El advenimiento del siglo XXI ha venido aparejado de muchos cambios, no solo por el uso creciente de los nuevos instrumentos y procedimientos productivos que nos proporciona la aceleración y el progreso de la moderna tecnología, sino también en los paradigmas y nuevas formas de organización para relacionarse, entre sí, que vienen estableciendo los países del mundo y las instituciones internacionales en todas las áreas, especialmente, en la política; la vigencia de más y mejor democracia, la independencia de los poderes públicos, la justicia, los derechos humanos, la educación, la libertad de prensa y de pensamiento, la salud, el medio ambiente y la ecología, demografía, brechas socioeconómicas, las relaciones económicas, financieras, comunicacionales y comerciales. Asimismo, toma gran fuerza la noción de supranacionalidad que paulatinamente se impone sobre la hegemonía del Estado nacional; es el establecimiento de un conjunto de principios y regulaciones para definir las reglas de comportamiento que las sociedades deben observar, cumplir y hacer cumplir; igualmente, se establece la capacidad condenatoria y disuasiva de los Estados frente a las conductas irregulares de otros Estados. Todo lo que habíamos conocido hasta ahora, ha venido cambiando vertiginosamente y exige, a las distintas sociedades que cohabitan el planeta, una importante capacidad de adaptación a las nuevas realidades que emergen con velocidad inusitada.
Manejar adecuadamente la inserción de los Estados nacionales en el nuevo todo que se ha venido creando, demanda de estos la elaboración y formulación de visiones estratégicas dinámicas y cónsonas con las nuevas necesidades de supervivencia, desarrollo, prosperidad y cabal comprensión de sus ciudadanos. En otras palabras, es menester organizar, coordinar y canalizar el uso de los recursos disponibles, evaluar las capacidades y viabilidades propias de cada realidad y mantener y adoptar una actitud abierta para identificar, con anticipación, los cambios en el entorno en el que se desenvuelven esas sociedades y prepararse para asimilarlos proactivamente. En tal sentido, el análisis de tendencias y escenarios posibles situacionales y de mediano y largo plazo que alertarán a los países y propenderán a reducir la incertidumbre y facilitar una mejor identificación de oportunidades, amenazas, fortalezas y debilidades en las acciones que se realicen, y obtener, de una manera más certera, un comportamiento deseable y necesario. Los países que cumplan positivamente con las nuevas exigencias de la globalización serán los más exitosos y con capacidad de influencia en el devenir de la humanidad; por el contrario, los que no lo hagan quedarán pasivamente estancados en la pobreza y marginados de las grandes decisiones de la comunidad internacional.
Ante esa abrumadora realidad, la acertada inserción venezolana en el tren del progreso mundial se ve muy comprometida y presenta muchas interrogantes; el régimen que nos desgobierna tiene, por una parte, un evidente rezago en la habilitación de las medidas que debe adoptar para estar a la altura de los nuevos tiempos y, por la otra, no tiene la capacidad ni la voluntad política para dar los pasos necesarios para tales fines; el régimen pareciera no percatarse de lo que ocurre en su entorno, no ha entendido lo que está sucediendo o simplemente se trata de una perversa actitud para dejar al país al margen del progreso y la modernidad para hacer de sus ciudadanos vasallos acríticos y absolutamente dependientes de las canonjías que discriminadamente dispensa el gobierno a los que le ofrecen total obediencia y lealtad.