La credibilidad, según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, es: “La cualidad de ser creíble”. Esa cualidad es un asunto invaluable en las relaciones sociales de cualquier índole, es la puerta que facilita la creación de confianza entre interlocutores y permite establecer los lazos necesarios para que las relaciones personales y sociales se construyan y mantengan.
Para quienes ejercen funciones de gobierno o de representación ciudadana la credibilidad es un requisito básico para alcanzar esas posiciones y adquirir la legitimidad necesaria para ejercerlas y mantenerse en ellas.
La credibilidad del régimen chavista se ha evaporado, está por los suelos, es prácticamente inexistente (salvo para la minoría que lo apoya); es la consecuencia directa de haber convertido en política de Estado la opacidad, la demagogia y la mentira, también por la distancia que hay entre su discurso y la realidad, y por el resultado nefasto de su gestión de gobierno. Padecemos el drama de un gobierno a quien sus conciudadanos no le creen lo que dice.
El dominio (que no hegemonía, que es cosa distinta) ejercido sobre el aparato comunicacional les ha servido para tratar de esconder por un tiempo asuntos importantes, los cuales terminan siendo del dominio público porque en estos tiempos es complicado mantener secretos; mas no para vender como verdades falsedades evidentes.
El oficialismo responsabiliza a la llamada guerra económica, supuestamente impulsada por el imperialismo y la derecha endógena, de la brutal crisis económica y social en progreso. Pero la voz de la calle y las mediciones de opinión expresan y reflejan que la inmensa mayoría de la ciudadanía no se traga el discurso oficialista y culpa al gobierno de sus padecimientos.
Otro ejemplo es la afirmación de que tenemos en Venezuela “el sistema electoral mejor y más transparente del mundo”. Tal aseveración choca con la realidad cuando, por ejemplo, se compara lo sucedido tanto aquí como en Colombia con las respectivas elecciones presidenciales del año en curso. En Colombia, donde se vota manualmente, hubo una participación sin precedente, el resultado se conoció al comienzo de la noche y los competidores lo convalidaron; aquí, con un sistema automatizado, hubo una abstención récord (porque la ciudadanía desconfía del sistema) y el resultado previsto de antemano (por ser un proceso no competitivo) se conoció oficialmente bien entrada la noche.
Inmersos en una aguda crisis de credibilidad acompañada de un rechazo al gobierno que escala más allá del 80% del cuerpo social, el oficialismo debe lidiar con los acontecimientos del sábado pasado en la avenida Bolívar.
El chavismo sostiene que lo ocurrido fue un atentado, vía drones cargados con explosivos, contra el presidente y funcionarios de alto nivel congregados en la tarima y acusa como autores intelectuales al presidente de Colombia y a la derecha endógena. Tal versión, cuando desciende a los detalles, muestra diferencias entre voceros principalísimos del gobierno: una cosa dijo el ministro de Información y otra el ministro de Interior y Justicia. Además, hay otras versiones de testigos y medios de comunicación presentes en el sitio de los acontecimientos. En resumen, al momento que pergeño estas notas (lunes 6 de agosto) no hay claridad acerca de lo ocurrido.
Contra la credibilidad de la versión oficial también conspira la inveterada costumbre del chavismo de denunciar conspiraciones y magnicidios a diestra y siniestra sin presentar pruebas sólidas y culpables verosímiles.
Tengo la impresión de que la combinación del déficit de credibilidad del régimen y el manejo un tanto impreciso y algo chapucero del incidente no abonará a favor del oficialismo y pareciera que de nuevo la verdad y el apego estricto a la realidad serán las primeras víctimas del asunto.