Irma hizo de las suyas. Le bastó solo el breve lapso de 25 días –entre el 30 de agosto y el 23 de este mes de septiembre– para hacer historia. Ella fue producto de una onda tropical que se inició en la costa occidental de África y que alcanzó la condición de perturbación al pasar a través de Cabo Verde. Horas después fue bautizada como tormenta tropical por el Centro Nacional de Huracanes. El 4 de septiembre, la dama de aire se convirtió en un huracán de categoría 4, con vientos de 215 kilómetros por hora. Por las condiciones favorables que encontró a su paso, al día siguiente, la de indomables vientos (280 km/h) se convirtió en huracán de categoría 5, el más fuerte del Atlántico hasta ahora.
Ya en ese estatus supremo, Irma pasó sobre Barbuda depositando en esta pequeña isla el peso de una carga destructiva que la dejó devastada. Mudó entonces a una fase de inconstancias, y sus avatares sucesivos afectaron, entre otros sitios, a Antigua, San Martín, Islas Vírgenes Británicas, Saint Thomas, Cuba, los cayos de Florida y, en menor medida, Miami, desde donde se desplazaron varios millones de sus habitantes a la búsqueda de lugares más seguros.
Mientras eso acontecía, otra tormenta de mayor categoría –conocida con el patronímico roja rojita– persistía en su labor destructiva de la una vez boyante Venezuela. Por su demasía, los daños que ha causado y el número de personas afectadas no tienen comparación con los ocasionados por Irma, que al lado de la venezolana se ve como un bebé todavía de pecho.
Nuestra tormenta es producida por Nicolás Maduro, cuyo grandioso corazón es incapaz de pasar por alto lo que acontece fuera de nuestras fronteras. Tan pronto se entera de que alguno de nuestros vecinos está afectado por algún mal, por insignificante que él sea, da instrucciones de inmediato a los ministros competentes para apoyarlo por todas las vías posibles y de manera esplendorosa, aunque en eso se vaya la vida de sus más pobres compatriotas. Los hechos están ahí para demostrarlo. Veamos entonces unos ejemplos concretos.
Antes de la llegada de Irma, pero poco después del paso del huracán Harvey –que causó estragos en Houston, Texas– Nicolás anunció una donación de 5 millones de dólares a las comunidades que se vieron perjudicadas por dicho fenómeno de la naturaleza. Teniendo en cuenta que los daños ocasionados por el mismo se ubicarán por encima de los 150.000 millones de dólares, en la Casa Blanca y el Congreso de Estados Unidos de América se sintió un respiro de alivio por el gesto del gran demócrata suramericano.
Pero la bondad del preclaro líder tropical se creció aún más con el paso de Irma. Para la historia quedará el gesto que tuvo en beneficio de la isla de Barbuda. Como señalamos antes, el paradisíaco lugar fue devastado por la de bravíos vientos, dejando inservible 95% de su infraestructura. Ronald Sanders, el embajador estadounidense en el lugar, fue preciso en su evaluación: “La destrucción es total. Una civilización que existió durante 300 años se acaba de extinguir”. Como consecuencia de eso, las 1.800 personas que vivían allí tuvieron que ser evacuadas. Entonces la sensibilidad de nuestro timonel se vio afectada tan profundamente que lo condujo a hacer lo impensable: destinó 1 millón de dólares de los fondos del Banco Alba “para la reconstrucción de Barbuda”. Los diarios del planeta publicaron la foto de @Barbuda_Culture en la que aparece el canciller Jorge Arreaza junto al sonriente primer ministro de Antigua y Barbuda, Gaston Browne, quien muestra el cheque que le entregó el venezolano, que garantizará de ese modo su apoyo imparcial al inquilino de Miraflores ante cualquier acción en su contra por parte de la OEA.
Fruto también de su piadoso corazón fue el anuncio que se hizo sobre el envío de 10 toneladas de bienes de primera necesidad a la isla de San Martín y 100 toneladas de ayuda humanitaria a la empobrecida Cuba, a la que también se le puso a disposición los servicios de la Gran Misión Barrio Nuevo, Barrio Tricolor y Corpoelec.
Mientras estas obras bondadosas se llevaban a cabo, en Venezuela los niños pobres ven aumentar su desnutrición; muchas ciudades y pueblos sufren las consecuencias de las fallas del servicio eléctrico; los enfermos de cáncer y los necesitados de diálisis viven la angustia de un desenlace fatal; y los presos políticos luchan por un trato digno y su liberación. Producto de eso, el país entero clama por un cambio en nuestras condiciones de vida. El llamado no es para nada impertinente. En un texto de Jorge Luis Borges, de 1949, se resalta: ¿No observó acaso Gibbon que lo patético suele surgir de las circunstancias menudas?
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