¿Dónde estamos y hacia dónde vamos? Esas son las preguntas clave que debemos hacernos todos los venezolanos para poder avanzar, con pie de plomo, durante estos días complejos. Aunque se dice que la historia es cíclica, no existe una referencia bibliográfica que nos dé luces sobre cómo actuar para enfrentar la decretada usurpación de poder en la Presidencia de la República desde el pasado 10 de enero.
Y es que estamos en esos momentos en los que el proceder jurídico y el proceder político parecieran estar enfrentados. En el libreto todo se ve muy hilado, pero en la práctica, dados los desequilibrios institucionales y de poder, se hace casi inmaterializable su aplicación. De allí que vemos a Juan Guaidó, presidente de la Asamblea Nacional, asegurando que hay una usurpación de poder en Miraflores e invocando los artículos 233, 333 y 350 de la Constitución, los cuales, aunque lo convierten automáticamente en la cabeza del Ejecutivo nacional, prefiere no decirlo ni asumirlo abiertamente.
¿Esa posición se traduce en guabineo? No necesariamente. ¿Que no tiene el coraje para asumir el reto? No necesariamente. En lo particular, estimo que está siendo prudente, es decir, está haciendo lo que se debe teniendo en cuenta lo que se puede. Enfrentarse al poderoso aparataje chavista no es cosa fácil, y todos lo sabemos. Ante los regímenes autoritarios a veces es preferible avanzar por las ramas, porque al hacerlo de frente siempre nos encontraremos con toda su batería de guerra. Guaidó sabe que erigirse como presidente es inviable mientras no cuente con el respaldo de los militares, es decir, el poder de las armas que garanticen que el otro lado en pugna acatará la decisión.
No en vano mucho de su mensaje apunta hacia ese sector, así como también a las otras dos patas de la mesa: la unidad de todos los factores políticos y la necesidad de que la ciudadanía retome las calles. Precisamente eso es lo que hoy me hace ser optimista ante lo que pueda suceder. Todo indica que dentro de la Asamblea Nacional no se está pensando en pajaritos preñados ni en cuentos de hadas, sino que están apuntando a lo fundamental para hacer viable cualquier aspiración de cambio de gobierno.
Y es que no puede ser de otra manera porque sin presión de calle ni unidad política no podríamos seguir contando con el respaldo de la comunidad internacional, lo que hasta ahora es nuestra gran fortaleza. Pero ¿hasta cuándo y hasta dónde contaremos con el apoyo mundial? Eso solo dependerá de nosotros, de la capacidad de la oposición de aglutinar fuerzas, de caminar unidos bajo un solo discurso y con transparencia y decisión en el actuar.
Por su parte, Nicolás Maduro no la tiene fácil. Me atrevería a asegurar que hoy el chavismo se siente verdaderamente amenazado. Por primera vez muestran dudas al atacar. El reconocimiento internacional a su líder es prácticamente nulo, sus cabezas están bloqueadas financieramente, han convertido el aparato productivo nacional en un bodrio que los obliga a depender totalmente de las importaciones pero, para su desgracia, no tienen dinero suficiente para ello.
En medio de esta grave crisis política, económica y social, está la gente. Como si fuera poco lo deteriorada que está la economía familiar, los anuncios que hizo Maduro el lunes les siguen complicando la supervivencia diaria a los venezolanos. La solución pasa por el cambio político en el país, para lo que no hay fecha establecida y eso debemos tenerlo claro. Tenemos que ser optimistas sin dejar de ser realistas. Es bueno mantener las esperanzas pero sin caer en falsas expectativas. ¿Hasta cuándo y hasta dónde podremos aguantar? Eso solo dependerá de nosotros. Lo cierto es que el juego cambió y del lado democrático estamos dispuestos a ganar la partida.
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