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La saga-fuga del nicochavismo

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El título, sustraído a una formidable novela del escritor gallego Gonzalo Torrente Ballester ―La saga/fuga de J.B. (1972)― y adulterado en su significación, viene al pelo a estas divagaciones ―el lector inferirá el motivo―, redactadas horas antes de comenzar la fiesta cucuteña en apoyo a la ayuda humanitaria y con la kermese chavo madurista en desarrollo. Lo elegí, porque resulta  difícil escribir sobre la situación nacional sin ridiculizar al gobierno de facto instalado en Miraflores con la celestina aquiescencia de una fuerza armada desleal a quienes constitucionalmente está obligada a servir: los ciudadanos; así, aunque uno no se proponga escarnecerlo, siempre hay motivo para la mofa, pues Nicolás Maduro, Diosdado Cabello y el  conspicuo bastón y alta voz de la dictadura, Vladimir Padrino, al apostar por la inmolación de SU pueblo, no la de ellos ―es deber de todo revolucionario exigir el sacrificio de sus seguidores para mayor gloria de la causa bolivariana―, a fin de negarle a la empobrecida población venezolana el apoyo solidario y humanitario del mundo democrático  ―caballo de Troya de los ejércitos imperiales, según la lógica de sus teorías de la conspiración―, concita pena ajena, tanto por el deplorable chauvinismo de su prédica antioccidental, cuanto por sus infantiles respuestas a los actos de una revitalizada oposición encabezada por la Asamblea Nacional y el legitimado presidente ad interim, Juan Guaidó. El ¡nosotros también!,  réplica roja al evento benéfico Venezuela Aid Live, realizado el viernes en Cúcuta ―Día Cívico, lo decretó el acalde de la ciudad―, con la participación de unos 32 artistas, la presencia de los primeros mandatarios de Chile, Colombia y Paraguay y una concurrencia estimada en más de 300.000 personas, fue pueril: el megaconcierto los desconcertó y, por ello improvisaron, en el  lado de acá del puente internacional de Las Tienditas, un  patético y maratónico circo ―Hands Off Venezuela―, cuyo escaso atractivo compensaron repartiendo limosnas alimentarias a un público de utilería ―20.000 cajas de alimentos de dudoso origen y estado de conservación― y se pudiesen escuchar, si no aplausos a su (ab)zurda konducta, al menos las  onomatopeyas, ¡clap, clap, clap!

¿Debemos creer en la superioridad de una nación sobre las otras por haber nacido en ella?  “El nacionalismo es una inflamación de la nación”, ha expresado el filósofo Fernando Savater, acaso con el cisma catalán en mente, y “se cura viajando” a juicio de Camilo José Cela. Otro español ilustre, Miguel de Unamuno, lo conceptúa “una chifladura de exaltados echados a perder por indigestiones de mala historia”. Y no solo la inteligencia hispana recela del patriotismo, amenaza permanente a la unidad de España. A un coloso de la literatura inglesa, Samuel Johnson, o el Dr. Johnson a secas, debemos la célebre sentencia “el patriotismo es el último refugio de los canallas”, frase seguramente descontextualizada ― Boswell, biógrafo del Gran Lexicógrafo, hace algunas precisiones no tomadas muy en cuenta al momento de citarla―, pero con muchísimo sentido si se repara en las atrocidades universalmente perpetradas en defensa del honor nacional. En el epílogo de El día y la huella ―imprescindible selección de ensayos de Jesús Sanoja Hernández, publicada en 2009, con prólogo de Manuel Caballero e ilustración de portada de Jacobo Borges―, escribe Rafael Cadenas, en alusión a su exilio trinitario durante la dictadura de Pérez Jiménez: “…fui súbdito de la reina inglesa, situación preferible a ser perseguido por uno de los usuales dictadores con que el ejército agradece a nuestro país el bienestar y los privilegios que este le concede”. Mutatis mutandis: conviene pactar hasta con el diablo para sacudirse del anacronismo cubano.

La digresión precedente no es gratuita. Responde a la falsa alternativa planteada por la manipulación  propagandística de un gobierno sin gobernados, vasallo de La Habana y convertido en peón ruso de la nueva guerra fría, ante una imaginaria injerencia, en nuestros asuntos domésticos, de países amigos dispuestos a entregarnos la urgida ayuda humanitaria; injerencia trastocada en imaginaria intervención militar (indeseada e improbable, deliberadamente provocada con miras a  la autovictimización del  régimen, adelantado a las refutaciones a un injustificado estado de conmoción  ―la patraña es el arma secreta de Maduro en la desigual guerra psicológica emprendida contra el común a objeto de atemorizarle, pero ya el miedo no produce dividendos―, orientado a poner en marcha una (in)justicia sumarial y una razzia de pronóstico reservado, en sintonía con su decisión de acabar con la pobreza, no a través de la movilidad social, sino por inanición y a la fuerza. Para ello, la cúpula dictatorial necesita tiempo, diálogo y negociación. Es imposible, ya se sabe, conversar y llegar a acuerdos con quienes niegan la realidad o viven en otra dimensión. Solo un tírame algo, motivado por mezquinas apetencias, puede morder semejante anzuelo.

Se acusa olímpicamente de traidores a la patria ―patria carnetizada― a quienes hacen caso omiso del llamado a concertar con la usurpación. Paradójicamente, tal imputación emana de sujetos carentes de autoridad moral y política, dada su alineación servil con la castrodictadura cubana y la cesión, comisión mediante, de nuestros recursos naturales a gobiernos fulleros y a las empresas voraces por ellos amparadas. Sí, quienes han vendido el alma de la república a Cuba, China, Rusia, Turquía e Irán, se rasgan las vestiduras porque la mayoría de los venezolanos prefiere tratar con Estados Unidos, la Unión Europea y las democracias latinoamericanas, y no con populismos y satrapías y de diverso cuño. Lo aconseja el instinto de conservación de la soberanía.

Ignoro, cual casi toda la expectante ciudadanía, cómo ingresarán al territorio nacional los alimentos y fármacos acumulados en los puntos de acopio. Guaidó y su equipo han sido, con sobrada razón, extremadamente reservados al respecto; por no ejercer la magia ni profesar artes adivinatorias, estoy incapacitado para imaginar escenarios distintos a los adelantados a lo largo de la semana por los especuladores de oficio, entre otras cosas, porque el cariz, alegre o furioso, del desenlace del drama presente dependerá en grado sumo de la actitud de las fuerzas armadas. ¿Acatarán estas ciegamente y sin chistar las desquiciadas órdenes de un alto mando politizado, y cómplice del genocidio en progreso, o asumirán el papel de garantes de la integridad de la República, en tanto institución a su servicio y no al de una revolución que ha enmendado el nombre de Bolívar? Ello postula la emergencia de un liderazgo castrense de talante democrático, que devuelva los soldados a sus cuarteles y haga respetar la carta magna; no y mil veces no, de un providencial encantador de serpientes con la vista puesta en el coroto. No. Ni golpe ni intervención militar. Nolens volens, por las buenas o por las malas, la ayuda llegará a manos de quienes la requieren. Tal vez, entonces, la saga roja termine en fuga.

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