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A la salida del laberinto

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Siento que cada día que pasa me acerca mas a la salida del laberinto en el que estoy confinado desde hace veinte años de oprobiosa presencia militar y espesas vulgaridades civiles. El malestar resultó ser todavía más repugnante porque también dentro del laberinto se encuentra el propio tirano y su régimen autoritario y de mente áspera y criminal que hizo posible que su antecesor se convirtiera en avecilla agorera y belicosa. Todos, régimen y opositores, hemos estado dando tumbos dentro del laberinto sin encontrar la salida. La oposición dándose dentelladas a sí misma en lugar de morder a Nicolás o caerle a patadas y partirle la boca, dejando que el Minotauro se lo coma vivo o esperarlo en la bajadita.

La oposición encontró finalmente el hilo de Ariadna, se está enfrentando al monstruo y parece que lleva todas las de ganar. No es que el presidente interino haya surgido de la nada como lo hizo en su malhadado momento el oscuro militar transformado en pájaro que inició la ruina del país, le tiraba besos a Fidel Castro en Puerto Ordaz y protagonizó ceremonias de brujería con los restos de Simón Bolívar. Vi una foto de Guaidó con la espalda sangrante llena de perdigones lo que significa que ha estado batallando duro contra la violencia fascista y los disparates de sus magistrados. Otra foto suya me conmovió. Aparece con su mujer y su hija pequeña. La vi y dije: “¡Es la Sagrada Familia!”, y tuve de inmediato una nueva imagen no solo del Palacio de Miraflores sino del país. La presencia de una pareja de nobleza espiritual, de serenidad y afectuosa comprensión humana distinta a la que durante los últimos años compusieron desacertadamente el ex sindicalista y reposero, la Gran Combatiente y los dos sobrinos convictos, célebres porque en los interrogatorios policiales mientras uno cantaba, el otro lloraba.

Se trata de un joven político, bien formado, estudioso, alejado del frondoso verbo retórico de nuestros venerable padres. Un nuevo político que nos habla de manera diáfana, directa y sin altivez. Pero ¡atención! Estoy muy cerca de los 90 años y es mucho el desencanto que he sufrido avivando a políticos emergentes deslumbrados por el poder, fascinados por la corbata de seda italiana, el traje Armani y el Himno Nacional cada vez que entran o salen de alguna inútil inauguración, dar un traspiés y caer por el despeñadero.

Me entusiasma Guaidó. Me anima la expansión y fortaleza que ha adquirido el cerco de las naciones que están aplastando a Nicolás Maduro. Fue mucho el enojo de Almagro y de Jaime Bayly. El primero desde la OEA, y Jaime desde su programa de televisión.

Pero a medida que Maduro se hunde en el pantano de su vulgaridad más crece y se afirma el cerco que lo aplasta y la certeza de que va quedando solo acompañado de un pequeño círculo de insensatos. ¡Démosle tiempo al mexicano Lopez Obrador! Ya caerá también el de Nicaragua y Cuba si hay un efecto dominó.

Y ocurre ahora lo que no ocurría antes. Marchábamos y éramos multitud para que Chávez o José Vicente Rangel dijeran que eran patrañas visuales preparadas de antemano por una macilenta oposición. No eran patrañas, pero solo marchaban las urbanizaciones. Los barrios permanecían clavados en sus precarias viviendas. Y yo escuchaba a quienes marchaban junto a mí y oteaban hacia atrás: ¡Mira, hay pueblo!, y “pueblo” sonaba a burguesía. Hoy salen a marchar Antímano, Catia, Las Adjuntas. ¡Los “barrios”! Y salimos nosotros, las urbanizaciones. ¡Juntos! Con las mismas consignas, las mismas pancartas y el mismo furor. Estamos finalmente convencidos de que somos el Águila y el Relámpago, pero con una pequeña y muy sutil diferencia: hemos aprendido a ser cautelosos.

Sabemos que el Minotauro todavía se encuentra dentro del laberinto. ¡Vive aún! También sabemos que toda bestia acorralada es peligrosa y al morir da coletazos fatales. Espanta. Embiste y causa daños de toda magnitud y naturaleza. Quienes van a enfrentarla tienen que ser más astutos y precavidos. ¡El Toro de Picasso se parece a Maduro!

Josep Palau i Fabre, en su libro Picasso, 1981, se refiere al Toro de cerámica que hizo Picasso en Vallauris en 1947 y dice que es real y fantasmal, pavoroso y familiar, próximo y lejano.

El propio presidente interino deberá cuidarse del toro y de sí mismo; de no encumbrarse a destiempo, de continuar integrando la Sagrada Familia que mostró en la fotografía que dio vuelta al mundo; de evitar la retórica de antaño y no convertir en estigmas populistas y perdurables los perdigones que le vimos ensangrentándole la espalda.

Él ofrece una ley de amnistía que entiendo y acepto como instrumento de inteligente estrategia, pero espero que acepte como legítima mi aspiración y deseo, escasamente nelsonmandeliano, de sacar a patadas a esta cuerda de delincuentes que se apoderaron de mi país y lo saquearon como si reiteraran la historia de la cueva y el “¡Sésamo ábrete!”.

De tanto contar mal la historia del Sésamo ábrete, Alí Babá aparece como si fuese el jefe de los ladrones. Contemos bien la nuestra, no vaya a ser que con el tiempo nuestros biznietos o tataranietos se refieran a Juan Guaidó como el jefe de los perversos bolivarianos y olviden al tirano brutal y mediocre que seguimos adversando dentro del laberinto en el que aún nos encontramos.

Cuando presenté mi libro Obligaciones de la memoria en la acreditada librería Altamira de Miami, la última pregunta que me hicieron tenía que ver con el cine. “Usted que es hombre de cine, ¿cuál sería la imagen cinematográfica que se llevaría del final de este régimen?”. Respondí sin vacilar: “¡Yo, de pie, a la salida del laberinto con la sangrante cabeza del Minotauro en mis manos!”.

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