La ruta de la sociedad democrática debe ser la lucha política, promoviendo y practicando en su propio seno los valores de la inclusión, la tolerancia, el respeto, la participación, la transparencia, el pluralismo y la descentralización. A la democracia se llega educando y practicando la democracia.
El tema vuelve a tener relevancia a partir del debate desarrollado, respecto de la forma cómo debemos enfrentar la dictadura comunista instalada por la camarilla gobernante y de la ruta transitada para construir la plataforma electoral que la Mesa de la Unidad Democracia ha presentado a la consideración de los ciudadanos, con ocasión de la celebración de las elecciones de gobernadores de los estados.
Durante mucho tiempo varias personalidades de la vida pública y organizaciones de diversa naturaleza, han sostenido la tesis de la no participación en los procesos electorales. Es frecuente escuchar la consigna: “dictadura no sale con votos”. Esta idea sugiere, entonces, como ruta a seguir el uso de las armas para derrocar la dictadura. La solución a la crisis política se ubica entonces en el terreno de la guerra y ya no en el de la política. A riesgo de que se nos repita la tesis de Carl von Clausewitz que dice: “La guerra es la continuación de la política por otros medios”, debemos estar conscientes de que aquella va a generar unos daños mayores a los que estamos buscando prevenir, con el riesgo inmenso de una derrota aplastante para una sociedad desarmada, a merced de una camarilla sin escrúpulos que no vacilará en aplastar toda forma de rebelión armada, como ha venido aplastando toda forma de protesta pacífica y de disidencia política.
No se trata de una reflexión sobre la filosofía de la rebelión. No se trata de ir a las ideas de Platón, de San Isidoro de Sevilla o de Santo Tomás de Aquino. Se trata de tener sentido del realismo político y entender que “la revolución pacífica, pero armada” que nos ofreció el extinto comandante Chávez estaba pensada para imponernos el sistema comunista que padecemos.
La ruta de la política democrática nos ha permitido desnudar totalmente al régimen, mostrar su verdadera naturaleza mafiosa y autoritaria. Ha permitido un despertar de la comunidad internacional. Hoy en día todo el mundo civilizado y democrático sabe que Venezuela sufre una dictadura destructora de la paz y de la calidad de vida de nuestro pueblo. Por eso hoy tenemos la solidaridad de la comunidad internacional. Su respaldo nos obliga a ser más cuidadosos de los valores democráticos, pues solo con su decidido respaldo podrá obligarse a la barbarie roja a deponer su plan de eternizarse en el poder y aceptar someter el destino del país a la voluntad de la mayoría nacional.
Como expreso al comienzo del presente trabajo, la ruta de la sociedad democrática debe incluir un ejercicio de importantes valores en su propio seno.
No podemos exigir a la dictadura inclusión, transparencia, tolerancia, respeto, pluralismo, descentralización y aplicar, desde el seno de nuestras organizaciones, la exclusión.
Todos los partidos democráticos, integrantes o no de la Mesa de la Unidad Democrática, debemos reflexionar y rectificar en la aplicación de los mismos.
La ruta de la sociedad democrática debe contener un comportamiento apegado a esos valores de la democracia.
No se puede confundir la gobernanza de las organizaciones, con la hegemonía de una camarilla que excluye a quienes les resulten incómodos. No se puede hablar de democracia, si los partidos democráticos no la ejercen a su interior. No se puede hablar de participación, si una cúpula política les impone a las regiones representantes ajenos a su vida social y política. No se puede hablar de transparencia si en un proceso de elección de nuestros candidatos cometemos fraudes. No se puede hablar de respeto, si no le hablamos con la verdad a los ciudadanos. No se puede hablar de tolerancia si no respetamos las opiniones o posiciones diferentes. No se puede hablar de pluralismo si no aceptamos a otras personas y organizaciones.
Hay mucha tarea pendiente en nuestra sociedad para construir la democracia. No solo debemos luchar para lograr el fin de la dictadura en nuestro país. Debemos trabajar, con educación y con autenticidad, en forjar una democracia desde el comportamiento ciudadano y desde el funcionamiento de los partidos y de las alianzas de los partidos. La democracia es un desafío permanente. No podemos pensar que ella se logra y ya está garantizada por siempre. Las tendencias autoritarias, fraudulentas, populistas, centralistas y anarquistas subyacen en las sociedades. Solo sus niveles culturales permitirán impedir su desbordamiento.
Las elecciones del pasado fin de semana en Alemania evidencian cómo esos riesgos pueden tomar fuerza en un momento dado. Una nación experimentada en los sinsabores de la guerra y el autoritarismo, que ha trabajado con disciplina y constancia por los valores de la democracia desde el final de la Segunda Guerra Mundial, hoy ve surgir de nuevo el fantasma de los radicalismos. No por ello se puede claudicar. Ya nos lo enseñó el maestro Arístides Calvani: “La democracia hay que establecerla donde no existe. Cuidarla y perfeccionarla donde ya existe”.
Para los venezolanos la tarea es doble: debemos recuperar la democracia, pero debemos vivirla a plenitud desde el resto de la sociedad.