Las “entrevistas”/debates entre/con candidatos a la presidencia en la televisión han generado muchos comentarios los últimos días, incluso por parte de algunos de los participantes. Los organizadores han justificado los formatos y los desempeños de los candidatos y de los entrevistadores o adversarios. Los partidarios de los candidatos, por su parte, lógicamente, han manifestado su disgusto con la forma en que fueron tratados sus gallos, y con el trato que recibieron sus rivales. Hasta aquí, nada más que normal.
Con un pequeño detalle. En otros países, donde, como se imaginará el lector, también hay elecciones, televisión y programas especiales en campaña, los comentarios siempre giran en torno a los protagonistas, a saber, los candidatos. En Francia, o en Chile, la comentocracia y los políticos intercambian puntos de vista sobre lo bien o lo mal que se manejó Piñera o Macron, Guillier o Le Pen. En Estados Unidos, con campañas más largas y un mayor número de precandidatos, las páginas editoriales, los blogs y las redes sociales se nutren de perspicaces y sabias opiniones sobre la agilidad de Hillary Clinton y la pasión de Bernie Sanders, la insolencia de Trump o la pasividad de Jeb Bush. Casi nunca leeremos, o escucharemos, puntos de vista sobre Wolf Blitzer o Charlie Rose (antes de su desaparición de la pantalla), de Joe Scarborough o Sean Hannity, de Lesley Stahl o Christiane Amanpour. Si realizan bien su trabajo, serán, como los árbitros deportivos, invisibles.
Por desgracia, esto no sucede aún en México. Más allá de las individualidades y las diferencias evidentes entre los participantes en Tercer Grado, Milenio, etc, los programas fueron tanto sobre ellos mismos como sobre los candidatos. No ha sido posible todavía llegar a una normalidad mediática, aunque los moderadores del primer debate presidencial se acercaron a ella. Los periodistas o académicos presentes en la televisión aún no aceptan que su papel consiste en dejar que el invitado responda a preguntas incisivas y con seguimiento, pero al final que el centro de atención es él (o ella). No es necesario interrumpir, presionar, gritar o tratar de lucirse a costa del invitado; es un invitado.
En las mesas de debate de los lugartenientes de los candidatos, se vale interrumpir e intimidar, cuando se puede. Asimismo, en las mesas redondas (por ejemplo, La hora de Anayar, como le dicen algunos a la de los lunes a las 10:00 pm, en Foro TV), es perfectamente aceptable que todo el mundo hable a la vez, aunque entonces no se suele entender nada. Pero en ambos casos, impera una relación entre pares: entre los suplentes de los candidatos, o los mismos de siempre en las mesas redondas. No es el caso de los candidatos: son diferentes, en todos los sentidos. No son los pares de los entrevistadores. Uno de ellos va a ser presidente. Vale la pena recordarlo, no en aras de la cortesía o la reverencia, sino de un simple y sano realismo. A eso, no hemos llegado.
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