La que a todas luces parece la vía más recta hacia una posible solución a la agonía política nacional, una eventual salida pacífica del usurpador que lleve a las elecciones libres y virtuosas, es la que manejan Guaidó y la oposición mayoritaria en estos momentos y que va muy bien. Lo cual supone, en primer lugar, eludir la indeseable intervención armada. Sobre esto la comunidad internacional parece casi unánime: Europa, Lima, ahora Brasil enfáticamente, etc. Los mismos halcones gringos parecen haber sosegado sus instintos bélicos, si de verdad alguna vez fueron reales, a pesar de que Trump insiste en no retirar la carta de la mesa; no olvidar tampoco la enfática oposición de los demócratas. Una reciente encuesta limita a veintitantos por ciento la cifra de los venezolanos que la aprobarían. No obstante no está de más tener presente, repetimos, que la baraja sigue ahí, nunca se sabe en demasía sobre estos cruces del azar y la necesidad históricos.
Pero hay otras maneras de sacar al usurpador de golpe y porrazo, que pueden actuar a solas o entremezclarse. Una en plena ebullición que es la asfixia económica por sanciones y similares que cada día crecen en intensidad y extensión, pero que sin duda tienen el inconveniente esencial de que no solo acosan a la dictadura sino en buena medida dañan al ya muy dañado pueblo venezolano. Las admirables declaraciones del miércoles de Bachelet que condenan el régimen madurista, con lo que demuestran de paso que hay una izquierda decente y lúcida, y a su vez advierten contra los daños generalizados de las sanciones, son una expresión muy clara del dilema en cuestión.
También hay la posibilidad del tan invocado “quiebre militar” que, más o menos, equivale a lo que antes se llamaba golpe de Estado. Igual fractura pudiese suceder por las ya escuálidas filas de la militancia pesuvista, que en buena parte se niegue a compartir el oscuro destino de los huéspedes de Miraflores y de imaginar un futuro político o aminorar la penitencia por pecados cometidos en estas orgiásticas dos décadas. De una u otra actitud se han dado manifestaciones muy tangibles, todavía insuficientes, pero están muy lejos de ser vías clausuradas. Como se ve, las tres variables actúan entrelazadas y se pueden sintetizar y también repudiar.
Pero, sobre todo, creo que hay un factor decisivo que es la incorporación masiva del pueblo venezolano a este combate, la última prueba de que esta se mantiene es el apoteósico acto de Valencia, con una pasión renovada después de un largo período de depresión aguda. Y es aquí donde es decisivo el avasallante, sorprendente, liderazgo de Guaidó que ya algunos están inscribiendo en el libro de la historia. Es el termómetro que permite medir lo acertado del camino escogido. Como lo es también el instrumento que mide la naciente envidia a ese liderazgo que ha hecho en semanas lo que a otros le ha costado años o decenios.
Es una verdadera y completa hoja de ruta que hasta ahora ha andado hasta niveles que no vislumbrábamos hace tiempo. Pero yo quiero agregar que más allá de la audacia y la eficacia de la oposición, más compacta que nunca, ha demostrado un espíritu de tolerancia y reconciliación realmente ejemplares. Baste pensar en la Ley de amnistía que, sí, busca metas políticas muy concretas para salir de la dictadura pero tiene un germen de paz realmente admirable. Y al fijarse como objetivo final y decisivo el acto electoral deposita en los ciudadanos libres, aun los que han deshecho el país, el destino que queremos construir. Y muchos sabemos que se ha conversado, hasta con quien no se debía, para que este tránsito no sea una tragedia más que se sume a todas las vividas. La paz de las multitudinarias manifestaciones habidas recientemente en todo el país indica mejor que nada el tono de esta recuperación de la democracia, que poco se parece a las que hemos practicado en estos años.
Por eso esa artera maniobra de un grupillo de oportunistas, supuestamente opositores, que se quieren montar en el último vagón de la historia y han empezado a cantar la derrota del naciente movimiento y que se necesita otro, esta vez de la mano del tirano y en el fondo a su servicio y mandar. En general, dirigentes en desuso y sin mañana no deberían preocupar en demasía, pero sí combatir a tiempo cualquier deseo de sembrar el desánimo, que es enfermedad muy contagiosa.