Dedicarse a la ciencia es una decisión personal que surge del gusto por lo desconocido, por la permanente formulación de preguntas para avanzar hacia el descubrimiento de lo oculto.
La investigación científica es una saga que está más cerca de la búsqueda espontánea y apasionada por adentrarnos en la oscuridad de lo que aún no sabemos, que de la racionalidad fría y calculada que supone la acción intencionada de buscar solución a algún problema.
Esa búsqueda de lo desconocido al ser asumida con rigurosidad y disciplina, método y perseverancia, convierte en científicos a quienes así la asumen.
Los científicos se adentran en las incógnitas y trabajan con pasión y esmero hasta develar misterios o dilucidar dudas complejas. Y siguen en permanente cuestionamiento y revisión de los hallazgos porque saben que no hay certezas eternas y todo cambia, evoluciona y puede ocultar más de lo que ya sabemos. Esas personas con capacidad para lidiar con la duda, son las que hacen de la ciencia su oficio.
La ciencia es (o debería ser) un asunto que no requiere justificarse, no se necesita un por qué. Y nuestro interés o juicio de ella o de cualquiera de sus disciplinas debería carecer de exigencias de explicación y de justificaciones banales, o utilitarias.
La ciencia es o debiera ser algo natural, a lo que algunos se dedican movidos quizás por eso que llaman “vocación” o gusto por una indagatoria que busca respuestas de las que surgen más interrogantes.
Dedicarse a la ciencia no tiene explicación, como no requieren explicación alguna las cosas que nos dan placer.
Renunciar a ese fundamental aspecto abstracto, caprichoso, espontáneo y lúdico, de las formas de hacer ciencia y de pensar desde la ciencia, es degradar y someter el pensamiento científico a una visión utilitaria, reduccionista y hasta banal del oficio de científico, y es también olvidar que la ciencia trascendente, de relevancia, es precisamente, una reacción a esa banalidad, a ese simplismo, economicista o materialista del mundo y de nuestra existencia, que solo emana de las personas con capacidad de abstracción, de imaginación y riesgo.
En ello, ciencia y arte tienen un terreno común que busca sentido y nos ayuda a asomarnos a nuestra existencia con las preguntas válidas.
La ciencia es, en definitiva, una apuesta por un deseo que no necesita justificación y dedicarse a ella, su desempeño, requiere pensamiento abstracto, creatividad, capacidad de soñar y de imaginar, coraje para elaborar las preguntas apropiadas, audacia para construir hipótesis, honestidad para experimentar contradiciendo esas hipótesis y humildad para ser capaces de fracasar al tratar de probarlas y volver de nuevo sobre la búsqueda.
Albert Einstein lo precisó certeramente. “Ser científico requiere tener fe en la incertidumbre, encontrar placer en el misterio y aprender a cultivar la duda. No hay un camino más certero para dañar y hacer fracasar un experimento, que estar seguro de su resultado”.
Por su parte, Claude Lévi-Strauss, padre de la antropología moderna, señaló que “el científico no es la persona que proporciona las respuestas correctas sino quien hace las preguntas correctas”.
Concebir el oficio del científico de tal manera evitaría convertir a la ciencia en una nueva religión y en dogma a sus descubrimientos. La fe ciega en la ciencia es un camino errado que puede llevar a decepciones.
En tiempos recientes, la pérdida de confianza en la ciencia y la tecnología ha generado incredulidad y rechazo radical a los conocimientos científicos por un amplio sector de la población del mundo. Y aunque ello es resultado de varios factores, uno de estos es la equívoca concepción del científico como un sabio infalible que posee la verdad.
Escuchemos a los científicos y entendamos que los conocimientos generados por ellos son lo que sabemos basado en evidencias al día de hoy… Pero la investigación continúa y el saber más de cada asunto podría variar lo que hoy aceptamos como verdad científica.
Lo que hoy nos dice la ciencia es válido y requiere del apoyo de todos, pero a fin de cuentas, la ciencia no es un conjunto de hechos. Es más bien un método para ayudarnos a decidir lo que escogemos creer y si aquello que creemos tiene alguna base en las leyes de la naturaleza.
La ciencia es nuestra mejor herramienta para salir de las sombras.