¿Es posible comprender a Shakespeare del todo? ¿Y su sabiduría? Sí, pero nos aterra, creo. Este poeta, de la estirpe del Predicador o Cohélet del Eclesiastés (en hebrero significa Orador o Predicador, hijo de David, rey de Jerusalén, autor del Eclesiastés) nació en Stratfor-on-Avon. Se dice que fue bautizado el mismo día en que nació, el 26 de abril de 1564. Muy brevemente, trataré de abordar a este genio desde el punto de vista de la literatura sapiencial, esa que penetra en el hombre y su tragedia, su dolor, el envejecimiento, la muerte y lo trascendental. ¿Y de la aniquilación?
Los críticos más sabios de Shakespeare fueron el doctor Ben Johnson (1704-1794), considerado por muchos como el mejor crítico literario en idioma inglés, y William Hazlitt (1778-1830), cuyos textos y reflexiones sobre las piezas y los personajes de Shakespeare solo han sido igualados por los de Johnson en cuanto a profundidad, que comprendieron que la diferencia shakespeariana radicaba en la manera de retratar a los personajes. Pero esto no nos lleva muy lejos. Dante y Cervantes nos presentan personas, y Cervantes desarrolla a su Caballero de la Triste Figura y su Sancho a una escala que ni Hamlet ni Falstaff pueden igualar, pues en última instancia no tienen nadie a quien hablar o ante quien interpretar, solo a sí mismos. Si repasamos la literatura, Shakespeare solo tiene un auténtico predecesor e igual: Geoffrey Chaucer, el gran autor de los Cuentos de Canterbury.
Las ironías e Chaucer, aunque tocan el abismo en el Bulero, no podían crear a Lear, un gran paso adelante en toda la literatura occidental (exceptuando la Biblia) hacia lo trascendental y lo extraordinario. La diferencia shakespeariana es parecida a la cábala luriánica, de Isaac Luria Ashkenazi (1534- 1572). El rasgo característico del sistema teórico y meditativo de Luria es su refundición de la jerarquía previa y estática de los niveles divinos en desarrollo, en un dinámico drama espiritual cósmico de exilio y redención.
A través de esto, esencialmente se convirtieron dos versiones históricas de la tradición teórico-teosófica en Kabbalah, así: 1) La Kabbalah medieval y el Zohar como se entendía inicialmente (a veces llamado «cabalá clásica / zohariana»), que recibió su sistematización por Moshe Cordovero inmediatamente antes de Luria en el período temprano-moderno. Y 2): La Kabbalah luriánica, la base del misticismo moderno judío, aunque Luria y los cabalistas posteriores ven el lurianismo como una explicación del verdadero significado del Zohar, que se extendió por Sefarad. Sefarad es un topónimo bíblico que la tradición judía ha identificado con la península ibérica, de ahí que en lengua hebrea sea la palabra que se utiliza para referirse a España y Portugal.
Shakespeare se retrae y se contrae en sí mismo, hasta que sus energías desbordan y devastan los vasos que ha preparado encarnarlas. Tanto en la comedia como en la tragedia se destruyen formas y personas, y hemos de contemplar a Shylock y a Lear, cuyas energías negativas solo pueden satisfacerse con la autoaniquilación. Shakespeare es el autor demiurgo al que James Joyce y Goethe quisieron aproximarse, el alienado creador que se corta las uñas incluso cuando su creación queda arruinada por su propia abundancia. Solo tenemos un autor que supera a Yahvé y sigue siendo el escándalo de Shakespeare.
Este genial poeta es el creador de los mejores espectáculos de la historia, es también el más sabio de los maestros, aunque la cargada de su enseñanza pueda ser el nihilismo, la lección de El rey Lear. Yo no soy nihilista gozoso, puesto que soy un profesor. Esta terrible obra fue representada por primera vez en el Globe Theater el mismo día en que se publicó Don Quijote.En las tragedias de Shakespeare el mal no es únicamente externo, producto de la casualidad o el destino. El héroe trágico es destruido porque hay algo en él que contribuye a su propia destrucción. En el caso de Lear, la tragedia se desencadena cuando él desmiembra su reino, se equivoca con respecto a sus hijas, cae presa de la furia y destierra a Kent, que es su súbdito más fiel. El bien y el mal son territorios claramente delimitados. Los personajes se distribuyen en dos grupos básicos: Lear, Cordelia, Edgardo y Gloucester están del lado del bien; Gonerilda, Regania, Edmundo y Cornwall están del lado del mal.
Sin embargo, no es posible simplificar a los personajes, ya que se trata de personas complejas, empezando por Lear que emerge como un nuevo ser positivo después de un proceso de purificación que lo hace renacer. Edmundo, por su parte, no es un personaje maligno, sino amoral, y tiene cualidades que lo redimen como su capacidad para reconocer errores, cambiar de opinión, y querer salvar a Cordelia. De forma análoga cambian y crecen a lo largo de la obra Gloucester y Albania.
La historia central de Lear y sus hijas tiene su correspondencia en la de Gloucester y sus hijos. Ambos patriarcas contribuyen al caos en la familia y el Estado; posteriormente Lear se sume en la locura y Gloucester en la ceguera, pero en ambos casos la oscuridad da paso a la iluminación espiritual.Al desnudarse en el páramo, Lear se desprende de lo accesorio y superfluo, y llega a un estado puro, a la esencia humana desnuda, incontaminada por la civilización.
Muchos críticos han relacionado el libro de Job y El rey Lear, pero yo encuentro que en este influyeron más Cohélet (Eclesiastés), la Sabiduría de Salomón y los Proverbios. Acordándose del rey Jacobo, al que le gustaba ser comparado con Salomón, supuesto portavoz de la literatura sapiencial hebrea, a excepción del libro de Job.
El Arthur Kirsch (nacido en 1932),un crítico literario conocido por sus escritos académicos sobre Shakespeare, Dryden y WH Auden, y que enseñó durante muchos años en la Universidad de Virginia , donde ahora es profesor emérito, escribe en su libro Shakespeare y la experiencia del amor (1991):
“La representación del sufrimiento en El rey Lear a menudo ha sido comparada con el libro de Job que, por supuesto, se centra en el sufrimiento de un individuo; y la prolongación de los sufrimientos de Job, así como sus protestas contra ellos, sugieren sin duda la magnitud de la caracterización heroica de Lear. Pero al comienzo de El rey Lear no hay ningún Satán, ni ninguna tempestad desde la cual Dios hable al final para que la extraordinaria sensación de dolor sincero de la obra sea intelectualmente explicable. En su concepción global está más cerca del Eclesiastés”.
Leed estas palabras de Cohélet, hijo de David, rey de Israel:
“¡Vanidad de vanidades!, ¡Vanidad de vanidades, todo es vanidad! ¿Qué saca al hombre de la fatiga con que se afana bajo el sol? Una generación va, y otra viene; pero la tierra siempre permanece. Sale el sol y el sol se pone; corre hacia su lugar y allí vuelve a salir. […] Todos los ríos van al mar y el mar nunca se llena; al lugar donde los ríos van, allá vuelven a fluir. Todas las cosas dan fastidio. […] Lo que fue, eso será; lo que se hizo, eso se hará. Nada nuevo bajo el sol”.
¿No se equipara esto a la terrible fórmula de El rey Lear: la nada solo engendra la nada? La enorme vacuidad de Cohélet resuena a lo largo de la tragedia más sombría de Shakespeare, pero también es la más sabia, superando incluso a Hamlet. La elocuencia de Lear se vuelve abrumadora cuando él mismo asume el papel de predicador y su congregación solo la forman el ciego Gloucester y el disfrazado Edgar: “Al nacer, lloramos por haber venido/ a este gran teatro de locos”.
La frecuente furia de Lear, tan parecida a los peores momentos de Yahvé, se ve reemplazada por un patetismo desgarrador: “Este gran teatro de locos” está instalado en el Globe, y Shakespeare quiere recordarnos que con la palabra “loco” se refiere no solo a los bufones de la corte, como el extraordinario Bufón de Lear, sino también a su amadísima Cordelia. No obstante, aquí esa palabra adquiere la connotación de #víctima: todos somos víctimas de la muerte, tarde o temprano.
En El rey Lear nadie es redimido, ni puede serlo. Esta es la sabiduría de la aniquilación, también la de Hamlet y, quizás, la del propio Shakespeare. O la nuestra, cuando el dolor y la vejez nos abruman y nos llevan al Hades.Hades es el mayor hijo varón de Cronos y Rea. El término “hades” en la teología cristiana (y en el Nuevo Testamento) es paralelo al hebreo sheol, “tumba” o “pozo de suciedad”, y alude a la morada de los muertos.