Dadas las condiciones objetivas y legítimas, nacionales e internacionales, de la ayuda humanitaria en Venezuela, cabe considerar una de sus dimensiones fundamentales. En una situación de emergencia humanitaria compleja como la que atraviesa nuestro país, se ponen sobre el tapete dos de las funciones clásicas de la comunicación establecidas en su momento por la escuela funcionalista de la communication research estadounidense, a saber: informar y educar. No es el momento para el entretenimiento tradicional, ligado a la evasión y la banalización, y que el sistema de medios controlados y cooptados por el régimen totalitario utiliza para intentar ocultar, domeñar y domesticar.
La literatura académica especializada en el área de la cobertura comunicativa de crisis humanitarias y desastres, indudablemente, es una veta a consultar sobre todo en la bibliografía y webgrafía de los organismos internacionales con amplia experiencia y competencia en el terreno. Desde allí se nos señala la necesidad de una información veraz, oportuna, pertinente y equilibrada en el uso de fuentes variopintas y contrastadas. No obstante, desde ese mismo lugar se niega la posibilidad de la neutralidad y de un objetivismo que puede esconder falta de compromiso con los valores democráticos. El periodismo que interviene aquí tiene que estar irrestrictamente del lado del respeto de los derechos humanos. En estas situaciones, el derecho a la información está íntima y directamente ligado al derecho a la vida. Efectivamente, en el contexto actual, la tardanza en el suministro de un insumo, medicamento o alimento puede ser letal o impedir el freno de un deterioro irreversible. Adicionalmente, la ineficiencia en la transmisión de información sobre el suministro de energía eléctrica puede traducirse en el aumento del número de fallecimientos en hospitales y centros de atención, tal como lo hemos constatado ya. La agudización concomitante de la crisis del suministro de agua agrega más elementos perniciosos que agravan el deterioro extremo del sector de la salud y de las condiciones sanitarias. El derecho al agua es también un derecho humano que ha sido vulnerado. Es decir, enfrentamos una crisis humanitaria y, además, como si ello no fuese suficiente, el colapso de los servicios públicos básicos.
Ahora bien, con la inminente llegada del mayor contingente de ayuda humanitaria resulta perentoria la implementación de estrategias comunicacionales convergentes y multimedia, que aseguren un suministro racional y efectivo de medicinas y alimentos, evitando la fragmentación y los solapamientos. Toda la información debe suministrarse en marcos de interpretación (frames) adecuados. La estrategia comunicacional debe responder a principios éticos que eviten el amarillismo y la espectacularización de la noticia. La vulnerabilidad ocasional de ciertos grupos no puede ser la excusa de su estereotipación. Es de suma importancia que se contextualice la información sobre la crisis humanitaria, indicando sus causas estructurales (políticas económicas y sociales) y consecuencias. No deben reproducirse actitudes y discursos paternalistas que vendan la ayuda como una solución y aclararle a la gente que se trata de un recurso imprescindible, pero coyuntural.
La actualización y reactualización de la agenda informativa, en concordancia con los sectores más vulnerables, resulta fundamental. Asimismo, deben respetarse la dignidad y el derecho a la intimidad de las víctimas. En la elaboración de esta estrategia comunicacional deberían participar tanto los proveedores inmediatos de la ayuda humanitaria como miembros de las escuelas de comunicación, el Colegio Nacional de Periodistas, las ONG de comunicación alternativa (Vg. El Pitazo, SIP) y los institutos de comunicación del país. La improvisación y la fragmentación no son buenas amigas; en este caso, por el contrario, se erigen en simples enemigas de la vida. Cierto grado de centralización podría estar coordinado por nuestra legítima Asamblea Nacional, la Cruz Roja y la Iglesia Católica venezolana, sin menoscabo de los actores locales. Contrariamente, deben fortalecerse las estructuras regionales, municipales, institucionales y vecinales.
Una alternativa no excluyente sería indagar la posibilidad de apelar a los Equipos Regionales de Respuesta de la Organización Panamericana de la Salud, altamente especializados en la gestión de la comunicación y la información en situaciones de crisis. La revisión de la guía ad hoc de la OPS no es desdeñable. El abordaje adecuado de la dimensión emocional y psicológica de la población es un tema sensible, dada la magnitud de la tragedia que experimenta en donde todos sus derechos civiles son conculcados. De hecho, hemos sido desarraigados de un entorno mínimamente civilizado y moderno. El bloqueo emocional puede impedir el acceso a la ayuda.
El diseño y la ejecución de un plan comunicacional han de estar en las manos del equipo interdisciplinario implicado en este tipo de eventos. La gestión de la información y la comunicación debe ser transversal a todos los niveles de acción. Igualmente, es evidente que una de las cualidades de la información es su accesibilidad. Además, la producción y la circulación de una información transparente, precisa y coherente generarán credibilidad y confianza, y coadyuvarán en la construcción de alianzas entre los distintos actores. Por otra parte, la información es un elemento clave para la transparencia administrativa en la distribución de la ayuda y para que en efecto llegue a los que más la necesitan. Este tipo de monitoreo es ineludible.
La labor educativa debe potenciarse de cara a la atención y prevención de las distintas enfermedades y patologías. La escasa información oficial y oficiosa ha sido nociva al respecto. La herbomedicina, patrocinada por la radiotelevisión gubernamental, puede ser complementaria para ciertas afecciones, pero para la mayoría de las patologías es imprescindible la medicina profesional alopática. Asimismo, la educación, para la respuesta a la crisis del servicio de suministro de energía eléctrica y de agua potable, también es una tarea crucial.
La educación para una ciberciudadanía solidaria que respete una ética mínima de la información y que se incorpore a este plan de comunicación estratégica es un asunto neurálgico. Las redes sociales y la radiodifusión masiva cumplen un papel central y complementario en este proceso. En estos casos se reactiva el anhelo tradicional de los comunicólogos y comunicadores venezolanos que han planteado la necesidad de una radiotelevisión de servicio público.
La propaganda, el panfleto y la fabulación ideológica caricaturesca del régimen totalitario no constituyen información, sino su negación. En una situación de crisis humanitaria ninguna línea editorial ni interés político y económico justifican que se impida el libre flujo de la información. El discurso informativo debe incluir indicadores objetivos, terminología adecuada y, sobre todo, evitar simplificaciones, generalizaciones o especulaciones. La información, contrastada y equilibrada, debe recoger la opinión y análisis de expertos. En este caso, informar es el primer paso para tomar las medidas requeridas para evitar o reducir los efectos negativos de la crisis. En suma, la información es el salvavidas que nos permite nadar con la técnica, velocidad y eficiencia debidas en el mar de leva de incertidumbres en la que nos encontramos. La información salvará muchas vidas. No hay tiempo que perder. La censura, la tergiversación informativa y la incomunicación matan.