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La incredulidad de los faroles

Mis amigos venezolanos –en especial, los periodistas, artistas e intelectuales, esa suerte de faroles de la cultura– siempre despreciaron la idea de que Hugo Chávez pudiere ocasionarle una ruina a Venezuela semejante a la que Fidel Castro le causó a Cuba.

“Es imposible –decían–, Venezuela es el país más rico de América Latina, con la democracia más sólida y consolidada del continente, una dictadura como la cubana es un fenómeno irrepetible y nuestro país está curado contra esa peste. Los venezolanos somos mucho más arrechos que los cubanos”.

Obviamente, se equivocaron.

¿Y México?

Llevo varias semanas residenciado en la prodigiosa y lúcida Ciudad de México, preparo un documental sobre las elecciones presidenciales que sucederán el próximo julio en este país y, no miento, cada día estoy más desconcertado.

Mis amigos mexicanos –en especial, los periodistas, artistas e intelectuales– desprecian la posibilidad de que López Obrador pueda ocasionarle a México un daño semejante al que Hugo Chávez le causó a Venezuela: “Es imposible –dicen–, México es el país más rico de América Latina, es vecino de Trump, quien supuestamente impedirá… (¿“impedirá” o promoverá?) el advenimiento de un populismo socialista como el que sucedió en Venezuela, aquí no es factible un colapso como el venezolano. Los mexicanos somos mucho más chingones que los venezolanos”.

También se equivocan.

“No te picaré, ranita…”

Como sabemos, en la celebérrima fábula de la antigüedad, un escorpión logra persuadir a una rana para que lo suba a su espalda y lo ayude a cruzar el río. “No te picaré –le dice–, hacerlo nos ahogaría a ambos”. Harto conocido es que el escorpión incumplió la promesa, clavó su aguijón a la rana en medio del río, quien incrédula increpó al escorpión: “¿Por qué lo hiciste?”. La respuesta del escorpión fue tan lacónica como apocalíptica: “Es mi naturaleza”.

El escorpión en política, ya lo sabemos, es el socialismo, siempre pica a los pueblos crédulos y los hunde…, se hunde con ellos.

La prehistoria del escorpión

Los orígenes prehistóricos de la figura del escorpión revolucionario se remontan a la Revolución francesa cuando la primera camada de escorpiones mesiánicos lograron encarnar las rabias sociales contra la corrupta monarquía, llegaron al poder para “purificarlo”, prometiendo –como siempre– refundar a la patria y terminaron instaurando un reinado de terror: picaron a la crédula rana del pueblo y se hundieron con ella en el río de la historia.

El escorpión revolucionario volvió a aparecer y picar años más tarde con Lenin en la Unión Soviética (es él, y no Putin, la verdadera influencia venenosa de los escorpiones latinoamericanos), con Castro en Cuba y en Venezuela con Chávez. ¿Lo hará con López Obrador en México?

Seguro que sí, es su naturaleza.

¡Salva a México!

No hay nada más complejo en política que luchar contra escorpiones revolucionarios. Nada. Uno no debate ideas o visiones políticas con ellos, uno debate tabúes y fantasías: no hay un duelo de razones, sino de alucinaciones y de utopías: ¿cómo contradecir un acto de fe?

A mes y medio de las cruciales elecciones presidenciales, México, que en el pasado ha sospechado y negado dos veces al escorpión socialista, está tentado a darle ahora sí una suicida oportunidad. ¿Lo subirá sobre su espalda política? No lo sé; no lo sabemos. Solo un acto de suprema conciencia política lo impedirá. Un acto de lucidez individual y colectivo expresado a través del voto. Ojalá no sea demasiado tarde para advertirlo. No permitamos que el escorpión nos pique y hunda. Insisto: no lo permitamos.

México eres tú, soy yo, somos la mayoría: salva a México…

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