Un supuesto, supuesto dije, magnicidio y un conjunto de medidas tan estrambóticas como peligrosas, capaces de destruir las ruinas que van quedando, es bastante para sacudir la psiquis del más equilibrado de los ciudadanos. A lo cual hay que agregar el inmovilismo de la oposición y se tendrá un cuadro clínico de lo más singular, una suerte de parálisis nacional, de incapacidad de responder a una lenta y cruel agonía que no alcanzamos a entender.
Es probable que en todo este cuadro tengan un papel importante las posibilidades comunicacionales mediáticas. Una especie de cultura del Twitter parece contagiarlo todo. Crisis de la palabra colectiva que tiene muchas causas de diversos niveles y que no es el caso tocar aquí, nombrar algunas acaso: la censura y la autocensura por supuesto, la pobreza extrema, la fuga de talentos periodísticos, el manejo todavía incipiente de los medios electrónicos, el papel de imprenta perdido en las fauces de los depredadores… y acaso un cierto espíritu de los tiempos, no por nada llamados de la posverdad. Con las naturales salvedades, de los que están dejando el pellejo para que el silencio no sea sepulcral. Lo cierto es que un aplastante déficit de palabras no solo proviene de la crisis cierta de la política, sino de imposibilidad de manejar altavoces adecuados.
Cuán poco conocemos, por ejemplo, del dramático caso de Requesens en el Sebin: solo un par de frases que dijo uno de sus abogados sobre las vejaciones infames a que a que le sometieron los chacales del régimen. Y todavía hay avezados dirigentes que discuten con ardor si fue un atentado o un reality show del gobierno el desfile de los drones en la avenida Bolívar.
Dejemos el aparte y pensemos en el desconcierto que han causado, hasta en brillantes economistas, los disparates de las medidas económicas. Que uno tiene la sensación de que hay cosas tan absurdas que simplemente no se pueden creer. Por ejemplo, que se jure no volver a manejar el asqueroso dinero inorgánico, fuente mayor de toda inflación, y en el mismo paquete se dice que el gobierno arruinado va a subsidiar millones de sueldos con dinero… inorgánico, porque de dónde más. ¿De dónde más si Pdvsa va cuesta abajo, si nadie le da crédito a los maulas, si a ningún empresario se le ocurre invertir en este estercolero siendo tan grande el mundo, si no hay productividad nacional y por ende no hay exportaciones no petroleras ni impuestos jugosos, si nadie va a cambiar remesas a dólar barato para subsidiar el gobierno depredador…? Pero además, dicen los economistas, que uno de los límites mayores del paquete rojo, un estupendo oxímoron, no es propiamente económico sino moral que nadie quiere negociar con un gobierno de esos que llaman forajidos, en manos de tipos que aparecen en listas internacionales de sancionados por unos cuantos delitos de grueso calibre.
Lo cierto que una cosa y la otra, sumados a los últimos veinte años, produjo unos días de depresión nacional casi clínica. Nos jodimos de verdad. Y parió la abuela, se produjo un terremoto y por más racionalista que sea uno, algo tiene que ver con el asunto. Además es un terremoto muy parecido al país. Muy fuerte, pero no pasó nada, nadita. Así andamos, montados sobre un barril de trágicos componentes y no acaba de demoler lo que hay que demoler.
No obstante hubo un paro el martes. La Asamblea aprobó el enjuiciamiento de Maduro por el Tribunal Supremo. Algunos políticos están hablando más que lo que hablar solían. Y para el sábado se anuncia un acto de calle. Que el paro fue a medias, pero el líder que lo impulsó lo considera exitoso. Que no se habla tanto y en el tono que uno quisiera es verdad. O que el acto de la Asamblea es simbólico, sí. Y la manifestación del sábado vaya usted a saber. Pero es algo. En todo caso rebate un poco a los apocalípticos, los que creen que ya no hay nada que hacer y los que sí creen saber pero nunca hacen nada, ni siquiera lo dicen, hijos de Twitter. Con los segundos como que no tiene sentido conversar, palabra maldita, les suena a diálogo y a Zapatero. Con los decaídos pues qué decirle. O se van para Miami o hay que seguir aquí con un poco de amor fati nietzscheano, amor por el destino que nos toca.