La República Popular China, a través de su agencia espacial, le ha vendido un tercer satélite al desgobierno de Maduro, y no creo que lo hayan cobrado en yuanes sino en dólares constantes y sonantes, o en petróleo prácticamente regalado, que en realidad es lo mismo. Por cierto que no se sabe bien qué es de la vida de los otros dos satélites, porque uno imagina que esta tecnología satelital tiene el objetivo de mejorar las telecomunicaciones, y estas nunca han estado en una situación de tan evidente desmejoramiento, como la que se padece en Venezuela.
Más que la impresión, existe la justificada convicción de que ese dineral se perdió porque el país se ha quedado rezagado en todo lo que tiene que ver con el adelanto de las telecomunicaciones. Bastaría señalar que el Internet venezolano es de los más atrasados de la región, y que es muy difícil establecer una comunicación telefónica con el exterior, para poner evidencia lo mal que nos encontramos, por el dolo y la negligencia de la llamada «revolución». Nada que ver, desde luego, con las innovaciones que disfruta el pueblo chino.
Por otra parte, los venezolanos tenemos no solo el derecho sino el deber de cuestionar la compra de otro satélite, por la sencilla razón de que la nación sufre una catástrofe humanitaria –no crisis, sino catástrofe– que empobrece y acogota a gran parte de la población. En Venezuela se hace muy difícil acceder a muchos alimentos básicos, la escasez de medicinas es rampante, y la hiperinflación hace casi imposible que se puedan costear –si se consiguen–, la mayoría de los productos necesarios para la supervivencia personal y colectiva. Pero nada de eso les importa a Maduro y los suyos, muy ufanos con el tercer satélite.
En los mismos días que se dio a conocer la «noticia», también se supo que estaban cerrando más quirófanos de hospitales estatales, porque no hay con qué mantenerlos operativos, es decir, abiertos. La calamitosa realidad, por ejemplo, del Hospital de Niños J. M. de los Ríos, en Caracas, habla por sí misma de la catástrofe humanitaria en materia de salud pública. Todos los estudios serios e independientes sobre el tema describen el colapso del sistema de salud en Venezuela, con consecuencias trágicas para el conjunto de los venezolanos.
¿Cómo se compaginan este y otros aspectos de la catástrofe humanitaria con la compra de armas o de satélites? ¿No se trata de una contradicción, no solo flagrante sino, además, escandalosa? ¿Dónde queda la insistencia en la naturaleza «social» de la supuesta «revolución? ¿Qué pueden decir las pirañas de la «gauche caviar» al respecto? Porque un régimen que gasta considerables sumas de divisas en adquirir satélites, al tiempo que los quirófanos se cierran por carecer de lo mínimo necesario para medio funcionar, es un régimen de corte criminal. Un desprecio tan barbárico hacia la gente no se puede calificar de otra forma.
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