Si las referencias son Lula o Bolsonaro, Cristina Kirchner o Mauricio Macri, Michelle Bachelet o Sebastián Piñera, Gustavo Petro o Iván Duque, Maduro o María Corina Machado, Hillary Clinton o Donald Trump, Pedro Sánchez o Mariano Rajoy, los frentes no pueden expresarse en referentes más claros, distintos y específicos. Por sobre las circunstancias concretas en que compiten, las izquierdas desdeñan e incluso desprecian todos los valores culturales, políticos, morales e ideológicos establecidos. Y mucho peor que cobardes, son aviesas y traicioneras. Las derechas han salido en defensa de dichos valores. Un auténtico quid pro quo. Del éxito de su empeño, depende el futuro de nuestra región.
Comenzando por la moral: Lula está preso, Cristina Fernández sindicada de un asesinato y a un paso de la cárcel, Michelle Bachelet de servir los intereses del castrocomunismo en toda la región, Juan Manuel Santos, de ser un tartufo al servicio de Cuba, las FARC y el narcotráfico –por todo lo cual ha sido premiado con un Nobel de la Paz– Hillary Clinton bajo sospecha de manejos dolosos, Pedro Sánchez del asalto irregular al poder sin haber sido elegido ni contar con una mayoría parlamentaria que lo respalde. No se diga de Nicolás Maduro, Daniel Ortega y Evo Morales. Los dos primeros ensangrentados tras reprimir de manera odiosa y cruenta a sus oposiciones aferrados al poder mediante todos los mecanismos tiránicos a sus alcances. El último, de violar la Constitución para entronizarse en una presidencia a cuya reelección insiste desconociendo el imperio de la ley. Un gran político colombiano, uno de los más valerosos, incorruptibles y lúcidos políticos del vecino país, Fernando Londoño, explica la razón del poder de tales personajes con su singular llaneza: “La culpa de ello se debe a que vivimos en un mundo cobarde”.
Las izquierdas, en nuestra región, incluso las llamadas izquierdas “democráticas” han sufrido desde la victoria de Hugo Chávez y su estrecha alianza con Fidel Castro, un profundo viraje, terminando por escorarse hacia la defensa de las líneas estratégicas del castrocomunismo, desvelándose corruptas, violatorias de los derechos humanos, asaltantes del erario, traicioneras y dispuestas a negociar la soberanía de sus Estados, como lo ha hecho Maduro, poniendo la de Venezuela, la libertaria, a los pies del castrocomunismo cubano. Todo lo cual, hace medio siglo, eran vicios perfectamente atribuibles a las derechas, a las dictaduras, a los liberales y conservadores. La historia ha querido dar un ontológico salto al lado: hoy, los conservadores, las derechas, en cualquiera de sus formas, representan las virtudes republicanas, el patriotismo, la decencia en el ejercicio de la función pública, la defensa de las mejores tradiciones nacionales. Hoy, ser de derechas es honorable; ser de izquierdas, dejó de serlo. Los representantes emblemáticos de este giro copernicano son Lula da Silva, en prisión por corrupción, y Jair Bolsonaro, su enemigo mortal. La nueva izquierda en la cárcel, la nueva derecha en el poder. Estamos ante un brutal cambio de paradigmas.
El discurso y la narrativa antiimperialistas han perdido toda eficacia. Las oleadas en estampidas de migrantes latinoamericanos que hoy preocupan a la humanidad consciente no escapan de gobiernos de derechas, sino de gobiernos de izquierdas. Y no se abalanzan sobre la Cuba socialista, primer territorio libre de América y paraíso del proletariado, sino sobre Estados Unidos, Colombia, Chile, Argentina, Brasil, dominados por las derechas. Invirtiendo el engaño consuetudinario, las izquierdas monopolizan los infiernos, las derechas la estabilidad social, política y económica. El capitalismo se ha afianzado como el reino de la libertad. El socialismo, el de la esclavitud.
Nada de extraño tiene que desde la muerte de Hugo Chávez y de Fidel Castro nadie apueste por las izquierdas, salvo en México, que llega a ellas con casi un siglo de retraso. En Venezuela, 87% de los electores que aún permanecen en el país se niega a convalidar las elecciones prestidigitadas por la dictadura. Si se celebraran elecciones libres, a las que la dictadura, respaldada por las izquierdas del mundo, se niega por razones obvias, incluso con la complicidad de la alta comisionada para los derechos humanos de las Naciones Unidas Michelle Bachelet, lo más probable es que la candidata venezolana María Corina Machado obtendría una cómoda mayoría. Lo haría sobre los sentimientos liberales y antidictatoriales que la han catapultado al primer lugar de las preferencias populares. Como lo expresara Fernando Londoño en una reciente entrevista con Jaime Bayly: María Corina Machado es la figura política femenina más importante de América Latina a quien la espera una tarea colosal: liberal a su patria y contribuir a la liberación de su continente.
Si el deseo de Eduardo Bolsonaro se hiciera realidad y esta explosión de derechismo que reventó en Brasil con la elección de su padre y parece acometer a nuestra región fuera de largo alcance, las izquierdas latinoamericanas pueden darse por afectadas por un ataque de obsolescencia. El más que legítimo derecho a la defensa propia ha revalorizado a las derechas hasta convertirlas en la única salida posible a la actual crisis. Enterrando por un buen tiempo las expectativas de reanimar al cadáver castrocomunista, enterrado en las marismas de la corrupción, el descrédito y la delincuencia. Es una buena señal para un continente desesperado por salir del pantano en que cayera hace más de medio siglo. En eso estamos.
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