Todas las tradiciones encuentran un carácter sagrado en la montaña porque la asocian con la altura; con la idea de elevación, de masa poderosa. Se sube a la montaña, a veces con dificultad, hasta llegar a la cima, y allí en el lugar de máxima altura puede estar el eje del mundo, el punto exacto, la verticalidad que podría ser también la de nuestra propia columna vertebral. Para el caraqueño, el Ávila es la montaña sagrada y lo es aún más porque va cambiando de color a cada instante, gracias al sol que en su avance hacia el atardecer toca el capín melao, la hierba perenne de color rosado que cubre una vasta extensión. Sin embargo, se dice que los caraqueños viven a espaldas del Ávila, es decir, desdeñan o ignoran la sacralidad que hay en ella, a diferencia de los piaroas, por ejemplo, para quienes el Autana, entre todos los tepuyes de la Gran Sabana, es no solamente el Árbol de la Vida sino territorio de origen, la tierra sagrada.
En la helada soledad de los páramos puede sentirse una poderosa presencia difícil de nombrar, pero es la misma misteriosa sensación de no estar solos que se siente por igual en el Roraima o en el secreto rumor que anida en las montañas que parecen caer de bruces sobre Choroní.
Si algo aprendí de niño mientras disfrutaba de las películas de Tarzán con Johnny Weissmüller en una África inventada por Edgar Rice Burroughs fue que los elefantes mueren solos en la Scarpa Mutia, la montaña sagrada que infunde respeto y temor reverencial a los naturales del lugar. Los elefantes cruzan la poderosa cortina de agua que oculta la entrada a su ignorado cementerio y allí mueren, heridos por los disparos de unos falsos exploradores que solo buscan los tesoros del marfil.
Es siempre el carácter sagrado de las montañas lo que simboliza no solo la grandeza y majestuosidad del espíritu humano sino el sentido místico de su cima considerada como el punto de unión entre el cielo y la tierra; además de la notable circunstancia de que se ha querido localizar en su interior, como es el caso de la Scarpa Mutia, el país de los muertos; y para muchas leyendas, el lugar donde viven el rayo y el águila bicéfala; entendiendo también que hay dentro de la montaña luz y tinieblas.
¡Por eso, cada uno de nosotros es su propia montaña! Su poder y fortaleza. ¡En nosotros viven el águila y el rayo! Somos la fuerza y el propósito de transformar el mundo si queremos; si aceptamos y decidimos enfrentar las dificultades que las desviaciones políticas y los desórdenes en la economía obstaculizan los caminos de un país. Pero si nos negamos a ver el aire sagrado que navega en nuestras almas es poco lo que avanzaremos y los obstáculos permanecerán.
Somos la montaña porque hay vida sagrada en nosotros, incluso en el perverso ser que nos oprime desde el palacio de gobierno o en el atolondrado muchacho que nos despoja de la vida y del celular. Pero tanto el mandatario alevoso como el muchacho que agrede no saben que sus vidas son sagradas, porque si lo supiesen no mantendrían con tan insidiosa tenacidad el hambre y la diáspora del país ni tolerarían la muerte violenta en las calles.
Ascendemos al Ávila y llegamos a la cima del pico Oriental y desde allí miramos el mundo: sin mover el cuerpo, basta con girar la cabeza y contemplamos la vastedad del mar y las extensas regiones de la imaginación; y de este otro lado, Caracas tendida sobre el valle o trepando por los cerros y las colinas como si imitara nuestro ascenso, como si necesitara también ella el carácter sagrado que le otorgamos al Ávila.
Algunos han dejado de subir a la cima. Abandonaron el templo y le dieron la espalda; desistieron; no tuvieron la fuerza y el ánimo para escalar la cara oeste de la montaña o la vertiente sur. Desertaron, hartos de ser engañados, de ser traicionados; otros, porque buscan nuevas montañas lejos de aquí viendo con tristeza cómo se desploman el techo y las paredes de sus liturgias con ruido ensordecedor, y cómo la serpiente del abandono comienza a reptar entre los escombros del país que posiblemente ya no volverán a ver nunca más. Pero hay quienes gustan de las dictaduras militares y disfrutan con los favores del dictador y, regocijados, desean ver desvanecerse la Scarpa Mutia que oculta y protege el marfil y quisieran con abierta perversidad no solo que el Autana deje de ser territorio de origen, sino desterrar al águila y el rayo.
¡No volverán a ser la montaña que alguna vez fueron; no volverán a vislumbrar desde la cima los países que imaginaron, y todo verdor perecerá ante sus ojos! Ignoran, al parecer, que lo peor que les puede pasar es que ¡al festejar la soberbia del sátrapa se les está desmoronando la vida!
¡Pero no seré yo el templo que se desploma! Mucho menos la serpiente que repta en la maleza que invadirá el país en ruinas. Acompañaré hasta mis últimos días al elefante herido de muerte en su agónico camino hacia la Scarpa Mutia y subiré a la cima y allí encontraré al águila y me convertiré en el rayo que habrá de iluminar la plenitud de vida que soy.