mitterrand. Tres años después Valladares publicó sus memorias del presidio con el título de Contra toda esperanza, traducidas a diversos idiomas en todo el mundo. Un extracto de este libro apareció en las Selecciones del Reader’s Digest del año 1983. Su impactante testimonio dio a conocer de forma irrebatible los horrores del castrismo y sus métodos para imponer, a golpe de violenta represión y constante adoctrinamiento, un sistema totalitario.
El ex presidente Ronald Reagan, durante su administración, lo nombró embajador de Estados Unidos ante la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas. En ese puesto, demostró a la opinión pública internacional la existencia de presos políticos en Cuba y denunció las múltiples violaciones del régimen en contra de los ciudadanos de la isla caribeña.
Hoy es director del Interamerican Institute for Democracy (IID) y presidente de su Comisión de Derechos Humanos. Le ha sido otorgado el título de doctor honoris causa por la Universidad Francisco Marroquín, la Medalla Presidencial del Ciudadano (máximo reconocimiento civil estadounidense), así como el Premio Libertad del PEN Club de Francia, que solo se concede a escritores presos, entre otras importantes condecoraciones.
En sus más de dos décadas de presidio político, no aceptó “rehabilitarse” (abandonar sus ideales y adherirse al proyecto antidemocrático de los Castro), ni jamás ha dejado de luchar contra el virus del comunismo. En Cuba, producto de la férrea censura imperante, prácticamente se desconoce la existencia de símbolos de libertad y resistencia como Valladares. Tal vez resulte más doloroso y peligroso que las últimas generaciones de cubanos del exilio –consciente de unos, indecente de otros– casi no se preocupen por rescatar al menos parte de su historia, que les ha sido negada desde antes de que nacieran y a la que aquí, “en tierras de libertad”, como suele decirse, fácilmente pueden acceder. No olvidemos que cuando una nación desconoce o menosprecia su historia, deja de ser una nación, y esto es un grave riesgo.
El testimonio de este cubano libre y valiente como pocos es una pieza clave de esa historia tergiversada, confiscada por décadas de incultura, desidia y represión. De ahí que en el IID nos propusiéramos realizar una película documental, actualmente en producción, a partir de las memorias de la cárcel y la vida en libertad de este porfiado luchador por la democracia. Excepción en esa afligida regla que aún nos agobia y paraliza. Aunque no el único.
Vale acotar que en aquellos primeros tiempos, al sentir el advenimiento del absolutismo, no pocos corrieron el riesgo de expresarse y algunos optaron por alzarse en armas (con las pocas que pudieron, pues el régimen desarmó rápidamente al pueblo para garantizar el control que hasta hoy mantienen). Y todos fueron violentamente reprimidos, atemorizados, chantajeados, desterrados, desaparecidos, abandonados a morir en calabozos o conducidos al paredón.
Entonces –y esto también hay que decirlo aunque a Occidente le cueste escucharlo– la cruzada en contra de la libertad fue verdaderamente sangrienta. Y no solo aplaudida por la ceguera y la indolencia de nuestros compatriotas: muchas democracias elogiaron y colaboraron –y todavía siguen haciéndolo– con el larguísimo crimen de lesa humanidad que ha sido el castrismo. Lo cual –no podemos obviarlo– ha contribuido notablemente a la perdurabilidad de las desgracias y los mitos de este y otros proyectos revolucionarios que hoy desestabilizan la región y amenazan el mundo.
Armando Valladares sobrevivió para contárnoslo. Para develar, a través de su vida, las verdades más sombrías de la Cuba castrista. Y para recordarnos lo peligroso que siempre resultará abrirle, en cualquier parte, en cualquier tiempo, la más pequeña rendija a cualquier forma de totalitarismo. Da igual con los nombres que hoy o mañana se nos disfracen para hacernos caer mansamente en sus trampas. Recordemos que estos virus, por desgracia, tienen esa extraña y viscosa capacidad de mutar. Mantenerlos a raya, no aceptar jamás su juego, siempre será lo más sensato. Lo que puede salvarnos.
LINK: https://www.youtube.com/watch?v=ZfaXXGf5m5w
Fragmento del filme documental en producción, escrito y dirigido por Luis Leonel León, sobre Armando Valladares.
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