En 1976 Jorge Antonio Rodríguez, líder revolucionario en la UCV y fundador de la Liga Socialista, fue torturado y asesinado por la Disip durante un interrogatorio, acusado de comandar al grupo, en su mayoría de diputados activos, que secuestró en Caracas al industrial estadounidense William Niehous, rehén del cautiverio más largo de la historia política nacional, rescatado casualmente por la Disip luego de tres años y varios meses. Los culpables del asesinato y también los delincuentes secuestradores fueron sometidos a juicio y cárcel, alguno regresó a su bancada en el Congreso Nacional. Detalles de este suceso pueden precisarse en libros, documentos, archivos periodísticos y redes comunicacionales.
Aquel evento marcó para siempre a sus hijos, Jorge, médico psiquiatra, ex alcalde de Caracas, antes vicepresidente de la República, fundador del CNE, coordinador del PSUV, ahora ministro de Comunicaciones. Y Delcy Eloína, ex canciller, ahora presidente de la asamblea nacional constituyente. Sus biografías también pueden consultarse por medios radioeléctricos, ya, hoy, antes de que el doctor Jorge, jefe de Conatel, y la licenciada Delcy, jefa de la república ilegal, ordenen cerrar o reglamentar el acceso a Internet, como en China, Cuba e Irán.
Hace días, en el cementerio, durante la ceremonia en recuerdo del suceso ocurrido hace cuarenta años, la dolida hija expresó: “La derecha fascista de la cuarta república fueron tus asesinos, los mismos que hoy agreden al pueblo y amenazan sus sueños de luz y esperanza. La oposición fascista nunca más volverá”. Y el hijo no cesa de asegurar que “sus asesinos fueron las fuerzas represoras del puntofijismo”. Es su forma de expresar sincera y enfermizamente un duelo nunca elaborado por la vía normal, con tratamiento personal o familiar que puede ejecutarse mediante diversas terapias: psiquiatría o psicoanálisis de distintas escuelas (complejos o síndromes de Sísifo, Edipo, Electra, ahora postraumático Rodríguez-Gómez), confesiones religiosas de muchos credos o resiliencia mediante actividades creativas extensas que proyecten un sufrimiento intenso compensado hacia el bien del prójimo sin distinciones de raíz discriminatoria.
En este caso, el mito revolucionario practicado por la perdida figura paterna se tornó filialmente en complejo retaliativo, de resentimiento incurable, una herida no tratada, resuelta en una criminal dinámica de odio cínico, corrupto y continuo intentando reparar la injusticia que los marca como individuos y se proyecta políticamente en el padre suplente restaurador, Hugo Chávez, venido al mundo para curar ese trauma más el de las pobres víctimas de la democracia representativa y del imperialismo yanqui, dios sanador único destinado a redimir los pecados del país, la región y el planeta.
Los enfermos que nos gobernaron es un magnífico estudio de Pierre Accoce y Pierre Rentchnick (primera edición traducida por Editorial Plaza y Janés en 1978) y vale que se lea con detenimiento, siempre está de moda y sirve de manual a la hora imprescindible de juicios legales y éticos para evitar que la historia se repita al pie de la letra.
En 1998 Jorge Rodríguez Gómez ganó el Concurso de Cuentos promovido anualmente por El Nacional. Lo tituló con esta frase: “Dime cuántos ríos son hechos de tus lágrimas” y cabe hacerle al menos dos preguntas a su autor:
¿Pudiste ser un competente médico, acaso un escritor mediano, humilde, honesto, pero con rico calibre moral y espiritual, de no aparecer tu padre sustituto y comandante eterno?
¿Sabes tú cuántos mares y océanos han llorado los venezolanos que fueron y son víctimas del odiante síndrome, entre muchos otros, de los hermanitos Rodríguez y su revolución vengadora?